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El hombre despierto: en memoria de Enrique Ayala

Cuando vi por primera vez a Enrique no sabía su nombre, ni conocía nada sobre su vida, fue en el hospital de día, esperando con mi amada esposa la consulta quincenal de oncología. Por aquel entonces, trataba de ser de ayuda en todo aquello que mi mujer necesitaba, no era creyente, y solo me limitaba a trabajar en mis cosas científicas y seguir mi vida día a día junto a ella. Sin embargo, tenía un pensamiento en mi cabeza que no me abandonaba desde hacía meses: quería ser mejor persona.
Algo muy especial quedó inscrito en mi corazón después de un profundo sufrimiento vivido tras el trance del diagnóstico canceroso. Ahora sé fehacientemente, que fue obra de nuestro Señor, que sabía el estado de vulnerabilidad en el que me encontraba alejado de la fe y de la iglesia que el fundó; unos meses después de que mi compañera dejara este mundo temporal se produjo mi sorprendente conversión y mi vuelta a la fe católica con una fuerza que todavía me sorprende: me siento como si me hubieran adscrito sin previo aviso.
En aquel escenario de acompañamiento y lucha contra el cáncer, apareció la figura de este hombre inesperado, al que estoy dedicando estas letras. Me pareció un hombre extremadamente jovial y afable en el trato; enseguida me cautivó, y pensé, que ya me gustaría parecerme a él en su forma de tratar a todos. Más tarde, cuando conocí a su hija Carmen Ayala, me contó las razones médicas de esas visitas al hospital de día. Su entereza era ejemplar, acompañaba a su mujer y siempre estaba con la cabeza alta, una expresión seria pero amable en la cara y una frase que pronunció a un conocido suyo, quedó enredada desde entonces en mi memoria “aquí estamos para lo que Dios quiera”.
La mayor parte de los que estábamos allí no mostrábamos una actitud demasiado animada dadas las circunstancias, y encontrar un espíritu tan poco habitual siempre me intrigó; puedo decir que lo he recordado mucho, sin conocerlo personalmente, su huella quedó grabada dentro de mi ser. Al cabo del tiempo, lo encuentro ayudando en la misa de la iglesia del Valle y todo empezó a cobrar sentido. Más tarde, me puse a leer sobre Dios, y ya entendí mejor, porque mi estimado Enrique era realmente un cristiano de una pieza, y una gran fuente de inspiración para todos aquellos que quieren seguir fervientemente el camino marcado por nuestro Salvador.
Los cristianos sabemos que nada podemos solos, ya lo decía la santa de Ávila, parafraseo su expresión sin mucha precisión pero se entiende el sentido “Teresa y un maravedí no valen nada, Teresa, un maravedí y Dios lo pueden todo”. Dios es el que es, no hay nada fuera de Él, y por lo tanto el que obra a través de nosotros. Para producirse un maravilloso producto humano, fruto del amor incondicional del creador y no de nuestro merecimiento, debemos estar abiertos a su espíritu y en contacto a través de la oración y los sacramentos: en espíritu y en verdad, así se cultiva nuestra fe. Se puede ser muy religioso, pero muy poco espiritual e incluso alejado de Dios, por mucha oración o participación en misas que se hagan. Sin embargo, puedo asegurar sin temor a estar equivocado que nuestro amigo, fallecido para este mundo recientemente, caminaba con Cristo-Jesús en su día a día. Esto se sabe fácilmente por la exhibición tan clara de las virtudes teologales que llevaba a su lado sin impostura alguna. Era, y es ahora más que nunca en la eternidad del Señor, un fiel miembro de la iglesia católica. Allí donde está ya no le hacen falta, pero siempre estuvo lleno de Fe, Esperanza y Caridad, todos eran atributos habituales que revoloteaban a su alrededor como hadas en danza, y con seguridad también un profundo conocimiento de la humildad. Así se conocen a los hombres del Señor, (esto también es válido para tantas personas buenas que caminan con la luz aunque no lo sepan) solo con verlos actuar y hablar con tanta claridad de lo que llevan dentro: nuestra lengua y comportamientos hablan de lo que guardamos en el alma. Por la escasa, pero significativa experiencia parroquial que tengo, y como observador de esta realidad socio-religiosa, tiendo a pensar, que son pocas las personas que mantienen realmente la llama de la fe en las parroquias católicas; estoy convencido que Enrique fue un pilar del Valle, y sobre todo, porque pasaba bastante desapercibido, a pesar de su activa participación.
A diferencia de los cristianos de las numerosas iglesias protestantes, agarrados al emblemático “con la fe y la oración solo bastan para alcanzar la salvación, Cristo ya pagó por todos”, los católicos a Dios gracias funcionamos como un cuerpo integrado en el Salvador y con su iglesia. Y esto quiere decir que los sacramentos son piezas básicas y necesarias que nos completan para mantenernos en gracia y protegidos por Dios. Me refiero a actuaciones sacramentales sentidas y vividas espiritualmente y no simplemente costumbres adquiridas por tradición familiar. Con el Altísimo no se pasan exámenes, ni tampoco se pacta nada, porque nos lo ha dado todo, bien conoce nuestras debilidades y por ello envió al Mesías a procurar redención y acercarnos al camino de salvación. Y lo que predicaba Jesús, era sobre todo, la experiencia interior de Dios y la apertura a su poder y misericordia, para vivir la mejor vida posible en el mundo temporal antes de partir a la eternidad.
Estar en gracia de Dios es la mayor experiencia jamás vivida, fugaz y corta muchas veces, pero deja huella perpetua si se sabe apreciar, porque nos acerca a la visión sobrenatural beatífica (que solo se podrá entender en la presencia eterna de Dios) y llena de gozo y felicidad. Esto es lo que consiguió plenamente, desde mi modesto punto de vista, Enrique Ayala, y por eso, su creciente afabilidad a pesar de las dificultades. En ningún caso estoy diciendo que no tuviera que luchar consigo mismo, pues los que caminan con la luz saben mejor que nadie lo fuerte que son las tentaciones. Los hombres buenos como él, saben mejor que nadie lo que significa luchar; los que intentan practicar las virtudes cristianas, saben bien lo difícil que puede llegar a ser mantenerse en pie, en este ambiente social descreído y mundanizado que inclina a la buena vida y no la vida buena. Por eso dice C. S. Lewis, con gran razón, que los hombres que practican habitualmente la maldad, no saben mucho acerca de ella, ya que simplemente se dejan llevar por los vicios sin intentar oponerse. Solo el que se opone y lucha sabe algo sobre el mal. Pero la lucha hay que mantenerla bien pegados a Dios, así seremos humildes, pues Satanás estará bien dispuesto a dejar que nos creamos muy buenos y bondadosos mientras hace crecer nuestra soberbia y superioridad sobre los demás. Quizá el peor pecado de todos y el que más enloquece.

