Cristo… el Cristo tuyo y mío y de todos nosotros, nos dijo: «Al que te pide dale, porque lo que le des a él, me lo das a mí…»
Aconteció que andaba visitando mi tertulia del Puente Almina*, ahora trasladada a la calle de Sánchez Prado, junto al Ayuntamiento, por imperativo de los nuevos dueños que nos impide continuar en su recinto, por mor de que sólo tomamos café… Y, cosa curiosa, preguntamos: ¿Qué se debería tomar en una cafetería? A todas luces es claro que una buena taza de café, pero doctores tiene la Santa Madre Iglesia, porque a día de hoy la estulticia, en nuestra ciudad, ya se allega por cualquier esquina…
Dejamos el asunto de la Cafetería del Puente y su cerrazón rayana en la mezquindad, y continuamos con nuestro relato que de seguro será más entretenido. Y, como os decía, sentado ya en unas de las caferías de Sánchez Prado, y en amena conversación con los tertulianos -antigua calle Misericordia, donde nacimos y me crié-, aconteció que se acercó un muchacho magrebí pidiéndonos unas monedas.
Lo miré, y pareciera que el tiempo no hubiera pasado; sin embargo, habían pasado exactamente, cincuenta años, desde aquel ya año lejano de 1970, cuando intentamos ayudar a otro mena -de los primeros que llegaron-, narrado en el libro que hemos publicado, a saber: «Abdelaziz o la búsqueda de la identidad**». Y, a continuación, después de darle unas monedas, le apunté: Siéntate, y pide lo que desees…
El muchacho, me señaló con la mano en la boca -sus gestos eran inconfundibles- que tenía hambre. A lo que le dije: ¡Ve a la barra y pide un bocadillo y un vaso de leche, y que me lo cobren! No hay nada extraordinario, sólo un sencillo gesto de compasión hacia un muchacho -que pudiera ser mi hijo- que tenía hambre…
Y, os cuento algo verdaderamente Kafkiano, algo laberíntico que no tiene nombre y no es de justicia, a saber: Resulta que Mohamed ya no puede ir al centro de acogida de los MENAS, porque ya tiene 19 años; tampoco puede ir a Marruecos porque está cerrada la frontera a consecuencia de la pandemia del coronavirus, Covid19; y, tampoco puede trabajar porque es un indocumentado sin ningún documento que lo avale. De tal modo, que nuestra sociedad tan culta y democrática, no sabe, no puede, o no quiere -lo cual es peor- resolver las condiciones mínimas de supervivencia de este adolescente marroquí. Por lo tanto, Nuestra Sociedad -con mayúscula- lo está condenando con su mezquindad de mirar «pa otro lao», a que quede tirado en las calles de nuestra ciudad, con una mano delante y otra detrás -nunca mejor dicho-, un día sí y otro también…
Así se escribe la historia, una historia perversa, como perversa, indolente y pasota, son las Autoridades de nuestro Ayuntamiento -Ciudad Autónoma-, y los que dirigen los destinos de España, que no son otros que el Gobierno de la nación, y el corro de desatentos e irresponsables de los partidos de la oposición.
Porque ya está bien de mentir y mentir continuamente, señalando a Marruecos como culpable de no aceptar que regresen sus propios niños, y los deja abandonado a su suerte. No; no es así, porque a poco que reflexionemos, no podemos entender que España, miembro de la Unión Europea, con más de 500 millones de habitantes, y una de las economías más importantes del globo terráqueo, no le indique a un país del tercer mundo - como es Marruecos, del que depende económicamente y es fundamental para su desarrollo productivo y comercial, ya que le compra toda su producción agrícola y pesquera- que atienda a los 200 o 400 Menas acogidos en los centros ceutíes, que bien sabemos que son marroquíes en su mayoría de la Yebala. Algo huele a podrido, algo no nos cuadra, y como siempre algún tipo de interés espurio ronda esta cuestión, para que los muchachos nacionales marroquíes no puedan ser devueltos a su país de origen, con sus familias y con su propia cultura, para que, al cabo de los años, no sean carne de cañón de mafias y de más rufianes; y, además, rota y despersonalizada su primigenia personalidad…
Y, ahora, que venga Francisca -con todo resuelto en la vida, por el sólo hecho de pertenecer a una familia acomodada- y nos diga que robamos el presupuesto de la ciudad y de la patria, por darle de comer a un adolescente, que en pleno siglo XXI, grita en silencio que tiene hambre…
Sin embargo, si la opinión de Francisca es meramente la opinión de una muchacha falta de la suficiente sensibilidad y propia del egoísmo de esta sociedad nuestra que nos ha tocado vivir; yo les diría -más bien un ruego- a los que dirigen en nuestra cosmopolita capital africana, tan cercana a Europa-, y desde las iglesias, mezquita, sinagogas y templos orientales, que no abandonéis a este muchacho magrebí, ni a otros como él. Porque vosotros tenéis la fortuna de ser creyentes, y cada día rezáis largas horas, con la intención de que Dios habite en vuestras almas; sin embargo, no entrareis es su sosegado jardín de rosas únicas y jazmines plateados, llenos del murmullo de los hilos de aguas de las fuentes, si abandonáis a su suerte a este muchacho que nada tiene ni se le espera que tenga... Su nombre es Mohamed, Mohamed, dice él… Y, en cada esquina de cualquier calle lo podéis encontrar...
Finalmente, a modo de resumen, y con el propósito de que no le queden dudas al lector, ni ambigüedades de la reflexión del autor en el presente artículo, apuntaré lo siguiente, a saber: «Qué, si bien los MENAS deben de ser tratados con el mejor trato y las ayudas pertinentes, deben de ser vueltos -sin demorar su acción más de lo necesario- a su país de origen, con el propósito de que no pierdan su identidad. Así, como su cultura, sus atávicas tradiciones y su entorno familiar, qué -a nuestro parecer-, son vitales para un posterior desarrollo de la personalidad y una estabilidad emocional. Dicho queda, por tanto…
Cuando volvamos a cruzar el Estrecho, le dejaremos pagados algunos bocadillos y su correspondiente café, vaso de leche o refresco, para que pueda sentirse como tú o como yo, sencillamente una persona, no una fiera perseguida. Porque habéis de saber, devotos de María, y del Profeta, y de los siete candelabros, y de Krisna, qué, aunque recéis todas las horas del día, Dios, de seguro, que no os reconocerá cuando vayáis a vuestro Paraíso, a su encuentro…
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