Categorías: Colaboraciones

Historia de tres jóvenes españoles

Este primer joven, de cuarenta y  tres años, de mediana estatura, rubio y de ojos claros, había terminado sus estudios en  plena  juventud, a  los  veinticuatro años, cuando muchos de sus amigos aún  se entretenían  con las litronas de fin de semana. A él le apetecía tanto ser arquitecto, que lo sacrificó todo con tal de con seguir el título cuanto antes. Y lo consiguió gracias a su constancia e inteligencia. Terminó en Madrid y se bajó a la costa andaluza, donde por entonces abundaba  empleo para él.  Se había casado hacía unos años y tenía dos niños preciosos. Su esposa  peluquera, regentaba una peluquería en el pueblo, y les iba muy bien en el aspecto económico y afectivo, pues estaban bastante  enamorados y se entendían bien. En la empresa  era  ya uno más de la casa, amigo del jefe después de tantos años trabajando  juntos. Por eso aquel mediodía que se iba corriendo a comer, que le esperaban los suyos para el almuerzo, una hora en la que el sol le invitaba a ser feliz y ya  hacían planes para  un viajito en las próximas vacaciones a un país de habla inglesa, para que en la familia se perfeccionase el inglés, tan de moda en España por estos días.
El jefe se asomó a la ventana de su despacho, lo vio bajar las escaleras exteriores que dan ya a la calle y  lo llamó.”¡Sube un momento, que tengo que hablar contigo!”, le dijo el empresario alzando ligeramente la voz, parecía alterado. “¡No puedo! Tengo prisa, cuando vuelva esta tarde, subo a tu despacho y hablamos”. No podía imaginar el joven que lo que iba a decirle su jefe, le cambiaría por completo su vida y sus sentimientos. Ante la tajante insistencia:”sube, que es un momento, lo que te tengo que decir es breve”.
Subió al fin y de este modo, en seco, se enteró de la noticia. “Aquí tienes el finiquito, estás despedido”. De acuerdo que las cosas se han puesto muy mal en el mundo de la construcción, pero le podían haber suavizado un poco las formas. Le dio vergüenza llegar a casa de este modo. Fue una tragedia para todos, aún no había conseguido remontar el trauma que contrajo aquel día. Quizás pasarían años hasta conseguirlo, más si cabe, porque tenían que ajustarse a lo que ganaba ella de peluquera, que no era ni mucho menos para “tirar cohetes”. En esto había quedado la España sin sentimientos que habíamos forjado entre todos.
El segundo joven es un muchacho al que conozco desde su más tierna infancia. Estudioso e inteligente también, con una gran capacidad para inventar piezas y aparatos para maquinaria de precisión. Acabó ingeniería industrial, hizo el doctorado en Alemania y vino con un alto nivel de este idioma tan difícil. Le salieron varios puestos de trabajo en empresas punteras españolas, se compró un loft en pleno casco antiguo de Sevilla, a pesar de que sus padres lo mimasen mucho por ser el menor y el último en haber permanecido en la vivienda paterna. Al poco tiempo comenzó a ver su puesto de trabajo en peligro, estaban echando impunemente a compañeros que él consideraba grandes profesionales. Y éstos hicieron sus maletas para marcharse Alemania, como lo hicieran en los años sesenta tantos españolitos de la época. Lo que consolaba a este muchacho era que acababa de conocer hacía poco a una chica alemana y existía mucho feeling entre ellos y no le importaba nada ya, si un día debía coger las maletas y marcharse con ella a su país natal, pues conocimientos, experiencia y títulos no le faltaban.
El tercer muchacho vino un día a casa con la cara desencajada. Había estudiado en una de las mejores universidades privadas de Madrid y luego se había sentado en una silla durante cuatro años, hasta conseguir al fin una buena oposición como funcionario del Estado. Nadie le había regalado nada en cuanto a su trabajo, pues desde muy pequeño, como los otros dos jóvenes, había estudiado a conciencia y no venía del mundo del enchufe, como es lo habitual en lo que rodea al mundo de la política. Todo lo había conseguido a base de esfuerzo. Sin embargo, el jefe que tenía lo había destituido no hacía demasiado de un cargo, lo que le había supuesto la pérdida de quinientos euros mensuales, así que tenía que ajustar bien el presupuesto para poder pagar la hipoteca de su casa y hacer frente a todos los gastos que se producen a lo largo de cada mes. En realidad se había amoldado bien a la situación económica, sin embargo no había podido superar las constantes humillaciones, vejaciones y amenazas, que le causaron angustia, miedo y depresión, que iba superando con ayuda de un especialista y de su familia. Lo último que le había ocurrido en aquel momento era lo de las nalgas, y me explico.
Aquella tarde me comunicó estupefacto que se había presentado ante su jefe con el libro de leyes en la mano, para informarle que aquel asunto que el jefe quería solucionar a su manera, debía estar sujeto a la ley. Fue entonces cuando el jefe le pidió el librito y el joven se lo entregó. Para su sorpresa, vio como su jefe agachaba el trasero inclinando su cuerpo hacia delante. Se abría de nalgas para que el orificio por donde se expulsa lo grande estuviese liberado. Y diciendo:”¡Esto es lo que yo hago con la Ley !” Y la restregaba por el culete en actitud de mofa, pronunciando su famoso “Tururú”, cerrando en redondo los dedos índice y pulgar y haciendo un ruido desagradable parecido a un pedo que sale en momentos de expulsión de gases.
El joven no podía creer que esta situación fuese normal, por eso venía a consultar qué era lo que debería hacer en este caso. Siempre le aconsejé la impasibilidad, pues por desgracia aún quedaban rescoldos franquistas en algunos organismos oficiales con sujetos puestos a dedo, que sin lugar a dudas hacen bastante daño a la sociedad del tercer milenio y que no había solución real a esta situación, por lo que habría que sobrevivir a esta desgracia hasta que las intrigas políticas y los débitos de unos y de otros se solucionaran de una vez. Pero su erradicación era imposible por el momento. Vivíamos en una sociedad retrógrada, ignorante, envidiosa e inepta, y que sería muy difícil, con esta clase de personas que dirigen con el mal en la mano, poder convertirnos en una sociedad moderna con ideas provenientes de profesionales cualificados. Y que lo mejor era irse de pesca las tardes, o dormir una buena siesta, o charlar con los amigos, o un buen libro,…cualquier cosa para inhibirse de asuntos que no se resolverían en ciudades como Ceuta, hasta que no pasasen generaciones saneadas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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