Como tengo expuesto en otros artículos en El Faro y en mi libro “Pasado y presente de Ceuta”, los límites actualmente vigentes de Ceuta con Marruecos fueron fijados en los Tratados y Convenios bilaterales firmados entre ambos países tras la llamada Guerra de África 1859-1860 porque, cuando en 1415 la conquistaron los portugueses, el territorio ceutí sobre el que Portugal ejercía su jurisdicción y pleno dominio estuvo limitado en principio a la península formada por el istmo donde comienza la Almina, Monte Hacho y territorios que los circundan; habiéndose circunscrito la conquista al interior de la ciudad que va desde los actuales Puentes del Cristo por el Norte y el de la playa del Chorrillo por el Sur, tras que fuera excavado el Foso de las Murallas Reales. El territorio fuera de la ciudad, entonces llamado “Campo del Moro”, siguió perteneciendo a Marruecos, e incluso el rey D. Juan I dio orden a D. Pedro de Meneses de no salir en principio a combatir de la ciudad salvo en caso de extrema necesidad, pese a que los portugueses no dejaran luego de efectuar salidas, escaramuzas y batidas defensivas. Debido a estas ofensivas, hubo cábilas que llegaron a ser tributarias de Ceuta. Y cada una de las numerosas veces que la ciudad fue sitiada o cercada, al final terminó ganando territorio y extendiendo sus límites.
Pero oficialmente no fue hasta la época española cuando se firmó el Tratado hispano-marroquí de 1767 de Paz, Amistad y Comercio, por el que Marruecos cedió a España una franja de terreno de 1´5 kms de ancho, que iba desde Hadú a Ceuta la Vieja, ratificado en el Convenio de 1780, aunque los límites no fueron trazados hasta 1782. Con esta primera cesión de territorio marroquí nacía el llamado “Campo Exterior” de Ceuta, que era la zona exterior cedida o ganada más allá de las Puertas del Campo. La concesión fue provisional y en régimen de usufructo, aunque por razones de seguridad y de interpretación del Tratado no se ocupó de forma permanente, sino que fue utilizada a conveniencia. Estos límites fueron fijados en instrucciones dadas por el Majzén al comisionado marroquí en diciembre de 1781, como sigue: “A nuestro vasallo el Caíd Sidi Mohamed Ben Abdelmalek. Salud y misericordia de Dios sea sobre ti. Mandamos que fijéis los límites del terreno entre los musulmanes y Ceuta desde sus murallas a la Casa del Caíd Ondar. Los pastos para el ganado de los cristianos se extenderán hasta el castillo de Afrag. Los demás pertenecerán a los musulmanes” (Archivo Histórico Nacional)
Luego, uno de los efectos que produjo en Ceuta la invasión francesa durante la Guerra de la Independencia fue el aumento del número de refugiados en la ciudad entre 1808 y 1813. Un texto escrito en 1808 por Isidoro de Autillón, que figura en el legajo 5.828 del Archivo Nacional, describe la Ceuta de entonces: “Es una península al E. de Tánger y enfrente de Gibraltar. Fórmola el Monte Hacho con otros seis de menor altura, y comprende el espacio de 1´5 millas del E.N.E. al O.S.O., y una llanura que empieza desde sus faldas al O. hasta enlazar con el continente en el cual tiene asiento la ciudad y plaza de Armas definida como Almina, con terribles fortificaciones contra los moros…, dentro de cuya superficie natural se halla toda la península. La Catedral de Ceuta es sufragánea de Sevilla. En la Almina se ha formado también un barrio o población linda y agradable con muchos jardines, donde se crían sabrosas frutas, agrios, uvas, y flores muy particulares, y hay varias alamedas, pozos y algunas fuentes para beber, a más de cinco balsas o estanques que llenos pueden dar agua para el consumo de dos años a desterrados y vecinos. En la cumbre del Hacho, que está igualmente fortificada, hay una magnífica casa de vigía, desde donde se observan tanto los movimientos de los moros en su campo y costas como cuantas embarcaciones pasan por el estrecho gaditano, del cual es la Almina el extremo oriental-meridional…”
Pues bien, tras ese nacimiento del Campo Exterior, la población de Ceuta contaba ya con una cifra muy crecida de habitantes, su casco urbano estaba saturado y necesitaba expandirse para no estar encerrado en tan reducido espacio; las tropas también aumentaron, se necesitaba mucho forraje para alimentar a las caballerías y por necesidades de defensa se hacía preciso poner a la población fuera del alcance de los bombardeos marroquíes. Pero el problema era que esa franja a partir de la que nació el Campo Exterior de Ceuta había sido semi abandonada y retomada por los cabileños del país vecino y, además, se necesitaba también una mayor extensión que la del territorio cedido en principio. En el mismo legajo 5.828 del AHN consta un escrito del Cónsul General de España en Tánger, D. Blas de Mendizábal, dirigido el 5-04-1811 al Primer Secretario de Estado y del Despacho que, entre otras cosas, decía: “Excmº Sr. Muy Sr. mío: El Ministro bajá que llegó ultimamente a esta ciudad no había aun respondido a mi nota en que solicité la cesión del Campo hasta el Monte de Juan Viera. Tampoco me habló nada de este asunto cuando fui a felicitarle sobre su llegada. Este silencio, que según otros varios antecedentes y quejas entendidas de sus confidentes era dimanado de un sentimiento por el que se guarda con él acerca de su propuesta sobre los Presidios menores, me hacía desconfiar mucho del buen éxito de mi pretensión. Sin embargo, convencido de la importancia de la cosa, sobre todo después de que de orden de la Regencia me la recomendó V.E. tan expresamente en su carta de 28 de febrero, determiné instar de nuevo por esta cesión en mi segunda conferencia.
