Opinión

La guerra que hace cincuenta años puso al Estado de Israel contra las cuerdas

El Estado de Israel está padeciendo un ataque sin precedentes desde que hace medio siglo, la República Árabe Siria y la República Árabe de Egipto desmoronaron sus defensas, desatando un conflicto bélico que azotó al país. Aquel 6/X/1973, las milicias árabes se valieron de la fiesta de Yom Kipur, la más sagrada del almanaque judío, para lanzarse en un ataque.
Hace pocos días lo han materializado Hamás, la Yihad Islámica y otros bandos palestinos desde la franja de Gaza. La imágenes fulminantes en directo de la televisión, no dejan lugar sobre la convulsión de las defensas israelíes en torno a la franja y la imposibilidad de las defensas antimisiles para atajar el diluvio de cohetes que llegaron a las periferias de Tel Avic y Jerusalén.
A día de hoy, no existen antecedentes de una irrupción como la contemplada por tierra, mar y aire, ni tan bien combinada. Y mucho menos, nadie da crédito cómo es creíble que la inteligencia militar israelí no hubiese detectado un mínimo movimiento para llegar a este escenario dantesco. Es sabido que dispone de suficientes medios y cómplices en Gaza para adelantarse ante cualquier acometida. Si bien, el 7/X/2023, no han repicado las sirenas de alerta y tampoco se ha precavido al conjunto poblacional en su jornada de descanso semanal. Al Qasam, el brazo militar de Hamás, ha declarado que la agresión es “en defensa de Al-Aqsa”, la mezquita más sagrada, la que se corona justamente encima del Muro de las Lamentaciones y que estas semanas han frecuentado miles de judíos, incitados por los componentes más radicales del Gobierno israelí.
No cabe duda, que el ser humano suele ser incapaz para aplicarse seriamente en lo que le dejan subrayadas las páginas de la Historia. Así parece justificarlo el ataque sorpresa de Hamás contra Israel. Y es que, hace exactamente cincuenta años, la ‘Guerra de Yom Kipur’ había dejado un sinfín de lecciones que siguen estando en pie.
“¡Estamos en guerra!”. Los israelíes no advertían dichas palabras manifestadas recientemente por el Ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, desde el tiempo anteriormente señalado más un día. En esta situación excepcional estaríamos refiriéndonos a la ‘Guerra del Sukkot’’, que se conmemora el 16/X/2023, ese nombre apunta a una de las tres festividades de peregrinación determinadas por la Torá, durante la cual, los judíos ofician la presencia divina heredada por los hijos de Israel durante el éxodo y la cosecha y que señala la conclusión de ciclo agrícola anual.
Hay que recordar al respecto, que el 6/X/2023, durante las celebraciones de ese cruento episodio, el Jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, había expresado un aviso anticipado. Porque hilvanando una línea entre las discordancias reinantes y el curso que antecedió aquella guerra, indicó al pie de la letra: “El ejército no puede funcionar correctamente cuando un país está tan desgarrado como el nuestro”.
Efectivamente, hace semanas que los israelíes laicos y religiosos prosiguen sumidos en un conflicto candente sobre la reforma de la Corte Suprema, una materia capital para el devenir democrático del Estado. La exacerbación es tan aguda que una colisión dinamitó en Tel Aviv el día de Yom Kipur entre los fieles que concurrían en un oficio religioso y militantes laicos. Zozobras que tuvieron una repercusión directa en el seno del ejército. Quebrando el pacto implícito que ubica a los militares israelíes al margen de los laberintos políticos en nombre de la seguridad nacional, porque incluso los reservistas no las tenían todos consigo para adiestrarse y evidenciar su resentimiento. El dilema es que los israelíes laicos, que son los que más se rebelan contra el gobierno, son los que más se alistan en las Fuerzas Armadas.
Obviamente, ninguna de esas inestabilidades habrán pasado de largo a los ojos de Hamás, favoreciendo posiblemente a la inexplicable desatención con la cual, se aprovechó durante meses ese movimiento terrorista respaldado por la República Islámica de Irán para disponer un asalto que quedará gravado en la retina de los israelíes. Lo denominaron ‘Diluvio de Al-Aqsa’, haciendo alusión a la esplanada de las mezquitas de Jerusalén, tercer lugar santo del Islam del cual Hamás se cree preservador.

“Coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la Guerra de Yom Kipur, se repite la misma pesadilla y el terror ha vuelto a apoderarse de los israelíes, porque la organización terrorista Hamás ha lanzado una ofensiva desde la franja de Gaza”

Como aconteció en 1973, para los palestinos esta intervención puede ser considerada de triunfo. La misma imprime el inicio de varios días, seguramente semanas de hostigamientos, contraataques y cientos por miles de fallecimientos, ya que Israel se proyecta a resolver con una fuerza extraordinaria, mientras que el Hezbollah libanés, igualmente proiraní y otros aliados de Hamás en Siria y la República de Irak, tal vez responderán acometiendo ataques de magnitud contra el Estado judío.
Con estas premisas preliminares, en paralelo a lo que está aconteciendo en estos momentos de incertidumbre, la ‘Guerra de Yom Kipur’ (6-X-1973/25-X-1973) llevó a Israel contra las cuerdas y terminó con su emblema de invencibilidad. Aquel ataque fusionado de las fuerzas de Egipto y Siria por dos frentes apartados, sobrecogió a Israel sin preparación y en un intervalo de notable fragilidad.
Siendo por antonomasia la fecha más sagrada del calendario hebrero, el país se encontraba prácticamente detenido. No había conducción pública, como transmisiones en los medios de comunicación, mientras los ciudadanos practicaban un ayuno total y asistían a la oración en las sinagogas.
Lo cierto es, que en cuestión de minutos, miles de reservistas hubieron de abandonar sus casas y templos para movilizarse inmediatamente hacia el frente. Entretanto, no eran pocos los que suponían que aquello iba a ser una guerra breve y sencilla como la producida en 1967, cuando en seis días Israel se impuso a los combatientes de Egipto, Jordania y Siria.
Pero en esta ocasión, las circunstancias serían bien diferentes.
La ofensiva que concienzudamente había planeado el Gobierno del Presidente egipcio Anwar Sadat junto al mandatario sirio Hafez al Asad, no simplemente asolaría las líneas de defensa de Israel, sino que sería capaz de hacer percibir a los líderes israelíes que podían estarse jugando el ser o no ser de su Estado, como en la ‘Guerra de Independencia’ (15-V-1948/10-III-1949).
Para ser más preciso en lo fundamentado, con unas cifras de 2.656 soldados muertos, unos 15.000 heridos y poco más o menos, 1.000 hombres apresados como prisioneros, este conflicto se convirtió en el que Israel pagó un alto precio con el mayor número de víctimas mortales después del de 1948. La guerra trabada aquel 6/X/1973, era la cuarta que estallaba entre Israel y sus vecinos árabes. Paradójicamente, era un combate aguardado por la dirigencia israelí y sobre cuya gestación el Gobierno de la entonces primera Ministra Golda Meir, había recibido indicios y advertencias en los meses anteriores. De ahí, que aquella misma mañana la Administración de Meir había obtenido información sobre el apremiante preámbulo de las acometidas y había desechado ejecutar una irrupción premonitoria.
Luego, cabría preguntarse: ¿por qué recaló este marco tan quebradizo? Los esclarecimientos hay que indagarlos en las conflagraciones previas y, en especial, la ‘Guerra de los Seis Días’ (5-10/VI/1967). Este conflicto invirtió el contexto, pues permitió que Israel proliferara en la dimensión del territorio bajo su control, al extraerle la Península del Sinaí y la Franja de Gaza a Egipto; los Altos del Golán a Siria; y Jerusalén Este y Cisjordania a Jordania. Pero, simultáneamente, diseminó el germen de la confrontación subsiguiente, pues ni Siria ni Egipto, iban a permitir esas mermas territoriales, ni quedarse de brazos cruzados interminablemente por la derrota degradante. El conflicto de 1967 igualmente supeditó la estrategia militar de Israel y su réplica ante las alarmas mencionadas con anterioridad a la ‘Guerra de Yom Kipur’.
A partir de aquí, Israel reuniría todas sus energías en conservar la supremacía en el aire y en los vehículos blindados, desatendiendo otras áreas. Digamos, que las Fuerzas de Defensa de Israel habían dedicado sus esfuerzos en base a dos consignas. Primero, consagraron más del 75% de su presupuesto únicamente a la Fuerza Aérea y a las ramas blindadas. Y segundo, ignoraron flagrantemente sus ramas de artillería e infantería, reasentando la inmensa mayoría de sus unidades de infantería regular y mecanizada a la reserva.