“Personalmente nunca olvidaré su talante y su manera de cogerme las manos y mirarme a la cara con sus ojitos vivaces y alegres”

Como tantos parroquianos entregados a la labor pastoral, nuestro Enrique ha estado siempre al servicio de su parroquia como acólito, catequista y ejerciendo su particular apostolado hacia los demás. Sin embargo, su gran logro que marca la diferencia, ha sido estar cerca de los sobrenatural manteniendo el contacto frecuente, o incluso constante con Dios; no solo se trata de practicar las virtudes sino de ofrecerlas para mayor gloria del que todo lo puede. Se dejó hacer por el espíritu, y así, pudo ir reduciéndose así mismo para que brillará la luz increada en su interior. Al Creador no se le puede apartar, o colgar en un perchero; o se está con él en espíritu y verdad, o estamos en un nivel muy básico, donde solo somos capaces de ejercitar la religiosidad. La gran misión predicadora de Cristo fue revelar a Dios dentro de nosotros, y dejarlo actuar a lo largo de nuestra vida. En esto consiste el despertar del cristiano, en estar constantemente pegados a Dios.
Personalmente, nunca olvidaré el talante de Enrique y su manera de cogerme las manos y mirarme a la cara con sus ojitos vivaces y alegres. Todos los que hemos estado relacionados en esta vida, vamos a estar también unidos en la vida eterna si somos salvos. Esto enseña Tomás de Aquino en su preciada Suma Teológica, y esa es una de las esperanzas de los que tenemos la fe en las promesas de nuestro Señor Jesucristo, y en los mensajes de nuestra Señora, madre espiritual de todos y embajadora principal del Cielo. El Hombre despierto que fue nuestro hermano, se fue de la mano de la señora de la Paz, justo el día que se celebra la milagrosa, y cuando empezaba el tiempo de Adviento. Pienso que nuestro Señor se lo lleva con el fin de no hacerlo esperar otra Navidad, para verlo renacer, y así tenerlo ya en su presencia.

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