HISTORIA de un OLVIDO

Existen en España algunos especialistas en el Protectorado de Marruecos que tienen ideas fijas al respecto, descalifican de entrada la política española en el norte de África y, desde luego, la actuación del ejército en esos territorios.

De paso, casi glorifican  a los que lucharon contra los países protectores y técnicamente contra el Sultán y el Jalifa, justificando a veces sus brutalidades, cometidas en las diferentes campañas que por cierto fueron comunes a ambos bandos.
Reconociendo que, visto desde la óptica actual, España y Francia no debieron intervenir en Marruecos y menos militarmente, es preciso reconocer también que éste tipo de colonialismo disfrazado de protección, era una práctica tan condenable hoy día como justificada en aquellos tiempos. Y que los líderes de la resistencia contra los europeos actuaron en defensa de su territorio más que del país en su conjunto y realizaron una importante labor, a veces tratando de combatir al invasor y otras pactando con él o practicando el bandidaje en contra de su propio pueblo.
Con estas premisas, es preciso añadir que esos especialistas habituales en el Protectorado, igual que justifican las brutalidades de unos  y condenan las de españoles y franceses, tratan igualmente de silenciar e incluso condenar al olvido los hechos de armas heroicos y los actos de valentía individuales de los europeos. Incluso, cuando algún escritor explica estas circunstancias que en cualquier ejército se considerarían destacables porque sucedieron cumpliendo órdenes, justificadas o no, los especialistas de turno suelen tachar a esos tratadistas de fachas, militaristas y cosas peores.

El Rif, julio de 1921

Los soldados tiran las armas y la impedimenta, se abandona la artillería para huir más rápidamente en los mulos que la transportaba, algunos heridos son dejados a su suerte, determinados oficiales se arrancan las estrellas y se marchan con los fugitivos. Es el pánico.
Más de 5.000 hombres con 20 cañones y casi 1.800 cabezas de ganado, siguen retrocediendo apresuradamente, sin órdenes concretas. Ciertas unidades mandadas a veces a punta de pistola, resisten y sobreviven mejor. Se trata sobre todo de compañías del regimiento de San Fernando y algunas tropas indígenas, pero entre Annual y Dar Drius se encuentra el desfiladero de Izummar, cuyas alturas pierden los Regulares. Allí sucede una terrible carnicería con mil muertos. Muchos se atropellan por pasar y el estrecho camino que está dominado por alturas considerables, se convierte en una trampa mortal. Abd-el-Krim comprende que es el momento y ordena un ataque general contra aquel ejército de fugitivos.
Sin embargo, hay una unidad que conserva la calma y realiza una eficaz labor. Se trata de los escuadrones de caballería de Alcántara. Estos que han perdido a su jefe en Annual, están al mando del teniente-coronel Primo de Rivera. Y cargan una y otra vez contra los infantes rifeños e incluso se enfrentan con éxito a la escasa caballería de los Metalza que tiene fama de invencible.
En un caso salvan un convoy de heridos que estaba siendo aniquilado, en otro protegen a una columna que es atacada por Regulares y Policías desertores, en el río Igan cargan contra trincheras rifeñas que trataban de impedir el paso de los fugitivos. Agotados caballos y jinetes, las últimas cargas se dan al paso y el Regimiento sucumbe ante las descargas rifeñas, por lo que el regimiento desapareció como unidad orgánica. Su lema “disipa como el sol las nubes a su paso” continuaría vivo sin embargo en la memoria de muchos.
Hubo otros casos en los que oficiales y soldados decididos supieron hacer frente a la situación y morir con honor. Son los casos, entre otros, del capitán José Escribano que manda la posición  llamada Internedia A, una de las que pueden proteger la retirada y se mantiene firme con sus 83 hombres y la artillería disparando para cubrir a los que huyen. Allí mueren disparando y solo se salvará un soldado.
También el capitán Enrique Amador, 41 años y perteneciente al regimiento de Melilla, perece con sus más de cien hombres en una carga a la bayoneta contra los rifeños para no caer prisionero. Muchas otras situaciones parecidas se irán conociendo después.
La oleada humana, abandonando la poca artillería que le quedaba, perdiendo a sus últimas fuerzas indígenas y desatendiendo a los heridos propios, se refugia en Monte-Arruit, campamento cercano a Melilla, donde se pretende una reorganización imposible.
De los 3000 de Monte Arruit llegaron muy pocos a Melilla. Uno de ellos, el soldado del Regimiento de San Fernando,  Francisco Moreno Ruíz,  cruzó los treinta kilómetros con un compañero herido sobre los hombros y fue recibido con alegría en la ciudad presa del pánico, pero las autoridades militares lo confinaron para que no pudiera contar el horror de la matanza.

