Hay que dar cariño a todo el mundo

El querer a la gente, a toda, es una fuente que nunca se agota; es un verdadero tesoro del que mientras más se entrega a los demás, más crece, mayor es su riqueza, más y mejor es la calidad de lo que se entrega. No hay reservas ni recortes que disminuyan el afán de acercarse a quienes necesitan una palabra de ánimo, un gesto de afecto, una mirada limpia y dulce, un apretón de manos que hace sentir que se está recibiendo toda la fuerza del alma de quien muestra ese gesto de unión fuerte y decidida a unirse a nuestros pesares, a nuestras deficiencias e incluso a nuestra actitud negativa ante el bien hacer, que tanto se necesita en la sociedad de la que formamos parte. Somos, quizás, un número reducido de personas, en comparación con ese número mayúsculo de habitantes de nuestro mundo, pero el cariño de cada persona debe ser capaz de inundar a toda cuanta persona existe.
Nos escandalizamos, con frecuencia, cuando contemplamos alguna imagen de maltrato físico. Es natural que se sienta compasión por esas personas que se duelen por esos golpes recibidos, pero también debemos considerar esos daños que reciben la sensibilidad de las personas cuando no son atendidas debidamente, con ese cariño que se desea de todo el mundo aunque sea casi de pasada. A veces nos puede parecer que el mundo está lleno de frivolidad y que sólo se desea vivir en medio de esa forma desenfrenada de actuar, tanto personal como colectivamente. Es cierto que eso está ahí, en el mundo del que formamos parte, pero no es menos cierto que la gente no es feliz, sino que lo parece. En el alma de cada persona lo que se necesita de verdad y siempre es una muestra de cariño, aunque sea pequeña.
El cariño es, a veces, una simple sonrisa o ceder el paso a otra persona. En alguna ocasión es la aceptación de quedarse sin un trozo de pastel, que se deseaba, y que lo ha recogido otra persona, la que sea, conocida nuestra o no. Es atender con paciencia una petición o consideración que se nos pueda hacer. El respeto a las personas tiene que estar basado en el cariño, aunque se las conozca poco e incluso no se las conozca de nada. Esa persona y cualquiera otra son nuestros hermanos en la vida, la gente con la que hemos de convivir haciéndolas felices, la gente que tiene nuestras mismas necesidades y pesares, o tal vez de mayor importancia. La gente sufre, claro que sí, y por ello es necesario darle, a cada cual, lo mejor de nuestro sentir del alma; la paz y el amor fraterno.
No siempre, por desgracia, actuamos correctamente, con ese espíritu de entrega  hacia los demás sino que pensamos mucho más en nosotros mismos porque también tenemos nuestras necesidades. Claro que sí; claro que tenemos que pensar en nuestros pesares pero ello debe formar parte del espíritu de entrega hacia los demás, hacia todo el mundo, sabiendo sacar una sonrisa de afecto, hacia otros. de nuestro propio dolor. Por encima de cualquier cosa personal debe estar la atención que debemos a los demás; la obligación que tenemos de dar todo por los que sufren y si se sufre junto a otro, tanto mejor. Quien da lo que tiene, aunque sea muy poco, casi nada, está dando todo el tesoro de su alma. Y no me refiero sólo a cosas materiales sino a las que salen del tesoro del amor, ofreciendo esperanza y paz.
No hay que dejarse abatir por el cansancio ni por esos pensamientos que intentan desviarnos -incluso anular - los sentimientos de amor a toda la gente, sean como sean. No somos quienes para enjuiciar a nadie sino para darles ese amor que todos necesitamos. Nadie nos debe resultar indiferente sino atrayente. Puedes, tal vez, pasar al lado de alguien que necesita algo de cariño, una mirada afectuosa o, simplemente, recibir el saludo afable de buenos días. Con ello puedes hacer feliz, aunque sólo sea un momento, a una persona como tú y como yo.