Opinión

Hacia la búsqueda de la verdad

El último libro de Juan Carlos Ramchandani “Lecciones del Camino Eterno”, ha sido todo un regalo para el espíritu, y un alimento que lo nutre con mucha bondad y sana inteligencia.

En definitiva, se trata de preciosa obra válida para cualquier sendero espiritual que camine bajo la luz radiante del Creador del mundo visible e invisible. Debo decir que soy un católico practicante, plenamente convencido de su doctrina, y seguidor de nuestro Señor Jesucristo, y de la reina del universo María Santísima.

Sin embargo, me siento muy horado por escribir esta reseña sobre esta preciosa creación intelectual de mi amigo y hermano en el camino de la vida, y siempre bajo la presencia del Dios único, verdadero y todopoderoso. Siento un profundo respeto por Krishna Kripa Dasa, el nombre espiritual de Juan Carlos, y de todos los buscadores de la luz y las virtudes, que conocen y sienten la inmortalidad del Alma, y su misteriosa conexión con el Altísimo; creador de todo lo que existe, tanto en el ámbito temporal como en el espiritual, siempre oculto a nuestros sentidos corporales.

Me encantan muchas cuestiones que se exponen en esta obra escrita, pero quizá, lo que ha encandilado mi atención desde el primer momento, es que este libro no rehúye el mundo sobrenatural, y se adentra en él lleno de fe y confianza. Con este sentimiento van pasando los capítulos, con repetidas alusiones al profundo significado de la existencia, y al excelso lugar al que pertenecemos, y nos llama nuestra eterna relación con Dios. Afortunadamente, Juan Carlos, no ha escrito un libro de autoayuda, típico de los “coach de vida”, que se van abriendo paso para empoderar a las personas hacia consecuciones y logros de corte mundano, y en muchas ocasiones también fomentando el individualismo y el aislamiento social.

Este tipo de predicadores del éxito mundano, se valen de todo tipo de argumentos y raciocinios para aumentar la producción laboral y la acumulación de riqueza material. No dudan en usar lenguaje propio de las diferentes espiritualidades como instrumentos válidos para la consecución de sus objetivos, relacionados con el progreso material, siempre que dejen de lado el dolor, y nunca hablen de la muerte. Justamente, el desarrollo espiritual es todo lo contrario, se abre a la posibilidad diaria de la muerte corporal, y persigue la disminución del “yo”, el vaciado del “sí mismo”, con el fin de dejar espacio al espíritu de eternidad, permitiendo que sea Él quien tome el control de nuestras pequeñas vidas mortales. Para este libro, que recomiendo encarecidamente, la muerte no debe considerarse una certeza incómoda “…sino como la meditación definitiva para restablecer la claridad y la perspectiva en todos los aspectos de nuestra vida”.

"Leyendo estas páginas nos acercamos al ideal de santidad, condición necesaria para unirnos al todopoderoso; por eso, en esta obra, todas estas ideas intentan ser un espejo de lo que tenemos que llegar a ser"

Añadiría además, que sin muerte no hay paso hacia la eternidad, y por lo tanto, la existencia incierta en este mundo temporal, pierde todo sentido y gracia. Hermana muerte, decía San Francisco de Asís, para expresar el momento más crucial de toda nuestra vida, y donde se decidirá nuestro destino en la eternidad.

Una vez alcanzada la meta luminosa del mundo espiritual, “…..el alma disfruta de felicidad y dicha eternas, sin tener que pasar por la desesperación, la enfermedad, la decadencia y la muerte”. Sin embargo, para aquellos que rechazan la luz y se hunden en las tinieblas de sus maldades, también son posibles otras existencias oscuras e inefables, y será para toda la eternidad.

Leyendo estas páginas nos acercamos al ideal de santidad, condición necesaria para unirnos al todopoderoso; por eso, en esta obra, todas estas ideas intentan ser un espejo de lo que tenemos que llegar a ser. La batalla espiritual, exige una capacidad espiritual y una práctica de la virtud heroica, se necesita un ejercicio continuado para entrenar y someter los deseos carnales desordenados y así poder alimentar sanamente a nuestra alma inmortal. Para penetrar en el reino de la luz se necesita convertirse en luz y para ello, nuestro principal alimento debe ser la luz.

Encuentro mucha paz y serenidad en estas bellas páginas, propias de alguien que alberga un gran patrimonio de oración y meditación. A diferencia de los católicos, que además de estas herramientas, tenemos también, y sobretodo, los sacramentos como compromiso de vida ineludible, para hacernos similares a Cristo, los hindúes se desarrollan con estas dos herramientas básicas y poderosas. Todo este texto invita a la transformación personal desde la religiosidad hacia la espiritualidad; por eso Cristo hablaba de seguir su camino en “Espíritu y Verdad”, en aquel precioso encuentro con la samaritana del pozo.

El verdadero ecumenismo, no consiste en aceptar las doctrinas y verdades no compartidas, o en cocinar un guiso de creencias mestizas a la carta. Ni mucho menos consiste en crearse un Deísmo propio, tomando de aquí y de allá, ajustado a las necesidades de la vida temporal que más nos plazca. Dios es orden, y ha propiciado diferentes espiritualidades que siguen al único Creador de todo, en ese respeto consiste el diálogo entre religiones. Es mucho más edificante buscar puntos en común, que discutir las discrepancias doctrinales. El que vive el ecumenismo, percibe el reto que supone acercarse con respeto y harmonía al otro, haciéndole sentir su amor. Mantener el respeto a las verdades generales que subyacen en las vías espirituales, buscando los puntos de encuentro, mientras se aceptan las diferencias y se aprende de ellas.

Todo el que ama a Dios, se compromete con el prójimo, y con la salvaguarda del jardín común heredado, encontrará una gran fuente de inspiración en esta obra. En ella, encontraremos recetas para ser humildes y para conquistar el orgullo y dominarlo, a trabajar en equipo y salir de nuestra zona de confort, a valorar a los maestros espirituales de todos los tiempos, y a tener la certeza que la honestidad siempre vence. También, a darnos cuenta que, la mayoría de las veces, el problema está en nuestro interior, justo por no conocernos a nosotros mismos. A mayor conocimiento interior, aumenta la libertad de elección en la vida y la respuesta santa hacia todas las propuestas que nos invaden desde el espíritu del mundo. El meollo de la santidad consiste fundamentalmente en morir a sí mismo y entregarse a la voluntad de Dios sin condiciones. Es sobre-todo, sentir dolor por el pecado y la falta de virtud en nuestras actuaciones diarias, esta es la única forma de poder reparar todo el mal que hacemos. Con cada gesto amoroso el universo cambia a mejor, pero con cada iniquidad aumentan las tinieblas.

Cada imperfección cuenta, cada falta de caridad se anota en el libro de la vida, y será mostrado desde el principio y hasta el final de lo vivido, en esto consiste la iluminación de la conciencia. Estamos en una escuela de almas para conocernos, reconocernos y caminar constantemente bajo la luz del amor, y hacia la eternidad resplandeciente con Dios. Todo lo que no sea seguir este sendero, es perder la preciosa oportunidad de vida eterna que se nos ha dado, y nos pone en el riesgo de la muerte eterna.

Concluyo esta modesta reseña con una oración del Beato Charles de Foucauld “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mi lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más Padre. Te encomiendo mi alma, te la entrego con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre.

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