De este modo e incomprensiblemente, se agarró a la certeza de que única y exclusivamente un tanque superaría a otro tanque, al igual que Israel rehusó una propuesta de Estados Unidos de proporcionarle el nuevo sistema de misiles antitanque TOW. Y como quedaría plenamente confirmado, finalmente los deslices acometidos le condenaron a un descalabro.
Desde 1967, los militares israelíes también constituyeron lo que se observaba como “el concepto”, que se sustentaba en la deducción de que Egipto no emprendería otra guerra antes de contar con una supuesta superioridad aérea que le facultara atacar en condiciones propicias dentro del territorio de Israel, al objeto de asestar un duro golpe contra sus aeropuertos y deshacer su Fuerza Aérea.
En retrospectiva, es indiscutible que esta hipótesis se sustentó en los lucimientos operativos cosechados por Israel en la guerra y en los cómputos y portes estratégicos árabes. Los militares israelíes valoraban que Egipto no llegaría a adquirir esa capacidad aérea antes de 1975.
Al mismo tiempo, apostando por sacar mayor beneficio porque sus adversarios estaban más distantes, debido a los territorios que habían perdido, Israel se puso manos a la obra levantando una sucesión de estructuras amuralladas a lo largo de la orilla oriental del Canal de Suez, conocida por línea Bar Lev, para hacer inverosímil o, al menos, demorar, cualquier tentativa de Egipto por penetrar en el Sinaí.
Un último fundamento que a criterio de numerosos investigadores imposibilitó a Israel prepararse apropiadamente para la ‘Guerra de Yom Kipur’, recayó en el hecho de que tras la victoria de 1967, la jerarquía militar israelí se había vuelto arrogante, desdeñando la amenaza que podían simbolizar las fuerzas árabes.
Fijémonos sucintamente en una conversación dada el 9/VIII/1973, el entonces Ministro de Defensa de Israel, Moshe Dayan, dedujo las ventajas que tenían ante los árabes: “Nuestra superioridad militar es el resultado doble de la debilidad árabe y de nuestra fuerza”, expuso literalmente ante oficiales de la Escuela de Estado Mayor del Ejército israelí. “Su debilidad surge de factores que no cambiarán pronto… bajo nivel de educación, tecnología e integridad de sus soldados… desunión entre los árabes… y el peso decisivo del nacionalismo extremo”, señaló.
Pero como suele suceder, permanentemente se está luchando la última guerra y no la próxima que estaría por llegar, el punto de vista de Dayan estaba fondeado en el pasado. Me explico: en torno a las dos de la tarde de aquel 6/X/1973, las Fuerzas de Egipto dieron por comenzado un asalto contra Israel en el que intervinieron, nada más y nada menos, que 2.000 tanques, 1.000 piezas de artillería, 2.000 cañones y lanzamisiles antitanques y 240 aviones. El bombardeo aéreo se prolongó unos veinte minutos, pero la artillería se mantuvo durante otra media hora.
En menos de lo imaginado, Egipto desgastó las defensas desplegadas por Israel en la orilla oriental del Canal de Suez y puso en movimiento una maniobra para atravesarlo. Mientras, los estrategas israelíes valoraron que para cruzar esa vía marítima con armamento pesado, Egipto necesitaría al menos cuarenta y ocho horas y que en ese plazo impediría el ataque. ¡Tajantemente se confundieron en su suposición! En apenas diez horas, las Fuerzas egipcias consiguieron desplegar los puentes sobre el Canal de Suez, brindando la confluencia de 500 tanques. Y a las veinticuatro horas de lanzar la ofensiva, dos divisiones mecanizadas y dos de infantería estaban prestas en el Sinaí.
Ineludiblemente, la línea Bar Lev se desplomó en cuestión de horas y la mayoría del medio millar de soldados que la protegían perecieron o habían sido hechos prisioneros. Se calificó una operación que los expertos militares llaman ‘brillante’. Conjuntamente, las Fuerzas Terrestres que Israel había dirigido hacia el Canal de Suez en respuesta a la ofensiva, en concreto fueron apabulladas, mientras su Fuerza Aérea resultó fuertemente castigada al presentarse a combate sin antes deshabilitar las defensas antiaéreas de su contrincante.
