No sé si esto es un acto de romanticismo de tanto Bécquer este año o si es el subidón de estar próximos a la tercera fase. Lo cierto es que ha sido un año singularmente complicado, y en eso tenéis mucho que ver, pero a la vez he aprendido lo suficiente para seguir adelante en esta profesión, y en eso también tenéis que ver.

Esta no es una carta de despedida (no soy amiga de las despedidas), sino todo lo contrario. Es una invitación a que vosotros, al igual que yo, sigáis también adelante. Y no me refiero a la moralina habitual de que saquéis buenas notas, estudiéis y todo ese discurso repetitivo que estáis hartos de escuchar a diario. No, ese trabajo se lo dejo a otro. Voy más allá.

¿Recordáis que siempre os he dicho que vuestras notas era lo que menos me importaba? Algunos no os acordaréis porque, como de costumbre, no me estabais escuchando o me estabais lanzando aviones a las espaldas (créanme, padres, el aeropuerto del Prat se queda en pañales); pero tranquilos, sin rencores. Una nota no define quiénes sois, eso se demuestra con la actitud. Estoy segura de que detrás de esas caras enfurruñadas, esa chulería de manual, esos ridículos aires de superioridad que desprenden algunos y ese afán infinito de buscar peleas por todo se esconden grandes personas con mucho talento que ofrecer al mundo, aunque estéis demasiado distraídos en las apariencias y en otras superficialidades baratas. Es normal, todo son consecuencias de la edad y de un sistema que os acondiciona a su imagen, capricho e interés; como dijo el filósofo “yo soy yo y mis circunstancias”. Por eso la cultura y las mentalidades abiertas juegan un papel fundamental, para tratar de ser lo más libres posible, mantenerse en las antípodas de la manipulación y no convertirse en la marioneta de nada ni de nadie.

Me consta que detrás de algunas miradas habita el dolor de sentirse diferentes y recurren a imitar conductas sociales que no les corresponden para ser aceptados y encajar dentro de la pecera equivocada. A esas personas, decirles que en el momento que se sientan preparadas deben romper con el miedo y ser conscientes de que vuestro lugar está donde os aceptan y os quieren por vuestra esencia, por lo que sois y no por lo que se espera de vosotros. No cambiéis vuestra personalidad porque otros traten de boicotearos la vida a cuenta de sus complejos. El problema no es vuestro, es de ellos. Quereos tal y como sois. El daño que alguien os haga a propósito no es más que una proyección hacia el exterior del vacío y las carencias que esa persona lleva por dentro, sus actos son un reflejo de lo que se esconde en su interior. Por eso es tan importante ser fuerte y tener la valentía de saber perdonar. Y como dice el mayor himno de la historia, que es la canción de Fangoria, “a quién le importa”, a quién le importa que seáis de izquierdas, de derechas, de costado o del revés; gruesos, delgados, altos o bajos; gays, lesbianas, heteros, o todo; creyentes, ateos o agnósticos; que tengáis la piel blanca, morena o verde; que os guste la copla española, el heavy metal o el reggaeton (bueno, el reggaeton, ejem…); si vestís calzoncillos de Calvin Klein, tenéis 14 millones en la cuenta y os da para comer en Aponiente; o si os compráis las bragas en el mercadillo, contáis con tres euros en el pantalón y solo os da para comer un bocadillo de mortadela en el escalón de un portal. O simplemente porque vuestra personalidad no sea del gusto e inclinación del resto de la humanidad, etc.

Lo hermoso de esta vida radica en la diversidad, es lo que permite complementarnos los unos a los otros (imagínense dos como yo en el colegio la ruina que podría suponer).

Nadie está por encima de nadie (y si alguien lo piensa que se revise). La discriminación no es justificable bajo ningún concepto. No sé qué pasa en este planeta que sobra la maldad y escasea la inteligencia, por no hablar de los que tienen menos integridad que una ameba. Al final de esta trayectoria todos acabamos en el mismo paradero, así que cuanto menos odio sobre las espaldas, mucho mejor y más sano. Lo que verdaderamente importa es ser buenas personas; el respeto por el prójimo; la consideración por el que está delante, detrás y al lado nuestro; mostrarse empáticos y amables con nuestros semejantes; no juzgar a los demás; desechar prejuicios; no hacer daño a ningún ser (humano o de otra especie); y, por descontado, respetar los derechos humanos de nuestros congéneres, sean cuales sean.

Algún día cuando ya os olvidéis de mí y os caiga menos mal con el paso del tiempo diréis: “uuyyy, la chalada de Lengua, aquella que me suspendía y me tenía manía”, y entonces, tal vez, recordéis esta monserga que os estoy soltando y os sirva para algo.

