El otro día oí decir a alguien en referencia a esta película que en algunas partes del mundo resulta inconcebible la premisa, pero que los occidentales no cuidamos a nuestros mayores, los metemos en residencias, y es a la vista de nuestro estilo cultural donde cobra sentido esta historia. Obviamente toda generalización resulta inexacta, pero la película que resaltamos con estas líneas trata de la vida después de la vida, del deterioro cruel e inexorable que la edad nos tiene preparado y de no dejarse caducar como los yogures.
El debutante Jake Schreier nos plantea en tono de tragicomedia (más de lo segundo) la historia algo deslavazada, bastante inverosímil y muy agradable de ver, de un antiguo ladrón de guante blanco con avanzada edad y acuciantes problemas de senilidad. A ello hay que añadir que el escenario está ubicado en un futuro cercano en el que el ser humano ha avanzado en el campo tecnológico lo suficiente como para que el sufrido hijo del protagonista, interpretado por James “Cíclope” Marsden, decida comprar la ayuda de un asistente robótico que vigile la memoria y los hábitos del cascarrabias anacrónico de su padre que, por supuesto, no lo pondrá nada fácil.
El papel principal, que sostiene todo el sentido de la obra, corresponde al veterano (obviamente) actor Frank Langella, imperial en su trabajo de desorientado pájaro de cuenta que le toma cariño a un robot por pura soledad y que aún tiene cosas que decir en sus antiguos viejos hábitos con la ayuda de su “nuevo amigo”, con momentos delirantes de ambos realmente divertidos. En el reparto también tenemos a Liv Tyler, bastante perdida desde que hizo de elfa en El Señor de los Anillos, y a Susan Sarandon (que se conserva en salmuera y parece más joven incluso de lo que la cinta sugiere) en el papel de una bibliotecaria amiga del pícaro abuelete metido a Don Quijote, con referencia explícita incluida a la obra maestra de Cervantes.
Dentro de la sensación de irrealidad de la que no nos podemos escapar en todo el metraje, la originalidad y sensibilidad (con toques de pragmatismo que por fortuna no permiten rozar la sensiblería barata en ningún momento) de la propuesta hace transcurrir el tiempo a gran velocidad para hacer descubrir al espectador aún con la sonrisa en los labios que no ha mirado su reloj en hora y media de medida duración; ni más ni menos de lo estrictamente necesario para contar una historia ligera aunque algo baja en sal que, eso sí, se digiere con la misma pasmosa facilidad con la que puede excretarla nuestra memoria, emulando a la del protagonista.
Recomendable no obstante su visionado porque no suelen verse películas originales que diviertan sinceramente desde un trasfondo emotivo y real.
Por eso y porque Langella está en estado de gracia y tira de veteranía para hacer una exhibición interpretativa. Sólo eso ya merece un rato de atención de nuestra vida.
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