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Hissan Ahmed, el caja de La Legión, pasa a la reserva tras un cuarto de siglo de servicio

Desde el pasado sábado, Hissan Ahmed Zaglul ya no hace lo de siempre. No acude al acuartelamiento de García Aldave, ni se viste con el atuendo legionario. Cuida de sus cuatro hijos y pone copas en una discoteca de Ceuta. Así complementa "los 700 euros" que le han quedado de pensión. El considerado "mejor caja" de La Legión pasa a la reserva de especial disponibilidad tras un cuarto de siglo "dándolo todo". Su historia siempre ha estado vinculada al Ejército. Desde niño se vio magnéticamente atraído por lo castrense y "su aprendizaje y disciplina". Hizo "la mili" en 1998 y, cuando acabó, tuvo que esperar ansioso durante seis meses para ser oficialmente militar profesional. "Las cosas cambiaron mucho desde que entré", asevera. De aquellas tenían un mono como mascota, "Lolo" lo llamaban y Ahmed aún era un aprendiz tocando la caja. Sin embargo, en esencia, lo importante siempre se mantuvo: "El mejor recuerdo es la amistad y la convivencia con los compañeros", asegura. Fue como miembro de un contingente de ayuda humanitaria a Bosnia-Herzegovina, una experiencia "trascendental" en su trayectoria como militar. "Lo recuerdo como un momento muy bonito. Llevamos ropa, regalos y juguetes a la gente. Eso jamás lo olvidaré", reflexiona el hasta hace unos días legionario en ejercicio. Los viajes al desfile de Madrid, "tocando la caja, con los Guardias Civiles haciéndonos coros y el resto de compañeros poniendo ritmo", también permanecen grabados en su memoria. La música es parte central de su historia, "de tocar muy poquito cuando entré, a dominarlo", incluso participando, en pleno Ramadán, en el último desembarco de La Legión en Málaga: "Eso sin duda fue muy especial. Me presenté en la Comandancia y me pidieron que tocara para el acto. Salí en la televisión y me difundieron por todas las redes sociales". Una larga trayectoria que llegó a su fin, si no se da una situación excepcional, el pasado sábado día veinte. Cumplía en esa jornada los 45 años y fue despedido con pena y rabia. "Yo por mí seguiría. Estoy hecho a ello y puedo continuar perfectamente. También me parece tremendo y así coincidían mis mandos, que nos quedemos con 700 euros de pensión. Con eso no me da para alimentar a mis cuatro hijos", lamenta. Se acabaron los cafés en la cantina militar, departiendo con los compañeros. Ahora prepara el desayuno a sus hijos y, por las noches, le toca "ir a servir copas" a una discoteca de La Marina. Así va "tirando". También es "utillero en Segunda División de fútbol-sala" y por supuesto, sigue practicando la percusión, hábito que no pretende abandonar. Quizá un día, entre el ritmo de su caja, suene el teléfono y le llamen para retomar su labor: "Sería maravilloso".

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