Quiero compartir con vosotros un secreto muy importante para mí. Una vez, el profesor más maravilloso del mundo habido y por haber me dijo que si quería saber quién soy existe un lugar intermedio entre cada uno de los recuerdos que van pasando por nuestra memoria, como pequeñas ventanas a las que hay que asomarse si uno quiere encontrarse consigo mismo. Con los años entendí lo que quiso decirme. Para ser feliz uno tiene que encontrarse a sí mismo, chocarse de frente con su “yo” y aceptarlo tal cual es. Afrontar los puñetazos de la vida y no despeñarse por el precipicio del victimismo os acercará un poco más a la felicidad, la clave está en saber encajar los golpes. Por supuesto, no espero ni mucho menos que comprendáis esto ahora como si fuera una especie de revelación o epifanía.

Qué va, eso no funciona así. Primero hay que darse tortazos hasta con las piedras para digerir lo que os digo. Pero al igual que me pasó a mí, también vosotros entenderéis con el tiempo lo que os quiero decir. Las decepciones, las injusticias, las desilusiones forman parte de vuestro crecimiento personal y de vuestra evolución como individuos dentro de una sociedad progresivamente más insustancial, que os quiere cada vez más inútiles y menos despiertos (no le deis el gusto, por favor). Y de esto sí, de esto cuanto antes os deis cuenta mejor.

Os espera un verano por delante (seguro que los ha habido mejores), y después un nuevo curso, incluso algunos ya estaréis en la universidad. Quiero desearos mucho ánimo, que os dejéis de tonterías, que viváis, dejéis vivir y seáis felices. No os voy a lanzar ningún mensaje a lo Federico Moccia porque la vida no es color de rosa, de hecho está plagada de nubes negras, pero que al final de esta aventura no se diga que no lo habéis intentado con todas vuestras fuerzas. A veces se os olvida lo afortunados que sois y no está de más que alguien os lo recuerde de vez en cuando. Sois jóvenes, con toda una vida por delante, con talento, con medios para conseguir vuestros sueños, con gente que os quiere y daría todo por vosotros. Lo demás va y viene. No importa que seáis médicos, carpinteros, fontaneros, abogados, pintores… Lo importante es que en un futuro próximo améis vuestra profesión y seáis los mejores.

Y, por favor, por cuadragésima quinta vez, tratad con más aprecio a vuestros profesores, y sobre todo a vuestros padres y a vuestras familias. No sois conscientes de todo lo que hacen por vosotros ni de los sacrificios personales, invisibles ante vuestros ojos, que llevan a cabo. Muchos os creeis que la ropa de calidad que tenéis, la paguita para salir de juerga o los iPhones (sí, esos que suenan en clase mientras me hago la sueca para no poneros el parte y que luego vengan a echarme en cara que os tengo manía) caen por gracia divina en vuestras manos. Y no digamos ya lo que tienen que aguantar a cuenta de los malos modos y el carácter tan veleta que calzáis. Y con respecto a los profesores, misma situación. Si hubiesen camaritas con micro en las clases a más de un padre o madre se le desbarajustaban los todos los chakras de golpe. Y, por supuesto, no serían tan comunes los gritos hacia nosotros, las groserías, las humillaciones, todo tipo de variopintos enseres volando por los aires (algunos hasta con futuro prometedor en la NBA), las faltas de pertenencias de mi bolso (tizas, para ser más exactos, con el fin de desencadenar una guerra a balazos que ya os digo yo que ni el desembarco de Normandía), las faltas de respeto continuas hacia el profesor y los compañeros, las mentiras para desacreditar al personal y un sinfín de historias más; por no hablar de los padres que aparecen dominados por una profunda efervescencia que ni las pastillas de las ardentías para encararse con aquí servidora (esas sí que son historias para no dormir y no las de Chicho Ibáñez).

Dado que estas son mis últimas palabras hacia vosotros quiero insistir en que seáis hombres y mujeres con principios. No piséis a nadie para conseguir vuestros objetivos, que el honor y la honradez nunca pasen de moda. Que todos los triunfos (ojalá sean muchos) lo logréis con elegancia. Procurad no ser esclavos del dinero para no enfangaros de mediocridad y caer en el error de creer que con un trozo de papel podéis comprarlo todo.

Todavía, por fortuna para la humanidad, hay cosas que no están a la venta (o, al menos, aún quedamos cuatro locos que nos aferramos a esa idea). Tampoco seáis ese tipo de personas que van abusando de su poder, no hay nada más loable que el don de la humildad, aunque últimamente esté en peligro de extinción. Este mundo está lleno de hienas, buitres y víboras (lamento la metáfora, pobres animales) que os intentarán comprar y corromper. No lo permitáis jamás. Id de frente y siempre con la verdad por delante (así es como uno evita perderse, pues la verdad solo tiene un camino). Os doy mi palabra de que merece la pena mantenerse en la resistencia, aunque en ocasiones os podáis sentir solos en la lucha.

No nos volveremos a ver o, quién sabe, puede que algún día nos encontremos donde menos imaginamos, la vida da demasiadas vueltas y nunca se sabe dónde te va a colocar; es un misterio que, para bien o para mal, forma parte de su encanto.

Muchos besos y hasta siempre.

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