Ceuta desarrolla lánguidamente su peculiar proceso evolutivo sin perder la condición de monstruo. La extraña configuración de su arquitectura política (económica y social), se aparta por completo de los parámetros mínimos de racionalidad, amenazando muy severamente el futuro.
No fuimos capaces de resolver nuestro encaje en el Estado de las Autonomías. A pesar de la dura batalla que en su día libró (y perdió) nuestro pueblo por esta causa, la alianza entre el PP y el PSOE nos ha condenado definitivamente a vivir enjaulados en un engendro administrativo, sin acomodo en la Constitución, que expone impúdicamente nuestra debilidad.
También hemos fracasado en el intento de encontrar un lugar óptimo en la Unión Europea. Era una segunda oportunidad para normalizar Ceuta. No es baladí el anhelo de desprendernos de la vitola de “diferentes” que nos persigue hasta la asfixia. Los partidos políticos de la alternancia habían expresado públicamente el compromiso de integrar a nuestra Ciudad en la Unión Aduanera, y procurar el reconocimiento de un tratamiento específico adaptado a nuestras características. La negociación del próximo periodo presupuestario, era el marco elegido para incardinar la reivindicación. Se ha saldado con una nueva y sonora frustración. Otra mentira al descubierto. El discurso para consumo interno de PP y PSOE no tiene ninguna relación los hechos. No se han movido ni un ápice para cambiar las cosas. Ceuta continúa retratada como un ente anacrónico de naturaleza indescifrable.
Las consecuencias de este anómalo régimen no se limitan al dominio administrativo y político, en el que es fácil evaluar los perjuicios, sino que tienen derivaciones perceptibles en todos los ámbitos. El PP, que se desenvuelve con facilidad en este escenario, gestiona la vida pública de Ceuta como si se tratara de una colonia.
Durante su ya prolongado mandato, han ido estrangulando el sector privado de la economía de la Ciudad sin ocuparse de su reconstrucción. Paralelamente han fortalecido el sector público, concentrando entorno al empleo de calidad generado por éste a un determinado segmento de la población. De este modo, se han hecho valedores de un inexorable proceso de fractura social, que deviene en la convivencia dos ciudades radicalmente opuestas. Lujo y pobreza se entremezclan y friccionan indefectiblemente sobre un reducido espacio, en una tensa y expectante angustia.
La Unión Europea ha levantado acta de esta perversión. Ceuta ha sido incluida, formalmente, en el grupo de las “regiones más desarrolladas de Europa”. Según las instituciones europeas, Ceuta está en la élite de Europa.
¿Cómo es posible que la región con más paro (39%) y más pobreza (40%) de Europa sea considerada una región rica? Evidentemente, porque somos campeones del mundo en desigualdad. No existe parangón.
El auténtico problema es que el Gobierno (y el partido que lo sustenta), lejos de intentar revertir esta dinámica la alimenta y extrema sus consecuencias. El último dato conocido es que, incluso en los cortes de suministro eléctrico se impone la discriminación. Al analizar los motivos del reciente apagón general, se ha sabido que, por una decisión política, cada vez que se produce un descenso de potencia en los equipos generadores, las líneas que abastecen a las barriadas y al campo exterior son las primeras en desconectarse, independientemente del origen, la causa y el lugar de la avería.
Esta sí que es la seña de identidad de la Ceuta del PP. La desigualdad como norma en todos los órdenes de la vida. Hasta en los apagones.
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