Colaboraciones

La historia de Jordi

Los escritores cuentan historias, lo que no sabemos es si las historias que cuentan tienen que ver con ello en algo, en parte o en su totalidad. De eso también podríamos escribir muchas otras historias en las que el escritor se oculta entre palabras, verbos, adjetivos, pronombres, sujetos y predicados. No quiere ser descubierto pero nos va dando pistas, pruebas, señales, aunque su intención es que nadie sepa quién es. Tal vez el miedo, la protección que da el anonimato o la inseguridad a la hora de quitarse la máscara y descubrir su verdadero rostro, su verdadera mirada, sus verdaderos gestos, el tono de su voz o las cicatrices permanentes que lo delatarían en la ocasión menos pensada.
Jordi estudió periodismo aunque una asignatura no le permitió hacerse con la titulación oficial firmada por el caudillo. ¿Quién sabe si su intención era esa, que sus conocimientos no fueran avalados por la firma de un dictador? He pensado alguna vez sobre esta posibilidad.
Trabajó en las secciones culturales de la prensa: crítico de música, teatro, exposiciones libros, artículos, eventos relacionados con la literatura, espectáculos y reportajes que plasmaran la parte mas humana de la sociedad. También hacía entrevistas a personas que se significaban por ser referentes en su trabajo: artistas, músicos, compositores, pintores, políticos, pensadores y líderes de movimientos alternativos que comenzaban a salir a la luz: feministas, homosexuales, contraculturales y seres humanos que eran capaces de dar la vuelta a la tortilla para enseñarnos otra perspectiva de la realidad.
Y aunque Jordi hablaba de todo y de todos no estaba él por ninguna parte, permanecía sujeto a un bolígrafo, a un micrófono, a una cámara, a un block de notas o a una grabadora en la que registrar los acontecimientos.
Jordi se casó sabiendo por qué se casaba, aunque no lo supiera nadie, celebró su boda porque había que celebrarla, hizo la mili pues no había más remedio, tuvo un hijo porque había que tenerlo, vivió años y años con su mujer porque se hubiera buscado problemas y demasiadas explicaciones si se planteaba dejarla, formó parte de la familia política porque le vino impuesta y decidió ausentarse de esa cadenas de compromisos que te atan a la nada, a la rutina, a la repetición infinita y sin contenido que te cosifican el alma. Estaba sin estar, hablaba sin hablar y opinaba sin opinar pues su opinión no interesaba demasiado.
Un buen día tuvo una visita que cambiaría todo; tocaron su puerta unos extraños visitantes, la puerta más cerrada e inexpugnable cerrada con siete llaves siete veces. Ya los había visto alguna vez pero, por seguridad, no escribió sobre ellos, ni habló sobre ellos, ni denunciarlos por acoso. Los extraños visitadores fueron la ansiedad, la tristeza, la depresión, la angustia, la frustración, la insatisfacción, el fracaso del deseo y una melancolía que no dejaba de sangrar gota a gota.
Por primera vez Jordi plantó cara. Se desarmó hasta los dientes, se deshizo de la coraza, rompió la colección de máscaras, encendió la luz y conenzó a gritar ese “ pasen y vean” porque quería leer su último artículo, un artículo sobre el hombre que se perdió a cosa hecha para no ser encontrado ni por él mismo.
Jordi dejó su zona de confort y preparó lo necesario para un posible naufragio aunque ahogarse era lo de menos:
“Soy homosexual desde siempre, he amado, he deseado, he soñado, he sido libre, he imaginado, he planeado”. Pero Jordi había amado sin un amor, había deseado en silencio, había imaginado sin imágenes, había planeado sin planes, había soñado sin sueños y había sido libre en una cárcel de cristal.
Jordi corrió, salió a la calle para recuperar más de 60 meses de abril que le habían robado.
Jordi se fue a buscar a Jordi, sin mirar atrás, y como Diógenes con un candil, buscó lo que él había perdido.
Ahora Jordi habla en la televisión, da charlas en los institutos, se asocia para combatir la ansiedad.
Jordi es budista, marxista, plurinacionalista, ciudadano del mundo aunque vive en Breda, un pueblo apartado del mundanal ruido.
Jordi ahora busca, busca, busca, no para de buscar otros meses de abril. Apenas quedan abriles a los 70. Así y todo, sabe que la primavera es para toda la vida.
Yo soy otro de los muchos jordis, aunque con 10 años menos, algo insignificante para la eternidad.

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