Opinión

Es la guerra

Tengo la impresión de que Europa ya se está cansando de la putinesca invasión rusa de Ucrania y está echando el freno o ralentizando su ayuda u ofreciendo mucho menos de lo que Zelenski pide a pesar de su gira por los países europeos, donde además de su petición de pertenencia a la OTAN solicita la de la UE. Parece que Ucrania está perdiendo la guerra sin la ayuda o la escasa ayuda de los gobiernos occidentales. No creo que los Leopard sean suficientes para poder parar las ofensivas rusas que se presumen en dos meses mientras los ucranianos soportan la destrucción de ciudades y asesinatos de civiles que el tal Putin se ha fijado como meta. Los ucranianos para su defensa necesitan de la tecnología occidental y los cazas necesarios, si es que se los entregan, y eso requiere un periodo de aprendizaje cercano al año con tripulaciones de muchas horas de vuelo previas para que sean operativos medianamente. No se esperaba una tragedia como esta en Europa. El propio Zelenski dijo que las bajas del lado ucraniano se están volviendo «insostenibles» habiendo días que superan las 300. La ofensiva ucraniana no ha detenido la reconstitución de las unidades rusas, que se han visto reforzadas con buena parte de los soldados movilizados en los últimos meses. Se estima que un cuarto de millón de soldados se estaría desplegando en el este de Ucrania. Hay quien piensa, como hace el coronel Richard Kemp, antiguo comandante de las tropas británicas en Afganistán, que el Kremlin se está preparando para “despedazar” a Ucrania y que toda la ayuda que se está prometiendo en estas semanas y que no llegará hasta finales de primavera no podrá impedirlo

El ciudadano medio europeo, también fatigado por la duración de la guerra, nunca entendió del todo las razones de este conflicto, pero sí ha experimentado en su propio bolsillo las consecuencias. Porque todos los gobiernos culpan a la guerra en Ucrania de la galopante inflación y de muchas otras cosas con tal de quitarse de encima su responsabilidad. Y no solo los europeos muestran su cansancio, también los norteamericanos, de donde proviene la mayor cantidad de dinero y armas para la ayuda a Ucrania. Según un estudio del PEW Research Center (Centro de pensamiento ubicado en Washington) de la semana pasada, algo más de un cuarto de los norteamericanos están decididamente en contra de seguir enviando ayuda bélica y financiera a Ucrania. Los miembros del partido republicano ya expresan su malestar sobre el monto de la ayuda militar que la Administración de Biden destina a Ucrania, y ponen abiertamente en duda los motivos del presidente amenazando con no aprobar un dólar más en apoyo a Kiev. Desgraciadamente la guerra es muy cara y en poco tiempo se queman ingentes cantidades de proyectiles, equipamiento y sobre todo de personas. Era impensable que hace un año un país europeo invadiera a otro también europeo, pensábamos que en estos tiempos las guerras eran cosa de otras civilizaciones y esta guerra nos ha despertado del sueño por la demencia de un político ruso y aún no sabemos hasta dónde puede llegar. Quizás la única salida sea la negociación, la hora de la diplomacia, para no prolongar el horror y el sufrimiento, aunque no le guste a nadie. Por ahora y lógicamente, los ucranianos no están por la labor, “puedo asegurar que Ucrania no está dispuesta a sacrificarse a sí misma para evitar la Tercera Guerra Mundial. Los ucranianos tenemos derecho a auto defendernos y también derecho a la libertad”, acaba de decir el escritor ucraniano Yuri Andrujovich.

A esta guerra que es realmente preocupante, se añade en nuestro querido país, España, otra que ya nos está afectando desde hace un tiempo y es la guerra cultural, que pudiera parecer algo de comedias, tragedias y sinfonías interpretadas en una sala, pero nada tiene que ver. Se está librando una guerra, y la izquierda no deja de sumar victorias. Es el resultado de las medidas que impone la Unión Europea, sin tener competencias para ello y las que impone nuestro Gobierno pese a haber manifestado que nunca lo haría y que pueden tener como resultado la disolución de España. Son las leyes y todo tipo de disposiciones que la izquierda en España impone desde su poder, que están cambiando poco a poco el patrimonio ideológico en los que se asienta nuestra sociedad y fundamentalmente la familia. Ya los hijos no son de los padres, los menores de edad pueden abortar sin consentimiento paterno, como cambiar de sexo; a los violadores y pederastas se les perdona gran parte de la pena; el Estado se encuentra inerme ante un golpe de estado si se hace sin violencia o intimidación; la memoria solo es democrática si piensas lo que yo te diga y así podemos continuar porque de lo que se trata es de derribar el Estado actual. ERC, partido en el que se apoya Sánchez para continuar en el poder acaba de señalar que: “Somos aún la principal amenaza contra este Estado”, esto lo consiente el Gobierno y la oposición no hace un solo comentario, cuando tenía que tratar de ilegalizar ese partido. Tampoco la Fiscalía General hace nada.

Esta guerra cultural se está imponiendo sin respetar la libertad, nos sorprende ver cómo la izquierda impone por la fuerza —la del Estado— sus propias ideas. Las recientes leyes aprobadas constituyen un ejemplo de ello .Es el autoritarismo, sin debates, sin consejos que les frenen y les hagan reaacionar. Un ejemplo de hasta donde se puede llegar lo tenemos recientemente en el Tribunal Constitucional, último garante que nos queda al haber sido protagonista de unan de los más escandalosos actos que pueda caber en dicho Tribunal, la prohibición a una de sus miembros, la magistrada Espejel, del derecho a inhibirse en una causa al considerar ella que estaba contaminada por haber intervenido el en el asunto a debatir, en un estadio anterior. Como consecuencia de ello la falta de quorum impediría el número suficiente de votos y el Tribunal ha obligado por la vía de su Presidente, el del barro en las togas y en contra del criterio de la magistrada, a mantener postura, sin competencia para ello.

