Categorías: Opinión

Guerra de Melilla de 1909 y aduana del Tarajal

Hace unos años escribía en varios artículos que la tan necesaria aduana comercial de Ceuta en el lado marroquí, que ni siquiera los países tercermundistas dejan de tenerla en sus fronteras, no necesitaba de un nuevo tratado entre España y Marruecos, dado que había encontrado que en el Convenio de 16-11-1910 y Acta ratificadora de 12-01-1911 sobre la vigencia de aquel Convenio entre ambos países, que fue firmado  al final de la llamada Guerra de Melilla de 1909, resulta que Marruecos ya se comprometía a crear un puesto aduanero en la frontera de El Tarajal con Ceuta, cuya ejecución luego no se llevó a cabo por parte del país vecino.

Es decir, que bastaría con que ahora existiera voluntad política por parte marroquí para que dicha aduana se instalara, a fin de dar cumplimiento a aquel acuerdo entonces no respetado, pese a que el artículo 31 del Convenio de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969 establece los principios de la primacía del cumplimiento del texto acordado y de la buena fe entre las partes, que también se recoge en la regla general de Derecho pacta sund servanda, igualmente aplicable en el Derecho Internacional, que significa que los pactos firmados y ratificados por las partes deben ser cumplidos de buena fe y en sus propios términos. Y ahora he encontrado la cláusula de dicho Convenio referente a la aduana.
Aquella pequeña guerra la libró España no contra Marruecos, sino contra los rebeldes del Rif. La presencia española en territorio marroquí estaba legitimada por la Conferencia de Algeciras celebrada en 1906, que encomendó a España y Francia el establecimiento del Protectorado sobre Marruecos, con el asentimiento y firma del Sultán Muley Afid. Pero la explotación de las minas de la zona fue adjudicada a  empresas españolas, como la Sociedad Española de Minas del Rif y otras. Para su explotación fue necesario construir por parte española el ferrocarril de Melilla a Beni Bu Ifrur. Los rifeños, encabezados por El Rhogui, no obedecían la autoridad del Sultán y se oponían a la presencia en su territorio de tropas extranjeras. Aparte, surgió la intromisión de Alemania e Inglaterra en el asunto, cuya prensa de estos países se encargó de azuzar y alentar a los rebeldes. El 9-07-1909 lanzaron un ataque contra los trabajadores españoles que estaban construyendo un puente para dicha línea férrea, matando a cuatro obreros y realizando otras agresiones. España, vio venir la revuelta que catorce kabilas y 21.880 rifeños preparaban contra nuestra presencia, y reforzó el territorio con tres Brigadas, una del Campo de Gibraltar, otra de Madrid y otra de Cataluña, teniendo que incorporar a reservistas ya licenciados, casados y con hijos, cuyos familiares protestaron por su envío a la guerra y otros agitadores aprovecharon para provocar la llamada “Semana Trágica de Barcelona”. A Melilla llegaron 29.000 hombres, más otros 20.000 de la guarnición.
Las tropas españolas lucharon en defensa del el honor español. En su avance tropezaron en principio con un duro y desmoralizador descalabro, el llamado Barranco del Lobo, donde los aguerridos rifeños que dominaban las alturas tendieron una emboscada a los españoles y les pusieron en muy grave aprieto infligiéndole numerosas bajas el 27-07-1909. Pero luego nuestras fuerzas retomaron la iniciativa, prosiguieron el avance hasta que el 18-12-1909 lograron las de Melilla enlazar con las que salieron en su apoyo desde Ceuta. Los rifeños, viéndose ya vencidos, pidieron entablar negociaciones y terminaron por someterse a nuestras tropas y las kabilas rindieron sumisión al entonces Capitán General de Melilla, General Marina. Nuestro Ejército sufrió 2.235 bajas, de ellas 558 muertos. Pacificada la zona se ordenó el repliegue y desmovilización de las tres Brigadas, quedando de guarnición 20.500 hombres. El Gobierno español inició una política de acercamiento a Marruecos y promovió relaciones de buena vecindad con las kabilas para atraérselas. Organizó una nutrida representación de personalidades marroquíes de las más afectas, entre las que figuraban El Checha, Asmani “El Gato”, Asisa y otros que fueron recibidos por el Rey, con sus mujeres (algunos hasta tres). La Reina Mª Cristina preguntó a El Gato por qué le llamaban así, y contestó porque de niño se subía a los árboles lo mismo que de mayor al Gurugú a poner la bandera española. Visitaron Cádiz, Córdoba, Sevilla, Granada, Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga, importando el evento más de 400.000 pesetas de las de entonces, pagadas por España. Visitó Melilla y la zona el Ministro de Fomento, Gasset, y se acordó la construcción del Puerto de Melilla, la Bocana de Mar Chica, la carretera a Nador, Zeluán, Atlaten, Puente sobre Río de Oro, granjas agrícolas, trabajos en minas de Tres Forcas, que emplearon a 1.500 marroquíes, etcétera.   
