Resulta llamativo que durante los años de Presidencia de Juan Vivas, en su gobierno, siempre se ha señalado la figura del “hombre fuerte”. En ningún organigrama oficial, en ninguna norma reguladora del funcionamiento de la Administración se acoge, ni de lejos, esta figura, y no se hace porque es una figura eminentemente política y no jurídica.
El diseño institucional que se estableció en España con la Constitución de 1978 eligió deliberadamente la creación de un ejecutivo fuerte, un ejecutivo que pudiese tomar decisiones pese a que no contase con la mayoría absoluta en el Congreso. Este esquema ha sido replicado en los diversos niveles de nuestro gobierno, sea autonómico o local, primándose la gobernabilidad sobre la representatividad. Este diseño está pensado para que el hombre fuerte sea jefe del ejecutivo.
¿Por qué proliferan los “hombres fuertes”? En primer lugar porque hay jefes del ejecutivo que no se fían de los miembros de su gobierno, porque consideran que son incapaces (pese a que los han nombrado ellos mismos) o porque dudan constantemente de su lealtad. Para ello requieren de un “hombre fuerte” que sea su “alter ego” y así poder vigilar tanto el trabajo como la lealtad de los miembros de su gobierno.
Una segunda posibilidad, no excluyente de la primera, sea la propia conciencia de la incapacidad del jefe del ejecutivo, que le lleva a tomar en más peso el criterio de una persona cercana (o políticamente fuerte) que el de otras personas, incluso que el propio criterio. Los “hombres fuertes” aportan seguridad, conocimientos, contactos y elementos de capital político de los que el jefe del ejecutivo puede carecer.
La tercera causa que produce “hombres fuertes” es el sopor que la labor de gobierno puede generar en algunos gobernantes. Esto es raro en los sistemas, como el nuestro, en el que hay que luchar a varios niveles para llegar a gobernar y fue mucho más frecuente en los tiempos en los que el gobierno se ejercía según derecho de nacimiento. En todo caso, y a pesar de lo anterior, hay facetas especialmente pesadas en la labor de gobierno, importantes pero complicadas y espesas, que algunos jefes de ejecutivo no quieren asumir y entregan con todas las consecuencias a su “hombre fuerte”.
La cuarta causa, acumulativa como todas las demás, es que el jefe del ejecutivo tenga miedo a los conflictos y tema discutir con personas que no son sus subordinados. Recurre al “hombre fuerte” para que desarrolle la función de parapeto, de persona que dice lo que la imagen pública o la impotencia política del jefe es incapaz de decir.
Como nadie es nombrado “hombre fuerte” se percibe su existencia sobre la base del criterio schmittiano del poder en los momentos extremos (“quien tiene capacidad de decisión en las dificultades, es realmente quien manda”). Juan Vivas suele hacerlo a través de un desajustado y poco lógico reparto de competencia o a través de la delegación de determinadas funciones propias que le descargue y proteja de la crítica.
En los diversos gobiernos de Juan Vivas se han sucedido los “hombres fuertes”: desde Emilio Carreira a Paco Márquez.
Las causas pueden ser todas o algunas de las antes citadas, y también alguna más, pero lo cierto es que con cada defenestración gubernamental todos los medios y las personas que siguen de cerca la política ceutí se lanzan a establecer el nuevo “hombre fuerte” del gobierno ceutí.
¿Es tan cierto el liderazgo de Vivas cuando nunca ha podido gobernar sin el sustento de un “hombre fuerte”?
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