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Los hijos olvidados que mueren en la frontera sur

Imaginen tener a un hijo muerto al otro lado de una frontera. Imaginen que su mayor aspiración es rezarle, darle el último adiós, besarle con el mismo dolor experimentado cuando se le parió confiándole una vida que se truncó en Ceuta.
Imaginen todo eso y ahora, por unos minutos, vuelvan a imaginar que no lo pueden hacer. Que nunca más lo verán, que no podrán rezarle, que no podrán siquiera reconocerle. Que a lo sumo recibirán una grabación de cómo personas desconocidas le dieron el último adiós o podrán ver en directo, gracias al corazón de otros, cómo se desarrolló su entierro.
El Gobierno de Ceuta es capaz de gastarse partidas económicas en volver a reparar el mismo acerado que se ha roto decenas de veces porque nunca se arregla bien. Quizá ahí esté el truco. El Gobierno de Ceuta es capaz de gastarse el dinero en estatuas para honrar todo lo que se le ocurra que debe ser honrado y homenajeado. Pero ese mismo Gobierno de Ceuta no tiene una partida extraordinaria para dignificar una frontera sur con los recursos básicos abordando con responsabilidad las tragedias ocurridas en nuestros espigones.

Sin instalaciones. Ceuta carece de un lugar en donde poder guardar los cuerpos de los fallecidos

No existe una mínima instalación autorizada con unas neveras para guardar durante un tiempo prudencial los cuerpos sin vida de los jóvenes que mueren en el intento por bordear los espigones. Ni existe ni tampoco se permite su construcción, arrinconando así este problema porque esos hijos que mueren en el mar no son los nuestros. El sufrimiento lo arrastran madres extranjeras y ahí queda olvidado porque ese joven ahogado, enfundado en traje de neopreno o con una goma de neumático funcionando como particular salvavidas, no nació a este otro lado de la línea, donde todavía dicen que hay derechos.
Los entierros de esos jóvenes o en muchos casos niños se tienen que hacer a los pocos días de hallarse sus cadáveres debido a la carencia de neveras suficientes para guardarlos y el hecho de que las existentes o no funcionan o, de hacerlo, no dan el 100% del servicio esperado.
Esta semana han sido recuperados 4 cadáveres en el mar. Tres de ellos se corresponden oficiosamente con los marroquíes que tuvieron que arrojarse al agua porque los criminales que pilotaban la embarcación por la que pagaron una plaza les obligaron a hacerlo.
Las familias de Bilal, Mohamed y Youssef quieren que sus hijos sean enterrados en Marruecos para que puedan así despedirse de ellos, rezarles y tener un lugar en donde poder visitar sus tumbas.

Frontera sur. Nunca se ha tratado este asunto con la seriedad que se debe siendo frontera sur

Sus cuerpos fueron localizados en avanzado estado de descomposición por lo que el reloj va en contra de las aspiraciones de sus familias por conseguir estar a su lado.
Funerarias de otros puntos de la Península disponen de instalaciones para guardar los cuerpos durante un tiempo prudencial, permitiendo así no solo la identificación sino las repatriaciones. En Ceuta nunca se ha apoyado la construcción de un área específica en donde poder guardar en condiciones estos cuerpos sin vida hasta conseguir la aspiración de sus familias -repatriarlos- o al menos poder identificarlos.
No hay tiempo, las neveras son tercermundistas, y son más los casos en los que las despedidas se hacen en Ceuta que en la tierra de origen de los fallecidos aun disponiendo de dinero para poder pagar esos traslados. Ceuta no evoluciona ni dignifica la atención que debe moralmente a los cuerpos sin vida que llegan a las orillas de esta frontera sur.
Los muertos no votan y las familias de quienes no portan documentos nunca protestarán ni reclamarán. Los casos de Bilal, Mohamed y Youssef han sido especialmente dramáticos por la crueldad de sus pasadores, aún no detenidos.
La justicia que no se sabe si podrán ejercer los tribunales tampoco parece querer calmar los llantos de sus madres que solo aspiran a despedir a quienes un día fueron sus niños.

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