El destino de los protagonistas

El general Silvestre, comandante general de Melilla, murió en la posición de Annual. Según unas versiones se suicidó y, según otras, pereció en los parapetos.
El segundo en el mando, general Navarro, dirigió la retirada, cayó prisionero en Monte Arruit y fue liberado tras 18 meses de cautiverio.  Posteriormente desempeñó el cargo de  comandante general de Ceuta y más tarde capitán general de Madrid. Se retiró y, cuando tenía 74 años, murió en julio de  1936. De su casa en Madrid lo sacaron unos milicianos junto a su hijo Carlos, también militar, y los asesinaron como a tantos otros en Paracuellos del Jarama.
El general Manella, coronel jefe del Regimiento de Alcántara estaba en Annual junto al general Silvestre y murió, probablemente en el desfiladero de Izummar,  durante la retirada. El sargento Basallo, uno de los prisioneros del desastre, encontró su tumba y la marcó, pero cuando las tropas españolas llegaron a Annual, no encontraron el cuerpo. La viuda recibió el reconocimiento oficial de su muerte en mayo de 1928, siete años después del desastre.
El teniente-coronel Fernando Primero de Rivera que mandaba el Regimiento de Alcántara en ausencia del coronel Manella, dirigió las sucesivas cargas de su unidad y se refugió junto a los pocos supervivientes en Monte Arruit. Resultó herido en un brazo por una granada de artillería y fue necesario amputárselo sin anestesia. Murió poco después, antes de que la posición se rindiera a los rifeños y fueran asesinados sus casi 3.000 defensores. El cuerpo de encontró fuera de la tumba cuando se reconquistó Monte Arruit el 24 de octubre de 1921. Primo de Rivera recibió la Laureada de San Fernando a título póstumo, pero no la unidad a que pertenecía.
El soldado Francisco Moreno Ruiz del Regimiento de San Fernando, en el que por cierto hice mis prácticas de la Milicia Universitaria, se licenció en 1922 después de combatir en la campaña de desquite y regresó a su Mijas natal. Allí, años más tarde se enteró que el Alto Comisario Berenguer le había concedido la Medalla Militar de Marruecos con pasador de Melilla, que nunca pudo tener. Sin embargo, el historiador Juan Pando, autor de “La Historia secreta de Annual” regaló una de estas condecoraciones a su nieto, como homenaje póstumo a este soldado anónimo que trató, quizás sin éxito, de olvidar los horrores de aquella tragedia.
De los 32  jefes y oficiales que formaban parte del Regimiento de Alcántara sólo quedaron 4 y uno falleció posteriormente de las heridas, otro murió fusilado por los militares que se sublevaron contra la República en 1936, otro por los republicanos y un tercero, tras regresar de la prisión de Axdir, siguió en activ oretirándose en su momento.
Respecto a los soldados, la suerte de los 162 supervivientes fue paralela a la de los oficiales y, los que volvieron a España, pretenderían sin conseguirlo, olvidar las duras jornadas de aquel verano de 1921.
Por tanto, la reciente decisión del gobierno no ha hecho más que reparar el olvido en que cayeron durante casi un siglo, las cargas del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. Y ello, con independencia de quién fuera el enemigo entonces, porque se premia su comportamiento heroico en defensa de un ejército en retirada.