Bien es sabido que estamos en la era del cine de superhéroes. Al año se estrenan entre tres y cuatro películas con justicieros enfundados en mallas, armaduras o similares atuendos que salvan al mundo de todo bicho maligno. Pero más allá de la palomita fantasiosa de la que admito ser fan, a veces en Yankilandia caen en la insensatez de mezclar las cosas y darse un baño de ego tomando en serio el asunto y colocando una simbólica capa barriestrellada a su “comandante en jefe”, siempre adalid de valores soñados e incansable luchador a favor de la libertad del mundo y parte del extranjero (literalmente, si tenemos en cuenta que el máximo exponente de esta definición es la delirante Independence Day). En Objetivo: la Casa Blanca (si tela marinera tiene la traducción del título, no realizaré comentarios sobre “El Olimpo ha caído”, humilde nombre original de esta obra sesuda donde las haya), Aaron Eckhart es un santo varón cuyo nombre es “Señor Presidente”, como todo el que desempeña su puesto en el cine, encargado de preservar lo bueno de la raza humana, ya que en Washington D.C. se encuentra la capital del mundo moderno y civilizado (“libre” lo llaman ellos, Dios bendiga América). Pero como tanta luz guía y tanto bien junto no puede ser sano para los niveles de glucosa en sangre, aparece un malo norcoreano (ya se sabe, en Yankilandia son expertos en crear en la gran pantalla guerras que siempre ganan contra contrincantes basados en los fantasmas que atormentan su actualidad) que entra en el sagrado templo de la Casa Blanca, monta una zapatiesta pirotécnica y pilla a Zeus (alias Señor Presidente) de rehén a cambio de exigencias que a nadie importan, ya que el fracaso del malo se huele desde el primer alegato patriotero con el que se enorgullecen de crearnos vergüenza ajena. Ya que de héroes va la cosa, por supuesto existe un tipo del servicio secreto con pasado tormentoso llamado Mike (como debe ser) y que en realidad es Leónidas (mundanalmente conocido como Gerard Butler), que se cuela en la fiesta asiática y los manda a todos a dormir en el infierno con frases lapidarias y todo (¡machote!).
Creyéndose este guión de tal complejidad que lo han tenido que escribir entre dos personas tanto como quien suscribe, deambulan Morgan Freeman, que aporta presencia al presidente en funciones durante la crisis, o Angela Basset, que intenta convencernos de que estaba de parranda pero sigue siendo actriz.
En suma, quitando ridiculez y exageración de esta fanfarronada con mayúscula, y tronío de una mal trabajada y montada banda sonora tan grandilocuente como la historia que nos despacha, el global de la cinta se deja ver más o menos con agrado, lo cual es, no poca, toda la concesión que puede hacérsele a este “American way of filming”.
Para no caer en la injusta generalización de asegurar con dureza que son más tontos que un kiwi, admitiremos que por este gran país al que los estadounidenses más aventureros van de vacaciones y llaman Europa no se entiende con el mismo entusiasmo la idealización de sus líderes políticos en el cine. ¿Se imaginan…?
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