El 8/X/1973, Israel fulminó un contraataque malogrado cuyo resultado no pudo ser otro que 180 tanques demolidos por las defensas antitanques y la artillería egipcia. A los despropósitos en la organización de la defensa israelí y al hecho de que estaban siendo embestidos por dos frentes sincrónicos, se encadenaba un tercer inconveniente: la escasez de armas y suministros para llevar término una contraofensiva exitosa.
Desistir a poner en escena un ataque anticipado comprendía un costo militar y humano cardinal para Israel. Esta determinación se mantuvo tanto en las erradas apreciaciones de los Jefes militares, así como en la previsión realizada por Meir, de que Israel tenía que sortear a toda costa ser visto como el agresor para disponer de alguna oportunidad de recibir ayuda externa, en caso de requerirla.
Por otra parte, la primera Ministra se comprometió con la Administración estadounidense a no atacar primero. Meir no estaba descaminada. De hecho, aunque Israel no empezó la guerra, la mayor parte de los países europeos rechazaron ofrecerle asistencia, ante el recelo a los desagravios de los estados árabes, mientras que Estados Unidos únicamente pudo ser persuadido después de que la Unión Soviética pusiera en marcha una acción para dotar de armas y equipos tanto a Egipto como a Siria. Y en réplica al fallo de Washington de consignar apoyo a Israel, los países árabes productores de petróleo promovieron una radical incisión en la producción, junto a un boicot en la remesa de crudo hacia Estados Unidos, Portugal, Países Bajos y Sudáfrica.
Inevitablemente, esto causó que saltara la conocida ‘crisis del petróleo’, haciendo que Estados Unidos sintiera una carencia significativa de combustible y que para 1974 el importe del barril se cuadruplicara, lo que tuvo importantes derivaciones en la economía mundial al devorar una cresta inflacionaria que condujo a la inmovilización y paro en los estados importadores de crudo.
En tanto, los primeros días de guerra pueden considerarse de horripilantes para Israel: sus defensas estaban siendo aniquiladas por unas fuerzas mucho más nutridas que las suyas, su envite por la superposición aérea no había marchado como esperaba, no tenía aliados y los requería cuanto antes, porque al tratarse de un conflicto bélico abierto en dos frentes, se apuraban aceleradamente sus armas y municiones. Éstas eran cruciales no solamente para defenderse, sino igualmente para recuperarse y contraatacar y así mantener al enemigo lejos de los puntos críticos.
Al día siguiente de despuntar los combates, Dayan inspeccionó el frente y regresó arrasado, convertido en testigo directo de la devastación. “Subestimé la fuerza del enemigo, sobreestimé nuestras propias fuerzas. Los árabes son mucho mejores soldados de lo que solían ser. Mucha gente morirá”, se lamentó profundamente en una de las reuniones que mantuvo con la primera Ministra y otros miembros del Gobierno.
En otras palabras: la efervescencia y el optimismo que habían seguido a la ‘Guerra de los Seis Días’, inesperadamente se había convertido en la peor de las tragedias vividas en Israel.
Desde su creación y por vez primera, Israel se hallaba al borde de la ruina. Cuando quedó en la estacada la contraofensiva inicial contra Egipto, algunos vislumbraron la caída del Tercer Templo. La expresión ‘Tercer Templo’, hace referencia al moderno Estado de Israel. Pese a todo, según se pudo saber años más tarde, la inquietud por lo que podría sobrevenir también se sumergió en la primera Ministra, quien llegó a pensar en el resquicio de quitarse la vida en el segundo día del conflicto.
La realidad que describía Dayan era calamitosa, por lo que Meir preguntó al Comandante General de las Fuerzas de Defensa de Israel, quién ratificó que el momento era complejo para Israel, pero confió en recibir nuevas noticias desde el campo de batalla antes de adoptar un repliegue del Canal de Suez y de los Altos del Golán.
Para el 9/X/1973, Israel pudo sofocar la ofensiva en ambos frentes. Y gracias a que Egipto eligió por apuntalar su posición en vez de continuar prosperando, las Fuerzas de Defensa de Israel centralizaron sus recursos condicionados contra las Fuerzas sirias en el Golán, consiguiendo ponerlas a la defensiva, aunque a cambio de una enorme estimación humana y material.
No obstante, Israel todavía necesitaba las armas y municiones solicitadas para lanzar un contraataque en toda regla.
