El debate sobre la función de los medios de comunicación en las sociedades democráticas es viejo. También el de la ética periodística. Incluso a nivel jurisprudencial hay una rica doctrina constitucional que marca con nitidez el concepto del derecho a la información veraz, consagrado en el artículo 20 de la Constitución Española, al fijarlo como límite al también derecho a la libertad de expresión.
Si pensamos que los grandes grupos de comunicación están en manos de poderosas corporaciones de poder financiero, la pregunta es obvia: ¿realmente se recibe una información veraz, o se nos informa sólo de aquello que interesa al Poder establecido?
Hace tiempo que hubiera querido felicitar al joven periodista Francisco Javier Carrión, por el premio que en 2013 le otorgó la Asociación de la Prensa de Madrid. También lo recibió en dicha edición la veterana periodista Victoria Prego. Francisco ha colaborado con El Mundo, y recibió el galardón “por su cobertura de las revueltas en Egipto, en la que ha cultivado todas las técnicas del reporterismo, entrevistando tanto a los grandes protagonistas públicos como a los ciudadanos anónimos”. Y también porque “a pesar de su juventud, ha demostrado una clara entrega al ejercicio de un periodismo independiente y crítico”.
Conozco a Francisco desde pequeño, aunque no he tenido con él relación profesional o personal. Sí la he tenido con sus padres. Además de paisanos, son buenos amigos. Juntos hemos peleado por causas justas para nuestro pueblo. De su hijo tenía referencias de que era muy buen estudiante, además una persona bastante íntegra y responsable. Y muy valiente. Sus trabajos en El Cairo, como redactor de la agencia EFE y como freelance en El Mundo, además de otras incursiones en zonas de conflicto, como Irak, lo avalan. Días atrás vi y saludé a su madre, y recordé que tenía pendiente esa llamada de felicitación. He preferido hacerlo a través de estas páginas. Para ello, me he documentado, entre otros sitios, en su página web www.franciscocarrionmolina.es.
En su declaración de intenciones sobre el periodismo que defiende, nos dice que hay que vivir en el terreno y contar lo que ocurre. Y lo hace a través de un impactante relato de su experiencia en la plaza Tahrir de El Cairo, durante aquellos 18 días que se convirtió en el centro del mundo. “Por mucho que los avances tecnológicos hayan conectado el mundo, el reportero necesita estar físicamente donde se fragua la transformación. Es la única manera de garantizar su calidad”, nos dice. De la misma forma, continúa, es imprescindible “…Su preparación, su conocimiento sobre el país en cuestión, la lucidez de su mirada, el grado de honestidad y compromiso….”. Pero también nos alerta acerca de que la información es fruto de la apuesta editorial o del mimo de unas secciones y unos medios de comunicación inmersos en una crisis de identidad, agravada por “…una cuenta de resultados en números rojos”. Por último, parafraseando al filósofo alemán H. M. Enzensberger, recomienda la “aproximación neutra y fría” al suceso, a la hora de contar la noticia, en lugar de “demostrar ciertas opiniones”. Y para ello nada mejor que cultivar las relaciones con los periodistas y activistas locales.
Me ha llamado especialmente la atención una de las crónicas que cuelga en su página, sobre la emigración ilegal de sirios. “Es mejor morir que soportar esta humillación”, se titula. Cuenta las penalidades que están pasando los sirios que, como consecuencia de la guerra de su país, viajaron a Egipto, donde se les trató como compatriotas, hasta que las nuevas autoridades han alentado una “brutal ola de xenofobia” contra ellos. A partir de ese momento, la única forma de abandonar el país es dejándose atrapar por las mafias del tráfico de personas. Mientras leo este espeluznante relato de sufrimiento, me vienen a la retina las imágenes de esos niños sirios inocentes, que seguramente han llegado hasta aquí a través de estas mafias, que juegan y se acercan a todo el que ven en la Plaza de los Reyes de Ceuta; en esa especie de campamento improvisado que han montado sus mayores, para reclamar ayuda y justicia. Como decían los diputados de la coalición Caballas en uno de los plenos de la Asamblea de Ceuta que debatió sobre el asunto, de no ser por la firmeza y actitud responsable del fiscal jefe de Ceuta, y de la jefa del Área de Menores de la Ciudad, hasta la patria potestad se la hubieran quitado a esos padres desesperados que ven, día a día, cómo el futuro se les escapa de las manos.
Hace pocas semanas, el representante de Podemos, Pablo Iglesias, ha conseguido introducir en la opinión pública el debate acerca de la necesidad de una regulación legal que garantice la libertad de prensa sin condicionantes de empresas privadas o de la voluntad de los partidos políticos. Creo que es un debate necesario y urgente.
Enhorabuena, Francisco. Y no olvides nunca las palabras de Samira Ibrahim, que tú mismo te encargas de recordarnos en tu magnífico relato: “Mi padre me enseñó a romper las paredes del miedo. El resto calló. Yo no”.
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