"El ciudadano medio europeo, también fatigado por la duración de la guerra, nunca entendió del todo las razones de este conflicto, pero sí ha experimentado en su propio bolsillo las consecuencias"

Para el comunista Gramsci, ideólogo de la batalla cultural, en abstracto “ la presencia ininterrumpida en el poder de políticos genera un consenso cultural, social y más tarde político que había que romper mediante la revolución si los opositores querían llegar al poder, mediante el establecimiento de una nueva idea universal que interpelase y reuniese no sólo a la mayoría de su comunidad política, sino que además fijase las condiciones sobre las cuales quienes quisieran desafiarla debían hacerlo”. Es decir, dando una batalla cultural antes que política y generando un «momento de hegemonía» que propiciase el desbordamiento del régimen establecido. En mi opinión no son necesarias más revoluciones sino volver a valorar el sentido común, establecido en nuestra Constitución con todas las imperfecciones que se le achacan, como punto intermedio y la búsqueda del equilibrio, sobre una idea integradora, la de la creencia en España. Gran parte de españoles no creen en España. Es el posmodernismo, hablar mal de España está bien visto, a cualquier intelectual no se le tacha de tal si no está permanentemente hablando mal de España, no del gobierno, de España. La leyenda negra es su Biblia, mejor dicho su Corán, la leyenda negra jamás ha tenido tanto apoyo entre la intelectualidad española como ahora y la parte de la izquierda que ha comprado ese discurso está facilitando la llegada de nuevas leyendas negras, como la que sostiene que España nunca ha existido. No se conoce la Historia si solamente se estudia a partir de 1812 y la guerra civil última, solo la del bando republicano. Se amputa el conocimiento de la gran Historia de España. En consecuencia, la izquierda de España es singular porque considera el patriotismo como algo de derechas por lo que hay que evitarlo.

Pero el patriotismo es unificador porque no ve diferencias, al contrario que el nacionalismo que impone barreras , el patriotismo es positivo porque no o desprecia al contrario, mientras el nacionalismo separatista es supremacista .Ser patriota no tiene nada que ver con ser de derechas o de izquierdas, es sentirse bien con tu país, sentirse orgulloso de pertenecer a una colectividad, sin importar su credo y eso conduce a intentar aunarnos y que la sociedad funcione mejor, pero la no creencia en España lo impide, porque la izquierda se ha aliado poco a poco con movimientos nacionalistas al considerar que tienen un enemigo común: la derecha. Finalmente la dicotomía izquierda- derecha se traduce en quienes creen en España y quiénes no.

La izquierda al no creer en España, se alía sin ninguna dificultad con formaciones políticas que públicamente señalan que quieren derribar al Estado e independizar varias regiones del tronco común. Por ello, los indultos para sus conmilitones son un acto normal, nada de escandaloso. Lo mismo que la eliminación del delito de sedición o cualquier petición que le solicite el separatista de turno. La izquierda es completamente insensible a la destrucción del Estado. Y su proyecto continuará aun cuando pierda las elecciones temporalmente. Ya volverá al poder dentro de otros cuatro u ocho años. Ha ocurrido con Zapatero. Ocho años la izquierda fuera del poder y con el tal Sánchez ha vuelto con mucha más fuerza y la destrucción está siendo mayor. Por ello la derecha cuando llega al poder tiene que arrasar con la mala hierba para que no salga de nuevo. Pero la derecha no aprende. Por ello la situación no deja de ser deplorable. Nuestro problema reside en que hay gente que vive en una revolución permanente sin tener un modelo alternativo claro. Quieren destruir, pero ¿cuál es su alternativa? Por ello no es suficiente señalar a los enemigos y detectar los problemas coyunturales que atravesamos si ese análisis no va acompañado de una estrategia para superarlos.

El último ejemplo lo tenemos en el auto que el lunes 13 de febrero publicó el Tribunal Supremo que revisaba la sentencia por la que ese mismo Tribunal condenaba a los autores del golpe contra la democracia que se perpetró desde Cataluña. El Tribunal sentenciador se vio obligado a revisar la condena tras la reforma exprés del Código Penal acometida por el Gobierno presidido por Pedro Sánchez, promovida por el PSOE y sus socios separatistas y comunistas y que fue aprobada con el apoyo de partidos nacionalistas y anti sistema de todo tipo y condición. Una vez más, se deja al Estado inerme ante los ataques de los que no creen en España. En la sentencia del Tribunal Supremo se dice: “La deslealtad constitucional y el menosprecio a las bases de la convivencia, incluso cuando fueran seguidos de un alzamiento público y tumultuario no necesariamente violento, no serían susceptibles de tratamiento penal. En otras palabras, la creación de un marco normativo de ruptura territorial que preparara la secesión de una parte del territorio del Estado, incluso acompañada de actos multitudinarios que condujeran a la inobservancia generalizada de las leyes y al incumplimiento de las decisiones gubernativas o jurisdiccionales que intentaran ponerle término, serían ajenas a la intervención del derecho penal”'.

Tengo la impresión de que la guerra producida por la intervención rusa acabará antes que la iniciada en España después de la Transición de 1978. Llevamos más de 45 años con ella y todavía los partidos políticos constitucionalistas, no saben qué hacer con el porvenir de nuestro país. Quizás el porvenir consista en la permanente incertidumbre. O en la permanente certidumbre de la destrucción de España, paso a paso.

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