Para cualquier español creo que el apellido ‘Muñoz Grandes’ es o muy conocido o, por el contrario, le suena de algo. Este apellido corresponde a dos grandes soldados: el primero, Agustín Muñoz Grandes que llegó a capitán general, Agustín Muñoz-Grandes Galilea, hijo de este, y teniente general; en la actualidad presidente de la Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas. Hay muchas anécdotas de ambos, pero sólo reseñar una, cuando un soldado que había estado a sus órdenes en la pasada guerra pidió voluntario a Rusia para estar de nuevo con su jefe, y éste le dijo: “pórtate bien, que yo te trataré como si fueras de mi familia”.
Viene a colación el título del artículo porque en algunos libros y publicaciones se han atrevido, sin constatar, de que parece ser que a los hijos de generales, por órdenes de superiores, los ponían en oficinas lejos de la línea de fuego. Esto no es cierto, como lo atestigua mi compañero y amigo, exguardia civil y cabo primero del Batallón Argel 27, Jose Galán Flores, que por repetida veces, estando al mando de un pelotón en las posiciones, pasaba por allí el entonces teniente Agustín Muñoz Grande, al mando de una sección de la 6 Bandera de La Legión, y cariñosamente les decía: “cuidaros, que el enemigo suele lanzar moteros sobre estas posiciones”.
Confieso que, desde muy joven, sentí y siento admiración por esta estirpe de grandes soldados, que fue el padre y actualmente es su hijo. Tanto de uno como de otro aprendí una serie de valores que no existe dinero para adquirirlos, como son el honor, la lealtad, el compañerismo y la firme decisión de todos los actos que uno tiene en su vida. De antemano he sabido que ello, muchas veces, te lleva a la incomprensión, pero lo más grande para uno es saber que la conciencia está tranquila.
Del padre hay un claro ejemplo de cómo era su comportamiento cuando el gobierno español le comisionó a EE.UU. en misión oficial, siendo reciente el final de la II Guerra Mundial. El general Muñoz Grandes, de uniforme al presentarse ante las autoridades norteamericanas lucía sobre su pecho, entre sus muchas condecoraciones, la ‘Cruz del Hierro’.
Todo el mundo esperaba una reacción adversa por parte de las autoridades americanas y, justo fue lo contrario, le dispensaron un recibimiento muy cordial, incluso le mostraron su admiración por su caballerosidad y personal proceder de lucir las condecoraciones que le correspondían.
De su gran humanidad y de cómo le querían sus soldados ocurrió este hecho en el exterior del Cuartel General de Grafenwöhr en Rusia. Una noche de aquellas crudas heladas de la estepa rusa, los soldados de la guardia del cuartel general se calentaban ante una hoguera para mitigar las bajas temperaturas. Estaban los soldados calentándose y charlando cuando llegó uno que vestía un capote con el cuello levantado, que apenas se le veía la cara. Uno de los soldados, un joven de unos 18 años, oriundo de Valencia, le dijo al recién llegado: “¡Ché aquí todos vienen a calentarse, pero nadie arrima un poco de leña!”. El recién llegado se dio media vuelta y, al poco tiempo, arrojó en la hoguera un puñado de troncos.
Con estilo paternal y sonriendo el recién llegado, que entonces conocieron que era su general, le dijo: “¡Muchacho, no niegues nunca a nadie, sal, agua y asiento a la lumbre!”. Ni qué decir tiene que aquel joven soldado se quedó nervioso, sin otras palabras que “¡a sus órdenes mi general!”. Éste, en actitud como un padre, le tocó en los hombros como si nada hubiese pasado.
Al igual que su padre, su hijo el teniente general Agustín Muñoz-Grandes, hacen honor a su apellido de grandes, en hechos y de corazón. Por ello estos hombres se identifican con lo que escribió un poeta inglés: “La grandeza y la bondad no representan medios, sino fines”, Coleridge, célebre poeta inglés.
La historia nos tiene más que demostrado, como en este caso de los Muñoz-Grandes, que no existen galones dorados o buena cuna que puedan disfrazar a un mal capitán y esto lo dijo Geoffrey Regan, por eso la más clara realidad está en que los grandes soldados entraron por la puerta grande de los pueblos. No solo por las batallas que ganaron, especialmente por el respeto y admiración que despertaron en los hombres que condujeron al combate y hasta en algunos casos, a la muerte.
Agustín Muñoz-Grandes Galilea ingresó en la Academia General Militar como componente de la X Promoción, y, tras recibir su despacho de teniente de dicha promoción, obtuvo el número uno, así como años más tarde como capitán, también el número uno del curso de Estado Mayor. A su salida de la academia, como muchos de aquellos jóvenes oficiales, solicita destino a La Legión, siendo destinado al II Tercio Duque de Alba.
En 1957 aquel joven teniente sale con la VI Bandera en la 5ª Compañía de Ametralladoras con destino al África Occidental Española, al mando del comandante Enrique León Gallo, saliendo del puerto de Ceuta en el crucero ‘Méndez Núñez’ y llegando a Las Palmas de Gran Canaria el día 7 de diciembre de 1957.
Nada más llegar a dichos territorios, según consta en la Orden de Operaciones del Estado Mayor de las Fuerzas Militares de Ifni, dicha Bandera recibe orden de atacar en la denominada Operación Pegaso las cotas 332/325, 317/312, 300/272, 187 y 197 para asegurar la libre disposición de la carretera de Tabelcut a Erkunt.
En el mismo informe del desarrollo de dicha operación se especifica esto: “La VI Bandera de La Legión inicia el ataque a las 09:00 horas del día 1 de febrero de 1958, y tras un duro forcejeo ocupa la cota 435 y sobre las 09:30 horas, explotando el éxito inicial, ocupan la copa 325, y cuando eran las 11:45 la VI Bandera prosigue el avance hacia la cota 300 hacia el N.E., dejándolo a las 13:30 mientras la 13ª Compañía ocupaba las cotas 272 y 243, ocupando la carretera de Tabelcut teniendo que lamentar en esta operación cuatro muertos y siete heridos”.
Pero con anterioridad la VI Bandera en la operación Netol, según la orden de operaciones (P-3) se detalla que el 30 de noviembre de 1957, al mando del comandante Enrique León Gallo, recibe la orden de liberar los puestos de Telata y Tiliuin. Finalizada la misma con brillantez, intervenía dicha bandera en organizar y defender el Centro de Resistencia de la denominada Operación Gento.
El entonces teniente Agustín Muñoz-Grandes, con su sección de asalto de la VI Bandera, realiza un reconocimiento armado sobre la costa norte del territorio, y tras romper el despliegue enemigo sobre el Buyarifen, progresa hasta las inmediaciones de Erkunt, desde donde apoya el conjunto de una compañía paracaidista de la I Bandera y, posteriormente, protege el repliegue.
De su humanidad lo avala el testimonio de un periodista que cubría la información en la línea de fuego, cuando una noche de mucho frío, el entonces teniente Muñoz Grandes, al ver tiritando de frío al periodista se quitó su capote y lo puso sobre sus hombros. Dicho periodista no era otro que Ramiro Santamaría.
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