El Faro de Ceuta daba el pasado 14 de abril noticia del homenaje que las agrupaciones locales ceutíes de UGT y PSOE dedicaron a los caídos en defensa de la República. Este homenaje tuvo un recuerdo especialmente destacado del militante ugetista Antonio Tomeu Novo, que fue mi abuelo. Desgraciadamente, no tuve noticia de la celebración de este acto; he sabido de él gracias a la edición digital de El Faro, que me permite seguir la actualidad de la ciudad donde pasé mi infancia y primera juventud, y que me motiva a dirigirle estas líneas.
Yo no tuve la oportunidad de conocer a mi abuelo; los años pasados como prisionero político del régimen golpista surgido tras el nefasto alzamiento de 1936, como resultado de una condena dictada ad hoc por un tribunal militar, cuyas actuaciones fueron más que dudosas tanto en lo procesal como en lo dispositivo (Sánchez Montoya, F.; Ceuta y el norte de África: República, Guerra y Represión 1931-1944; Natilova, 2004), dejaron honda huella en él cuando volvió a la vida civil, y su tiempo y el mío no fueron el mismo. Esa es la historia oficial. La otra historia, la intrahistoria familiar si se quiere, muestra otro rostro de Antonio. Ese rostro es el de un hombre recto, cabal y de firmes convicciones, que creyó en la necesidad de la defensa de la clase obrera en la época en que le tocó vivir, mediante un compromiso generoso y absoluto, con las consecuencias para él y su familia ya citadas.
La educación que los hijos de Antonio recibieron, y que más tarde como padres nos legaron a sus nietos, estuvo cimentada, entre otros, en dos sencillos principios: no hacer nunca daño al prójimo, y creer y luchar en y por la justicia social. En los tiempos que nos toca vivir, de franco retroceso en los derechos de los trabajadores, y en los que una más que discutible distribución de la estructura de rentas ha llevado a nuestro país a ser el segundo más desigual de Europa (informe de Intermón Oxfam, Una Economía para el 99%, enero de 2017), muchos consideran estas ideas trasnochadas; y sin embargo, como dice el actual pontífice, Jorge Mario Bergoglio, vivimos en “la cultura del descarte, donde el dios dinero está en el centro”. El historiador y filósofo Mariano Fazio lo dice de otra forma: “es la nuestra una sociedad regida por el poder, le economía y el placer. Y todo esto siempre se produce en perjuicio de los más débiles, de los que tienen menos recursos”.
En consecuencia y a mi juicio, las ideas de Antonio siguen plenamente en vigor, aunque actualmente las podamos defender más eficazmente de maneras distintas. Una de ellas es, sin duda alguna, recordar a los que como Antonio, nos precedieron como defensores a ultranza de una auténtica justicia social, recordando también cuánto sacrificaron en esa defensa. Por ello, quiero agradecer muy sinceramente a las agrupaciones locales ceutíes de UGT y PSOE, en nombre de los nietos de Antonio, entre los que me cuento, el especial recuerdo que tuvieron para con nuestro abuelo en el homenaje, y del que su periódico publicó cumplida noticia.
(*) Profesor Titular de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial
Universidad de Cádiz.
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