Carta al director

Hay Formas, y formas, de decir las cosas

Por desgracia mi regreso a Ceuta hace ahora año y medio halla novedades en el frente. Una de ellas, un paraje natural, el embalse del Renegado, cerrado a “cualquier persona ajena…”. Tras un año de covid, un año de buscar lugares recónditos en los que por el bien común, la multitud no aplaste.
Pues bien, a cuenta de esta necesidad vital, respirar, la aquí perpleja se aventura en su siempre tentación: un lugar donde escuchar a la naturaleza. Para tal propósito, un motivo, el yoga. Una actividad de encuentro con uno mismo y con la naturaleza. Una tarde de domingo, a eso de la hora del mediodía, una amiga y servidora, elegimos bordear la cancela del pantano para practicar la sesión de yoga al aire libre. A las 12:30 nos instalamos en un lado de la vía cerrada al tráfico más allá de la cancela, escogemos una sombra regalada por los árboles ya que, de ponernos al otro lado de la cancela, podíamos ver nuestra sesión interrumpida por algún vehículo. La sorpresa llega a las 13.50 cuando, a punto de realizar la relajación final, un todoterreno se para en seco y nos indica que no podemos estar allí. Nosotras, le pedimos disculpas no sin antes justificar nuestra presencia con el hecho de que no molestábamos a nadie. El agente de seguridad, nos dice que el relevo es a las 14 horas y que no quiere problemas y que nos vayamos porque si no llamará a la policía, ya que eso es lo que se hace cuando se entra en la propiedad privada de alguien. De modo un tanto soez prosigue en su intención de justificar algo que dábamos por hecho, no podíamos quedarnos ahí. Empezamos a recoger con la ingrata sorpresa de que el señor, subido en su coche, comienza a grabarnos con su móvil. Entonces yo, la practicante, descalza y sin pensarlo dos veces, alertada por la actitud del individuo, me dirijo a comunicarle que no puede grabarnos. Mi sorpresa llega cuando el individuo comienza a dar con su todoterreno marcha atrás y compruebo pasmada que, cuánto más me acercaba, más se alejaba. Entonces enlazo que no tengo la mascarilla y que tal vez tenga pánico porque me encuentro a casi cien metros de su vehículo. He aquí que regreso a ponerme la mascarilla y vuelvo a acercarme porque me molesta que siga grabándonos, pero este sigue en la actitud amenazante, grabando mi acercamiento. Perpleja y viendo que no me atendía, vuelvo a terminar de recoger y éste sale del coche con la porra en mano y realiza una llamada. El “segurata” debió verse amenazado, y amenazó. Y yo me pregunto, ¿qué amenaza cabe en una mujer descalza y desarmada, que no desalmada, que intenta dialogar para comprender a qué viene tanta bulla y el porqué de la grabación? Finalmente, salimos del inutilizado recinto público que sin explicación política sigue cerrado al esparcimiento ciudadano, mientras el individuo arremete con su todoterreno y nosotras, las dos practicantes de yoga, nos quedamos del lado de fuera de la cancela con la intención de continuar lo que habíamos interrumpido. La cosa termina cuando dos motos de la guarda civil con sus respectivos guardias muy educadamente nos preguntan qué ha sucedido y uno de ellos, sin llegar a parar el motor, reseña la importancia del diálogo. La lástima, no obstante, es que el segurata se había largado haciendo imposible, por segunda o tercera vez, la práctica del diálogo.
Mi pregunta es en esta ocasión una duda particular de interés general: ¿por qué sigue inútil un espacio que bien puede tener una extensión que supera el 5% de Ceuta, cuando nos ordenan permanecer aislados en la ciudad si ya, entiendo, subsanaron la situ ación del supuesto peligro que suponía la mala salud de algunos árboles? Al margen de ello, entiendo que este señor hacía su trabajo y que, con escasas o nulas dotes de inteligencia emocional, lo hacía. Supongo que, como muchos afirman, obedece órdenes. La lástima es que escudándose en la obediencia se refugien en su incapacidad para comunicarse. Porque atacan, simplemente atacan. Un hombre con una porra frente a dos mujeres con dos esterillas. Y esto es todo, amigas. Si quieren parecer delincuentes en esta sociedad totalitaria, no más tienen que ir al campo a meditar.

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