Se llama Yahya y tiene 19 años. Es de Old Jeshwang, Gambia. Después de tres años de viaje -que le han llevado a cruzar Senegal, Mali, Burkina Faso, Níger, Argelia y Marruecos-, el pasado lunes llegó al Estado español, después de haber conseguido saltar la valla de Ceuta.
Conocimos a Yahya el pasado mes de agosto en la carretera que va de Benyunes a Biut (Marruecos). Llevábamos el coche lleno de comida y leche ya que en esta zona se habían instalado varios campos y los jóvenes solían salir a la carretera en busca de alimentación y ropa. Nos recomendaron pararnos poco rato en el arcén. “Europa paga para blindar los perímetros fronterizos. Desde el salto del pasado mes de abril se ha instalado un campo militar cerca de aquí y quedarnos demasiado tiempo puede poner a los jóvenes en peligro”, nos comentó Reduan, uno de los activistas que documenta los saltos de la valla de Ceuta, en referencia al Acuerdo hispano-marroquí relativo a la circulación de personas, el tráfico y la readmisión de extranjeros entrados ilegalmente. “La Unión Europea construye vallas y, a la vez, subvenciona a ONGs para que hagan asistencialismo y frenen a los migrantes”, concluyó.
En ese momento, unas 200 personas -la mayoría varones de Guinea Conakly-, de edades comprendidas entre 18 y 24 años, pero también unos 20 menores que tenían entre 13 y 17 años, vivían en 8 campos repartidos por las montañas que rodeaban la carretera de Benyunes a Biut. “Las condiciones que tenemos aquí no son buenas. No tenemos nada para comer ni ropa de abrigo. Dormimos en el bosque, a la intemperie”, comentaba Yahya. También denunciaba la brutalidad con la que actúan las Fuerzas Auxiliares Marroquíes cuando entran en esos campos: “Muchas veces vienen aquí para evitar que nos quedemos. Nos roban todo el dinero que llevamos, nos pegan...".
La mayoría de personas que rondaban esa carretera hacía al menos un año que vivían en aquellos campos. “He probado de saltar tantas veces que ni recuerdo el número”, nos comentaba Yahya. Al igual que él, sus compañeros narraban innumerables intentos de salto y nos enseñaban sus brazos y piernas llenas de heridas provocadas por las cuchillas que se encuentran en la parte superior de las vallas. La mayoría describían deportaciones en caliente, que se llevan a cabo desde hace años pero que ahora tienen un rango legal (lo que el Gobierno llama ‘rechazo en frontera’; Ley de protección de la seguridad ciudadana, aprobada el pasado 30 de marzo).
“Cuando conseguía entrar, la Guardia Civil me echaba. Cada vez que saltamos las barreras ellos nos deportan a Marruecos. No entiendo por qué lo hacen. No lo entiendo”, nos decía Yahya. “Los conflictos generan mucho dinero. Sobretodo en una Europa en crisis, las fronteras generan mucho dinero. Y no solo para las administraciones públicas y las empresas que se están encargando de sostener todo este material bélico -entendido en este concepto de conflicto que estamos creando en la frontera-, sino para todas las redes de negocio que se generan en estas fronteras, como las de trata de seres humanos”, denunciaba Helena Maleno en un encuentro que mantuvimos en Tánger.
La vida que ha tenido Yahya para intentar entrar a Europa ha sido muy dura pero él nunca se rindió hasta conseguirlo. “¡Bosa, bosa!”. Es lo que se escucha cada vez que alguna persona logra saltar las vallas de Ceuta o Melilla. ‘Bosa’ significa victoria en fula, lengua de los fulani y grupos relacionados de Senegal, Gambia, Guinea, Camerún... Seguro que Yahya hoy ha gritado estas palabras momentos antes de entrar en el CETI.
Aunque sabemos que su-nuestra lucha no ha terminado, decimos bien alto: “¡Bienvenido Yahya!”.
(*) Activista.
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