La inmigración se presenta como una de las asignaturas pendientes a las que Europa ha sido incapaz de dar una solución. Se han inventado todo tipo de sistemas de protección y control de las fronteras, esas locas cadenas de muros que han constituido un blindaje millonario que tantas víctimas ha dejado atrás. Los erráticos discursos de la clase política caminan siempre en el mismo sentido: criminalizan la figura de los inmigrantes sin ahondar en los orígenes que llevan a que se produzcan asaltos masivos y venden la adopción de medidas de todo tipo, aunque estas rocen la moralidad, sustentando su adopción en informes oficiales. Los discursos oficiales van por un camino distinto al de los hechos. Los primeros buscan quedar bien ante el resto de la sociedad y caen en el error de reducir la inmigración a una especie de partido de fútbol: con victorias y derrotas, según la camiseta que vista cada gobierno.
Los hechos, en cambio, son los que son. Los que alimentan personas que huyen de África, que son víctimas de una historia negra política que no debemos olvidar, de debacles provocadas, de una hambruna imposible de entender al otro lado de la frontera. Hechos y discursos chocan, se oponen y enfrentan. Ustedes pueden quedarse con la superficialidad de lo ocurrido o ir más allá: es cuestión de esfuerzo.