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Hacia la “solución final” de europa

Dicen que hay tres maneras de atraer a los lectores hacia un libro. Una, el título del libro; dos, la primera frase; y tres, las cien primeras páginas. El libro que ha escrito el periodista norteamericano Christopher Caldwell reúne las tres condiciones indicadas más arriba. El título –“La Revolución Europea”–, sí, es un tanto ambiguo y puede dar lugar a equívocos, pero su subtítulo –“Cómo el islam ha cambiado el viejo continente”– no deja lugar a dudas, antes de abrirlo ya se sabe de qué va el contenido. La primera frase con que se abre la lectura –“Europa occidental se convirtió en una sociedad multiétnica en un momento de despiste”– es sublime, soberbia, memorable, portentosa, originalísima. Y por último, las cien primeras páginas, que abarcan la primera parte del libro, se leen prácticamente sin levantar la vista del texto. Todo aquel que se repute de ser un lector ocupado y preocupado por el tema de que trata el libro no podrá desprenderse de él hasta llegar a la última página. Para su lectura se ha de tener un lápiz a mano para, o bien, subrayar, o anotar al margen. No existe en él desperdicio alguno, no hay ganga alguna en sus páginas, no hay palabrería prescindible, no hay relleno, todo su contenido es imprescindible, importante, ineludible. Aquí esa enfermedad moderna del pensamiento llamada ‘políticamente correcto’ no existe. En palabras del autor “el objetivo (del libro) es la economía de expresión, no estereotipar o excluir. Este libro evitará el alarmismo y la provocación gratuita, pero también el eufemismo y esa especie de postración preventiva que caracteriza la mayor parte de los escritos sobre temas que tocan la identidad étnica”.  
No se descubre nada con decir que los europeos se han manifestado resueltamente en todo momento en contra de la inmigración masiva, que, por el contrario, fue alentada por las élites europeas políticas y comerciales, teniendo como telón de fondo cierto sentido de culpabilidad por lo sucedido con los judíos a manos de la Alemania nacionalsocialista. A este respecto, el día 20 de abril de 1968, escribe Caldwell, el parlamentario británico conservador Enoch Powell dio un discurso en la ciudad de Birmingham, y entre otras cosas dijo: “Debemos de estar locos, literalmente locos, como nación, para permitir la entrada anual de unos 50.000 dependientes, que son en su mayor parte el potencial del futuro crecimiento de la población de ascendencia inmigrante. Es como contemplar a una nación enfrascada en construir su propia pira funeraria”. Pues sí, estuvimos locos y toda Europa, en efecto, construyó su pira funeraria. Y en esas estamos, con una inmigración, sobre todo la islámica, que Europa no sabe qué hacer con ella. Ni asimilación, ni integración, ni europeización, ni occidentalización, Europa no encuentra la fórmula para acomodar a ese islam inmigrado en su seno. Ese islam inmigrado es refractario y renuente a acomodarse a los usos, costumbres y leyes con los que los europeos se gobiernan. A este respecto, cierto pastor luterano danés manifestó que “no se puede integrar a grandes cantidades de musulmanes en países cuya base cultural es cristiana”.
Hay que darle la razón a Gerd Koenen cuando allá por 1990 dijo que “los cientos de miles de personas que emigran año tras año (…) a la República Federal de Alemania no piensan para nada en introducir mejoras de ningún tipo en el carácter alemán o en embellecer la cultura alemana. Y mucho menos aún pretenden servir de baluarte contra o garantizar a favor de lo que sea. Han abandonado sus países por la simple razón de que, por los motivos que fueren, allí les iba muy mal”. Indudablemente que a quienes emigran a otro país les mueve únicamente el prurito de encontrar una vida mejor para ellos y para sus hijos, por tanto, es una ingenuidad pensar que allá a donde vayan llevan la intención de mejorar el país que les acoja. Pero dicho esto, lo menos que se pide a esas personas es un mínimo de lealtad con el país que les abre las puertas. Lealtad que se manifiesta en respetar escrupulosamente sus leyes, sus normas y sus reglamentos, así como la cultura y la religión de ese país. Así lo hicieron los inmigrantes procedentes de las zonas europeas más deprimidas que accedieron a los países más desarrollados e industrializados de la propia Europa: portugueses, españoles, italianos, yugoslavos y griegos. Se asimilaron y se integraron, ellos y las siguientes generaciones.
Para acomodar a ese islam inmigrado, Europa puso en marcha esa ideología perversa conocida como ‘multiculturalismo’, que no es más que una ideología dirigida contra la cultura europea, las tradiciones, la identidad de los diferentes estados europeos, a favor de la cultura y religión islámicas. Todo ello con el propósito de hallarle acomodo en el seno de Europa a ese islam inmigrado. Y aun así, ese islam inmigrado conspira de alguna manera para suplantar la cultura, las tradiciones y la religión europeas por las suyas propias. Así, de esta guisa, las leyes islámicas van tomando el control de barrios de las ciudades europeas, constituyéndose así en ‘guetos’ en los que las leyes de los países de acogida no pueden internarse en él, y en donde rige la ley islámica, la sharia.
El 9 de julio de este año tuvo lugar en el Parlamento Europeo, en Bruselas, la Conferencia Internacional sobre la Libertad de Expresión y Derechos Humanos organizada por la International Civil Liberties Alliance (ICLA), en donde se estableció una línea estratégica de acción para luchar contra la agenda islámica de la imposición de la sharia en países occidentales. A este respecto, en la última página de su libro, Caldwell escribe: “Sin embargo, por mucho que se diga lo contrario, el islam no es en ningún sentido la religión de Europa y no es en ningún sentido la cultura de Europa”. Caso contrario, añado yo, Europa caminará hacia su ‘solución final’.

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