Pedro Almodóvar se resiste con su cine atemporal al cambio del negocio del cine, más transparente que nunca (si cabe), y con su sello de identidad de toda la vida.
El realizador transmite su visión artística desde esos cuidadísimos coloridos que lo encumbran como el Andy Warhol del panorama audiovisual internacional, con exquisita selección de casting, localizaciones que se erigen como casi parte del reparto y suponen elemento clave en la historia (ese caserón de lujo sin el que nada de la historia sería igual) y una idea cristalina de qué contar y cómo hacerlo.
Sin prisa, cocinado a fuego lento, huyendo del convencionalismo y de la deshumanización, el manchego narra desde su propia perspectiva y con exquisitez de quien tiene la sensibilidad como don natural, la historia de dos amigas de toda la vida que se reencuentran en una circunstancia tan excepcional como definitiva.
La película resulta una oda al intimismo, la amistad y la independencia a la vez que a la belleza de aquello que nos rodea y en lo que no solemos reparar, normalmente pendientes de lo vertiginoso del día a día. Pero también supone cuando esa delicadeza se transforma en ciertos pasajes en opinión, seguramente el mayor pecado de la obra, un alegato activista a favor de la libertad de elección sobre la propia muerte en situaciones en las que no hay vuelta atrás. Seguramente esta valentía para meterse en charcos de quien se siente con poco que perder, empuja al cineasta a incluir detalles que sacrifican frescura en favor de enfatizar cierto mensaje (pinceladas maniqueas, superioridad moral camuflada de discurso intelectual o falta de humildad a la hora de evitar juzgar cuando consideras impropio que te juzguen a ti), elemento que con bastante probabilidad evita que el producto final, muy notable en su conjunto, pueda ser definido como una película redonda.
Tilda Swinton y Juliane Moore están maravillosas transmitiendo con su química y mirada de gran actriz experimentada lo que las palabras no son capaces de transmitir al respetable, en lo que supone, por cierto, y hablando de palabras, el primer largometraje rodado por Almodóvar en inglés, quién iba a decírselo hace unas décadas…
El estupendo reparto va más allá de este mano a mano entre las dos actrices protagonistas (completado por unos sobrios papeles masculinos a cargo de John Turturro, Juan Diego Botto o Raúl Arévalo), pero si algo debemos destacar como tercera clave de la excelencia, tras el sello de calidad marca del autor y los grandes trabajos interpretativos, es la música original del gran Alberto Iglesias, capital en el clima de la historia y básico en la construcción de la ambientación.
La cinta Se estrenó el 2 de septiembre de 2024 en el 81.º Festival Internacional de Cine de Venecia,45 donde ganó el León de Oro a la mejor película, y recibió de la revista Time el elogio de la siguiente afirmación: “si es posible hacer una película alegre sobre la muerte, Almodóvar acaba de hacerlo”. Podría decirse para englobar opiniones muy variadas y variopintas, que lo que nadie quiere o se atreve a discutir, es que La habitación de al lado es una película hermosa.
Puntuación: 8
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