Un puerto sin grúas es como un paisaje de la Mancha sin molinos. Me resulta difícil imaginar una estampa portuaria sin esos mastodontes mecánicos, presidiendo, cual celosos guardianes, superficies en las que mar y tierra parecen fundirse en un sólido y marcado abrazo. Pero, ¿cómo escribes eso?, me podría cualquier lector. ¿Cómo te resulta atípico un puerto sin grúas si el de tu tierra está huérfano de ellas?
Pues precisamente por eso, porque cuando me recreo contemplando la Puntilla, juego a situar inútilmente su desaparecida estampa con las diez grúas alineadas a lo largo de su trazado. Como también las tuvo el muelle de España. O las del propio Alfau, aquellas dos monumentales de pórtico con su gran cargadero y su cinta transportadora con las que operaban en aquellas auténticas montañas de carbón que se almacenaban a lo largo de todo el dique para posibilitar la carga y descarga de ese mineral a los buques de vapor de entonces.
Imágenes románticas y posiblemente irrepetibles, fenecidas en la densa niebla del túnel del tiempo que me trasladan a épocas de gran prosperidad de nuestro puerto. Antaño un grande entre los grandes y al que, a diferencia de su vecino de la orilla de enfrente, los sucesivos gobiernos fueron dejando relegado, en detrimento de una de las principales fuentes de riqueza de la ciudad.
No les voy a aburrir con estadísticas y datos. Rebuscando en uno de mis anaqueles de viejos periódicos y revistas locales, he dado con una efímera publicación, ‘Ceuta 82’, en la que se destaca a ese puerto nuestro como el primero de España en buques entrados, el tercero en suministros, tras los de Tenerife y Las Palmas, y el segundo del país en número de pasajeros y vehículos. Hace de eso 25 años, claro.
Era una época en la que, todavía, nuestros diques se veían repletos de barcos, al tiempo que otros aguardaban turno, fuera de la bocana, para entrar al mismo o recibir avituallamiento en la propia rada, actividad esta todavía muy importante por entonces. El petróleo y sus derivados eran la base de su dinámico movimiento ya que el tráfico de mercancías había ido quedando atrás después de la independencia marroquí al desviarse a Tánger, si bien es verdad que tampoco fue especialmente relevante esta actividad.
Muy oportuno, como siempre en sus valoraciones socioeconómicas sobre la ciudad, señalaba por entonces en ‘Ceuta 82’ José María Campos que, independientemente de otras actividades portuarias como la petrolífera, por su gran capacidad de almacenamiento y distribución con tres factorías de importancia y sus más de 100.000 toneladas y suministros diarios prácticamente ilimitados, se preguntaba por qué en este puerto no podría hacerse lo propio con el tráfico de mercancías. Su privilegiada situación geográfica y una adecuada política fiscal jugarían a favor, sin duda, de tal posibilidad.
“Es fácil concebir la llegada de grandes buques a Ceuta, descargando su mercancía en áreas bien dotadas para su posterior distribución por zonas mediterráneas o africanas, (…) un tráfico paralelo al de combustible (…). Hace falta preparar un ambiente propicio, y atraer a las grandes compañías”.
Sí, sí, ‘predicando en el desierto’ cabría decirte, amigo José María, parafraseando y poniendo en valor lo mucho que bajo ese oportuno título has venido publicando años después, buscando y razonando iniciativas para el sostén económico de nuestra querida ciudad, cada vez más cerca del abismo.
Por aquel entonces, 1982, cuando Tanger Med era sólo un sueño y el puerto de Algeciras seguía creciendo vertiginosamente para convertirse en la gran terminal de contenedores que hoy conocemos, pudo ser el momento de luchar para que esta ciudad hubiera participado de algún modo en aquella importante actividad. No hablo de materializar algo similar a la impresionante magnitud de ambos puertos, auténticos gigantes del Mediterráneo, pero sí de que, en cierta forma, se hubiera tenido en cuenta al nuestro como un vértice más de ese ingente movimiento de mercancías y barcos en la encrucijada del Estrecho. Simplemente buscando una descongestión de aquel impresionante tráfico de contenedores en los diques algecireños y sus zonas lógisticas.
Por eso, cuando me asomo a cualquier puerto medianamente importante y contemplo sus descomunales grúas, no puedo por menos que lamentar cómo se pudo dejar a Ceuta huérfana de estos tráficos, precisamente con lo que con toda propiedad se dio en llamar el auténtico pulmón de la ciudad.
“Grúas y más grúas. Ceuta comienza a llenarse de grúas. Eso es prosperidad”, me decía el recordado Frutos Miaja cuando, por fin, comenzó a despegar la construcción en Ceuta.
Grúas, sí. Potentes y modernas grúas a diferencia de aquellas como la de la imagen. Es lo que uno también hubiera querido volver a ver ahora en este puerto, otrora el primero de España en 1934 y el quinto en tonelaje de arqueo. Pero sin los necesarios incentivos e inversiones, como decía más arriba, fue quedándose fuera de las necesidades de los nuevos tráficos y de las reconversiones que la modernidad iba demandando.
Olvidos y más olvidos. Y así va esta ciudad.