Nació dos días antes de que comenzaran los bombardeos en Ceuta que dejaron tuerto a uno de sus tíos. Sus padres, republicanos, huyeron perseguidos bajo amenaza de fusilamiento y se escondieron en la kabila del Biutz con él envuelto en una toalla. Apenas tenía tres días. Nació a la sombra de la Guerra Civil y su vida ha sido un bombardeo continuo de claridad: “Me he ganado muchas enemistades porque digo las cosas claras. Me gusta la gente que dice las cosas a la cara y que son sinceros. El que me la hace, eso sí, me la paga”. Miguel Vega ya no tiene nada que perder. Dejó la batuta de la presidencia del Polígono hace unos meses. “Nadie se mataba por entrar, al contrario...pero yo casi me muero”. Una pancreatitis que se complicó y casi le lleva a la barriada de donde al final no se va a escapar nadie. Pero ya recuperado, prefiere coger la caña para ir a pescar y disfrutar de su familia, sus amigos y su Ceuta en un segundo plano.
Recuerda sus primeros pasos con zapatillas de esparto y comiendo troncos de coliflor, por el Llano de las Damas, sus idas y venidas al colegio y al Siete Colinas ya jovencito y su decisión de dejar los estudios y ponerse a trabajar de mecánico.
Recuerda su mili, a su padre trabajando en el parque automovilístico militar también como mecánico y su noviazgo. Y recuerda cómo, entre risas, decidió junto a unos amigos hacer el petate de emigrante y coger el barco. Ellos se fueron a Alemania y él terminó en París, bajo la tutela de un tío exiliado y consiguiendo trabajo de mecánico en un taller donde pasó los años de carrera profesional más fructíferos revisando los motores de Rolls Royce, Ferrari y Seat. Siendo jefe de talleres de la Franco Britanic, conoció a mucha gente del cine y de la televisión, pero regresó a Ceuta en busca de “mi Rosario, que me esperó. Nos casamos en el santuario de la Virgen de África, fuimos de viaje de novios a Ronda, la dejé encinta la misma noche de bodas y pusimos rumbo a París”.
Miguel sonríe. Sabe que ella siempre ha estado a su lado incluso luchando por los vecinos de la barriada. Ahora ella se recupera de un cáncer. Son golpes duros pero él no pierde la sonrisa, aunque sea entre lágrimas y sigue relatando su vida en Francia: “Yo fui a vivir y a trabajar, pero no estaba dispuesto a ahorrar cada céntimo sin poder tomar una cerveza como hacían muchos que te pedían cigarros...no, no. Si podía venía de vacaciones cada año y disfrutaba de mi vida en Francia como si estuviera aquí viviendo”. En esos años crió a sus dos hijas pero un accidente le obligó a ingresar tras operarle de la columna y le propusieron montar un taller en Sabadell, arriesgó y fracasó. “Entonces volvimos a Ceuta todos... no sé si mis hijas me lo han perdonado... vine a la Renault y luego quedó una plaza en el parque de automóviles, hice la prueba y ahí trabajé hasta que me jubilé”.
Cuando llegó a Ceuta vivió en casa de sus padres. Su padre había fallecido repentinamente víctima de un tropello en la cuesta del Morro cuando Miguel vivía en París. Así que fue duro regresar a Ceuta con gente que ya no estaba. “Cuatro años después, en el 85, conseguimos la casa en El Polígono y allí seguimos. Soy socialista y mis padres eran republicanos”. Inició su andadura en el movimiento vecinal primero como vocal de Deportes en la junta “y eso siempre me ha dado muchas satisfacciones, el trato con los más jóvenes”. Pero ya en el 89 se le nombra presidente y así ha estado más de 20 años hasta hace cinco meses. “Muchos disgustos, mucho trabajo, pero también hubo alguna satisfacción, por ejemplo de viajar a Madrid para que la venta de las viviendas fuera acorde a los bolsillos de los que residíamos allí y que el gobierno central se ocupara de arreglarlas antes de venderlas y ser nosotros propietarios. He trabajado con seis alcaldes y para defender a los vecinos hay que ser claro. Hay que hablar con ellos, ahora el secreto de Vivas es que sabe hablar bien y que la gente le quiere”. Muchos días sin dormir, mucho dar la cara, trabajo sin remunerar para el bien de gente que te critica... “pero lo volvería a hacer porque los vecinos tienen que luchar. Los políticos deberían preocuparse más por el paro que tenemos. No es tiempo de grandezas ni de pomposidades”. Sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda a los compañeros de andanzas que se han quedado por el camino. No puede ni hablar. Como cuando recuerda su estancia en el hospital. “Mi familia siempre ha estado ahí. Mi mujer, mis hijas y sus maridos que son como mis hijos”. La madre de Miguel le trajo al mundo sin pelos en la lengua. Él sabe que ha dado la cara por los vecinos “aunque molestara cada día, he sido claro y por lo general los políticos han respondido, pero por ejemplo no pueden poner tan caros los aparcamientos en nuestra zona. A eso no hay derecho”. Sigue luchando.