Y habiéndolo hecho así, me la negó absolutamente, diciéndome para excusarse que antes de ahora se había hecho esta pretensión por nuestro Gobierno, pero que nunca se había accedido a ella. Que el territorio cuyo aprovechamiento se pretendía era de mucha extensión y muy útil al ganado del país (Marruecos). Que la internación de los españoles en él ocasionaría no solamente contrabando, sino también riñas entre moros y cristianos, cosas ambas que deseaba prevenir este Gobierno. Y, finalmente, que una cesión de tanta importancia acarrearía quejas de la Francia, cuyo Cónsul estaba muy alerta sobre todas las acciones del Sultán que tuviesen alguna trascendencia a la actual guerra (España-Francia). Procuré satisfacer a estas observaciones, diciéndole que ignoraba que hubiese hecho anteriormente esta demanda, pero que nunca pudieron mediar razones más poderosas en nosotros para solicitar esta cesión y en los moros para hacérnosla. Que la población de Ceuta aumentada considerablemente con tanta gente que se ha refugiado en aquella Plaza huyendo de la otrora persecución de nuestros bárbaros enemigos (franceses), exigía extraordinarios recursos para su manutención. Que el Gobernador de Ceuta, interesado en la conservación de la buena armonía que debe reinar entre las potencias amigas y limítrofes, tomaría sus precauciones para evitar los fraudes y riñas que se temían.
Que, siendo el Sultán dueño de hacer en su país lo que le pareciese, no podía Francia entrometerse en un negocio de naturaleza tan inocente. Y que, finalmente, nadie puede dudar del gran interés de este Gobierno en el feliz hecho de la lucha que mantiene España y (consiguientemente) alejamiento de tan peligrosos enemigos de estos sus Estados. A pesar de estas razones, no pude adelantarle nada por entonces. No desistí, sin embargo de mi empeño. Repetí mis visitas y redoblé mis instancias, pero con mayor desgracia si cabe, pues el ministro que al principio había mostrado algún sentimiento de no poder adherirse a mi voluntad, al ver mi importunidad – sic – empezó a hablarme con cierta aspereza, dándome a entender que no debía extrañar esta negativa cuando mi Corte se mostraba tan indiferente en las cosas que interesaban a su Soberano. Yo bien comprendí que esta queja recaía principalmente sobre el negocio de los Presidios menores, pero no pudiendo decirse ninguna cosa satisfactoria en este punto, me desentendí de él, y le aseguré en general de las disposiciones amistosas que mantenía mi Gobierno con S.M de Marruecos, pero nada bastó para mover su ánimo.
Viendo frustradas todas mis tentativas y sabiendo… que el ministro, cuya partida estaba próxima, no había de volver aquí en todo este año, me abrí con uno de sus confidentes afectos a nosotros y le ofrecí, con su aprobación y por su medio, mil duros, como me sirviese en este negocio, pareciéndome muy pequeño este sacrificio atendida la importancia de esta adquisición en tan críticas circunstancias. Dado este paso, que según el mediador fue bien recibido, me presenté el 26 del mes último para desearle mi feliz viaje. Habiéndole renovado en esta ocasión mis instancias, cedió por fin a ellas, aunque no sin dificultad y sin encarecer el servicio que hacía, y me prometió que daría orden al Comandante del Campo Moro para que dejase a disposición del Gobernador de Ceuta el expresado terreno para pastos de los ganados de aquella Plaza. En consecuencia de esta promesa, dos días después, en el momento de su partida para Tetuán me envió con un alcaide un pliego cerrado para dicho Comandante, haciéndome decir que contenía aquella orden, pues antes de recibir esta noticia no quería que cumpliese con mi empeño, temeroso de que el Comandante del Campo Moro, que es muy travieso, entorpeciese la cosa con alguna representación al ministro bajá. Espero que el Consejo de Regencia, informado por V.E. de mi conducta en este negocio, lo aprobará enteramente, como lo deseo. Tánger, 5 de abril de 1811. Blas de Mendizábal”.
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