La tumba 4324 del cementerio de Sidi Embarek guarda los restos de Aicha Elimrani. Allí acude cada semana su hermana Fatima para rezarle y sentirle, para sencillamente estar junto a quien encontró en Ceuta su muerte sin haber podido regresar siquiera a Marruecos para ver a su familia. Aicha tenía 34 años cuando una tuberculosis se la llevó para siempre justo 365 días después del cierre del Tarajal, tras quedar atrapada en la ciudad que le había aportado un trabajo con el que mantener a sus seres queridos.
Era una mujer feliz, trabajadora, a la que le gustaba vivir. La enfermedad se la llevó poco a poco. Rachida Jraifi, portavoz de las trabajadoras transfronterizas bloqueadas en Ceuta, la recuerda poniendo voz a los sentimientos de quien era una de sus mejores amigas, Rachida El Gazi, y de su hermana Fatima, ejerciendo de intérprete al manejar mejor el español. Es el altavoz que se necesita escuchar en estos momentos para comprender el drama de estas mujeres trabajadoras.
“Aicha tenía 34 años, era una joven alegre que quería la vida. Trabajó con una familia de Ceuta durante seis años y cuando cerró la frontera lo pasó mal. Aquí se quedó con la compañía de su hermana. Los últimos días estaba como despidiéndose de la vida. A ella siempre le había gustado salir, reír, siempre estaba contenta y alegre… pero la muerte nos la arrebató”, detalla emocionada Jraifi, ante su tumba.
La tetuaní cruzaba esa frontera todos los días para trabajar hasta que aquel 12 de marzo se echó el cierre al paso. Por aquel entonces se pensaba que esa decisión duraría días, pero en breve se cumplirán ya dos años de bloqueo y de ruptura de relaciones por culpa de la pandemia. Aquello fue demoledor para Aicha, quien llegó a pedir hasta en un vídeo difundido en un canal de un medio de comunicación que se abriera el paso fronterizo para poder ver a sus familiares. Nadie pensaba que esa sería una de sus últimas apariciones.
“El cierre fue de repente”, recuerda Jraifi, “nosotras no teníamos ni idea. Pensábamos que iban a ser días, pero empezaron a prorrogarlo. Nunca creímos que iban a ser dos años y ya no sabemos qué esperar. Esto nos ha afectado mucho y Aicha lo notó porque estaba muy unida a su familia, iba y venía de Tetuán y ahora solo estaba esperando para irse. En un vídeo, Aicha contó que esperaba que abriera la frontera porque quería ir a ver a sus seres queridos que estaban enfermos, que se estaban muriendo y ella no podía ni acudir al entierro. La pobre mía no sabía que ella se iba a morir y le iban a enterrar aquí”, recuerda emocionada.
En ese vídeo Aicha fue entrevistada junto a otras féminas concentradas en la plaza de los Reyes, cuando todavía esas citas de protesta no se habían hecho tan mediáticas. Solo quería poder cruzar a su país, ver a sus padres y hermanos, para luego regresar a la ciudad donde podía obtener un sueldo.
Aicha y Fatima forman parte de una familia de diez hermanos. Ellas quedaron aquí, estuvieron juntas en un confinamiento duro, atrapadas a este lado de la frontera para poder mantener económicamente a sus seres queridos que ansiaban volver a verlas, abrazarlas, besarlas. La madre de Aicha nunca pudo despedirse de su hija. Lo impidió la frontera como ahora le sigue impidiendo visitar su tumba para rezarle y expresarle sus sentimientos. Hoy, más que nunca, cobra fuerza este llamamiento.
“Pido a todos los que puedan ayudar que se pongan en el lugar de la madre de Aicha, porque estaba pidiendo que se abra la frontera para ver a su hija viva, pero ahora pide a Dios venir a visitar la tumba de su hija. A ver quién le puede ayudar a tener un permiso solo para eso. Esto no le va a devolver a su hija, pero visitar su tumba...”, rompe emocionada. Si perder a una hija es duro, va contra la propia naturaleza, más lo es mantener esa agonía de no poder siquiera comprobar el lugar donde descansa para siempre y rezarla para alcanzar el consuelo.
Fatima sufrió con mucho dolor la pérdida de su hermana. En Ceuta, atrapada en el confinamiento, rodeada de sus amigas y familiares, tuvo que tragar el dolor de perderla. Guardó ese particular luto solo unos días para, después, tener que toparse con la dureza de quienes le tenían empleada en su hogar. Cuando Fatima regresó al trabajo, habiendo faltado solo unos días, su empleadora la despidió abonándole únicamente las jornadas trabajadas. Un doble golpe que asumir: la pérdida de su hermana y la incomprensión de quienes no entendieron ese dolor.
Aicha había aguantado en Ceuta lo que pudo. Comenzó a encontrarse mal hasta acudir a urgencias. Allí le detectaron tuberculosis y le dieron un tratamiento que no funcionó. Posteriormente, un médico particular que ni siquiera le quiso cobrar la consulta comprobó su estado y la derivó urgentemente al clínico; allí, días después, murió.
Sidi Embarek acoge para siempre los restos de una mujer, que como muchas otras, cruzaba a diario la frontera para atender a una familia caballa. Sus compañeras siguen, cada lunes, por ella y por todas, pidiendo justicia. Pidiendo tan solo poder ver a sus familias y trabajar para mantenerlas. Constituyen ese eslabón roto de una auténtica injusticia que el 17 de marzo de 2021 se rompió por su lado más débil: el de una joven de 34 años que solo quería vivir.
Cada lunes los hombres y mujeres marroquíes que trabajan en Ceuta salen a la plaza de los Reyes para, durante unos minutos, concentrarse y pedir que se les escuche. Solo quieren poder volver a su país pero, de igual manera, regresar a Ceuta para seguir con sus trabajos ya que el dinero que perciben es el único que tienen para mantener a sus seres queridos. Tienen padres, otros hermanos o hijos a los que mantener. Su protesta lleva escuchándose meses y meses sin solución.
Aquel 12 de marzo la frontera echó un cierre que nunca se pensó que duraría casi dos años. Muchas mujeres transfronterizas como Aicha quedaron a este lado sin poder cruzar a su tierra. Sí es cierto que Delegación ofreció varias repatriaciones, pero el problema de quienes quedaron en Ceuta es que necesitan trabajar porque es la única manera de hacer llegar dinero a sus casas. El drama de la frontera llevó a la miseria a muchísimos trabajadores que vivían de sus labores en las casas de Ceuta o en sectores como la construcción u oficios concretos. En Castillejos hubo personas que se quitaron la vida al perderlo todo y no poder mantener sus hogares. Muy pocas empleadas siguen percibiendo algún dinero de quienes las tenían contratadas. Dos años después es complicado y las bajas en la Seguridad Social se produjeron en cascada, anulando las contrataciones y extendiendo miseria.
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