Tras las primeras negociaciones de escasa altura, se nombró una comisión negociadora encabezada por el Mokri por parte marroquí,  y por la española García Prieto. Las negociaciones fueron largas y duras, porque se discutía, además de la paz, la indemnización a España de 121 millones de pesetas por gastos de guerra, que al final se quedaron en sólo 65 millones, que irían destinados: A sufragar los gastos efectuados en el Rif hasta octubre de 1910, los de los sucesos de Casablanca de 1907 y los socorros a los moros hebreos refugiados en Melilla desde 1903 a 1907. Los 65 millones debían abonarse en el plazo de 75 años, al 3% de interés, más el Impuestos de Utilidades previsto en el artículo 112 del Reglamento Minero del  Acta de Algeciras. Para cerrar el Convenio se convocó al caíd de Anghera, a fin de resolver algunos extremos relacionados con la Policía mixta en el Campo de Ceuta, lo que retrasó varios días su firma. Pero, finalmente, el 15-11-1910 se publicaron las cláusulas del Convenio, entre las que figuraban: Se nombraron dos funcionarios, uno español y otro marroquí, quienes, puestos de acuerdo, propondrían al Sultán las medidas conducentes a garantizar el orden. Se establecería la Policía Indígena de 1.200 hombres marroquíes que estarían a las órdenes de ambas partes y mandados por Oficiales españoles, distribuyéndose 200 a Alhucemas y sus proximidades, otros 200 al Peñón y el resto al Rif; su coste sería sufragado con cargo a la Aduana de Melilla. El Ejército español permanecería donde se encontraba hasta que Marruecos pudiera establecer la paz universal con los rifeños. El día 12 de mayo siguiente a la firma del Convenio debía salir de Mogador un delegado del Sultán para entregar a los españoles el territorio de Santa Cruz de Mar Pequeña, donde se establecería una pesquería. Las mejoras de obras públicas realizadas en el Rif y que España estimaba alcanzaban a 1.500.000 pesetas que serían reintegradas en un corto plazo.
Respecto a Ceuta, el Sultán se comprometía en el Convenio a no fortificar sus alrededores; el caíd de la población y el Gobernador Militar resolverían de común acuerdo los asuntos locales. Se establecería en Ceuta una Aduana en el puesto fronterizo de El Tarajal. Si los ingresos de las Aduanas de Tánger y Tetuán disminuyesen por la creación de la Aduana de Ceuta, el Sultán determinará en qué proporción esta última habría de contribuir a compensar la baja, recurriéndose también al artículo 112 del Acta de Algeciras, que dispone corresponde al Magzen, y con los remanentes de la Aduana de Ceuta. El Tratado íntegro se recogía en la obra España y Marruecos en 1909, por A. Riera. Casa Editorial Maucci. 1911, que debe estar agotada desde hace muchos años.
El Convenio se firmó con una pluma de oro adquirida por el presidente Canalejas, que luego regaló a la esposa de nuestro delegado en las negociaciones, García Prieto. El delegado marroquí, El Mokri, impuso a Canalejas y García Prieto las insignias de la Orden marroquí que el Sultán les concedía. A su vez, Canalejas impuso a El Mokri la Gran Cruz de Isabel la Católica. La prensa española, sin distinción de matices, alabó el resultado de las negociaciones, considerándolo como un legítimo triunfo del Gobierno. El día 17 se celebró en el Ministerio de Estado un banquete en honor de El Mokri, al que asistió el Gobierno, Presidentes de las Cámaras y toda la  embajada marroquí.  Canalejas pronunció un discurso congratulándose de que se llegara a tan feliz término, así como de las buenas relaciones que reinaban entre ambos países, esperando que se estrecharan cada día más. En el Ministerio de Estado se celebró otra recepción en honor de El Mokri. El Convenio fue muy bien acogido por ambas partes.  En Palacio Real se dio otro banquete de gala de 30 cubiertos. El Rey concedió al Sultán el Collar de Carlos III y a El Mokri la Cruz de la misma Orden. Hubo también una fiesta infantil con la asistencia del Príncipe de Asturias, en la que los niños asistieron llevando bandas con los colores nacionales. El Centro Hispano-Marroquí también organizó otro banquete más, y hubo fiestas oficiales en otros lugares. Más adelante el Rey concedió al delegado español García Prieto el título de Marqués de Alhucemas, como premio a los relevantes servicios prestados para alcanzar el Convenio.
En el Congreso de Diputados, el Presidente Canalejas declaró: “En nombre del país, prefiero una paz honrosa con Marruecos a ninguna otra contingencia, pues España no es tan débil que no pueda litigar, ni tan soberbia, que vaya a ciegas a una pendencia, aunque sea siempre una victoria”. La Cámara entera acogió con largos aplausos esas palabras.
Que disfruten todos una muy felices Fiestas, en paz y con mucha salud.

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