Un día más tarde, empujado tanto por las pérdidas sufridas por Israel, como por el refuerzo material que ofrecía la Unión Soviética a Egipto y Siria, Estados Unidos empezó el transporte masivo de ayuda militar que haría viable esa recuperación. Israel recogería 24.000 toneladas en equipamiento militar y logístico, englobando municiones, misiles y tanques.
El 14/X/1973, cumpliendo los requerimientos de Siria, más Fuerzas egipcias rebasarían el Canal de Suez y progresaron por el Sinaí, quedando sin la protección del escudo antiaéreo y antitanque que habían desenvuelto junto a la línea Bar Lev. Si bien, Israel los aguardaba.
Entonces, se intrincarían en una de las mayores batallas de tanques desde la II Guerra Mundial. Egipto vería perdidos 250 blindados. Paralelamente y valiéndose del cambio de situación, Israel realizó un movimiento que marcaría la senda de la guerra: exprimió al máximo un pequeño espacio no bien protegido junto al Canal de Suez para interferirse hacia Egipto y desde allí, echar por tierra la artillería y las defensas antiaéreas que habían estado resguardando a las Fuerzas egipcias en el Sinaí.

“Lo que desde entonces está aconteciendo a nivel mundial, de todos es sabido: el brote del aborrecimiento ha germinado en forma de baño de sangre entre Israel y Hamás y el asedio total a Gaza”

Por ende, permaneciendo en la orilla occidental del Canal de Suez, en jornadas sucesivas las Fuerzas israelíes ascendieron hasta unos 100 kilómetros de El Cairo, encasillando al Gobierno de Sadat en un entorno complicado de la que escapó gracias al cese el fuego fijado por el Consejo de Seguridad de la ONU, he insistido en resoluciones posteriores. Así, con ambas capitales árabes al alcance de sus tropas, Israel consiguió invertir una guerra de la que le era imposible obtener la victoria.
Ni mucho menos el triunfo iba a ser contemplado en términos militares, sino más bien, políticos. Desde este plano, Egipto y Siria se habían anotado una importante reputación, al desmoronar el retrato de invencibilidad de Israel y haber tachado el sonrojo que soportaban desde su fracaso en la ‘Guerra de los Seis Días’.
Para Israel, el conflicto encarnó un choque emocional y político. El Estado que afloró del sablazo de 1973 era un país distinto: contenido, reservado y definido de muchos modos con ramalazos imperecederos. Aún desconfiaba de sus más próximos, pero estaba más comedido a las indicaciones de discreción regional, e inquieto por los peligros de seguridad que comportan las aprobaciones territoriales, pero muy consecuente de que el control de la tierra no podía significar la seguridad incondicional.
La experiencia acumulada llevó a notables vaivenes en el sentir cotidiano israelí, que de manera progresiva comenzó a defender el pensamiento de cambiar territorios de paz que tiempos más tarde surtieron soporte a los Acuerdos de Oslo con los palestinos.
Con todo, la novedad más tocante y duradera se produjo en el trato con el Gobierno de Sadat, por quien por un acuerdo de paz que acordó en 1979 con el primer Ministro israelí Menachem Begin, restauró la plena soberanía sobre el Sinaí y convirtió a Egipto en la primera nación árabe en reconocer a Israel como un Estado legítimo y soberano. Esa alianza ha dado origen a preservar durante más de cuatro décadas una paz constante entre Israel y la principal potencia militar árabe.
Un fruto no menor, si se analiza que ambos estados habían afrontado cuatro guerras en un plazo de escasamente veinticinco años.
Finalmente, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la ‘Guerra de Yom Kipur’, se repite la misma pesadilla y el terror ha vuelto a apoderarse de los israelíes, porque la organización terrorista Hamás ha lanzado una ofensiva desde la franja de Gaza, donde milicias fuertemente pertrechadas tomaron al asalto las ciudades israelíes más contiguas y propagaron el pánico entre sus ciudadanos, matando civiles a diestro y siniestro. Mientras tanto, se han sucedido numerosas aluviones de ataques aéreos y con cohetes sobre objetivos civiles en el lado israelí, teniendo apostados en la frontera a unos 300.000 soldados que están dispuestos para una inminente invasión terrestre.
Lo que desde entonces está aconteciendo a nivel mundial, de todos es sabido: el brote del aborrecimiento ha germinado en forma de baño de sangre entre Israel y Hamás y el asedio total a Gaza.

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