Opinión

Habrá quedado claro

Evidentemente, celebrar la Navidad es algo que hemos construido socialmente. Pero la puesta en escena y la logística comercial nos lo ha mezclado todo, al menos en la superficie. Ya que esta celebración con familiares, amigos, vecinos, encuentros por la calle, etc., no distingue si es el gorro rojo y blanco el símbolo de la Navidad o lo es, y parece que en menor medida lo es, el villancico. Con el contrasentido de que el atuendo rojo y blanco está cimentado puntualmente sobre los días 24 y 25 de Diciembre, y el villancico está centrado en la Natividad o nacimiento del niño Jesús, pero también en su anunciación anterior y en la posterior celebración de los Reyes Magos. Además, la Natividad de Jesús marca todo el año nuevo que sigue, tanto para el creyente como para el agnóstico, tanto litúrgicamente como social o popularmente. Y es que creyentes o agnósticos, cualquiera, puede vivir en armonía con la voluntad de Dios.

La pandemia nos ha mermado, en estas fiestas navideñas, el contacto con los otros. Al igual que lo ha hecho durante este año que se ha ido y lo hará probablemente aún durante gran parte este año nuevo. Pero sí que nos ha ayudado a ser más solidarios entre nosotros, y a probarnos para, de alguna manera reflexionar e inclinarnos a dedicarle más tiempo a los otros. Nos ha podido orientar hacia el mismo camino que traza la Natividad de Jesús, que simboliza la figura de su samaritano, y que argumenta la encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti: el camino de sentir la dignidad humana, reconocer que nadie se salva solo y que únicamente es posible salvarse juntos. Y éste parece ser que es realmente el fondo de la superficie, y lo que la celebración de la Navidad proyecta en el nuevo año que tenemos que afrontar para salir adelante. Tanto si lo percibimos así como si no.

Para salir adelante, y con disponibilidad, hay importantes líneas de fuego que afrontar. Una de ellas es el misterio del origen de la Covid-19: si una especie de murciélago que lo transmite al hombre, si el pangolín, si unos productos congelados que habían sido importados, si el mercado de Wuhan, si un accidente de laboratorio, si está vinculado a la contaminación, en el cantón de Mojiang en 2012, de una media docena de personas presentando una neumonía severa con complicaciones similares a las de ahora. En fin, el tiempo pasa y las oportunidades de esclarecer el origen de la pandemia se reducen, con una falta de cooperación del gobierno de Pekin que está siendo evidente, y con la constitución reciente pero sobretodo tardía, por parte de la OMS, de un equipo de expertos internacionales para que en los próximos días (o meses) intenten esclarecer el enigma.

En cualquier caso, estudios científicos y entre ellos los de la Universidad de Harvard, han demostrado el vínculo entre la calidad del aire y la propensión al virus. Y es que nos resentimos frente a la calidad del aire y también a la calidad de los espacios. Cuestiones que la pandemia ha puesto como prioritarias en la agenda política y que probablemente las pondrá en otras esferas, como por ejemplo en la Bienal de Arte de Venecia de este nuevo año. Ya que la degradación de estas calidades, debido a la polución atmosférica, sonora, luminosa…, no constituyen virus en sí, pero si pueden ser pandémicas y virulentas en permanencia.

Comenzamos el año esperando volver a una normalidad que no será la misma. Pero es posible que juntos la mejoremos. En esta línea los VeintiSiete (países europeos) se han apresurado, en la víspera del quinto aniversario del acuerdo de Paris, a comprometerse en reducir (en el conjunto de todo su territorio) al menos en un 55% las emisiones de gas de efecto invernadero, desde ahora hasta el 2030. Y además, sería deseable que se uniesen más países a la iniciativa de Francia, que pretende incorporar en el artículo primero de su Constitución, la defensa del clima y la preservación del medio ambiente.

Esperemos que en el escenario de esa nueva normalidad (que aún nos queda por alcanzar) tras superar la pandemia, podamos juntos transformar nuestro aire y nuestros espacios en más saludables y más sostenibles para vivir. No es solo nuestra salud o inmunidad la que se beneficia, sino también nuestras propias vidas afectivas. Las cuales posiblemente nos favorecerán en ser más solidarios, en dedicarle más tiempo a los otros, y en la preservación del paisaje natural y de ciertas formas de vida social.

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