No sé si me conmueve más despedirme de Ceuta desde el mar o sobrevolando el Monte Hacho, pero, cada vez que la veo alejarse, se me llenan los ojos de lágrimas. No soy ceutí; soy madrileña. Quien nació y vivió sus primeros años en la Ciudad fue mi marido, Juan María Molina Jiménez. Por eso la visitábamos muy a menudo. También por eso se me ocurrió convocar un concurso de relato breve en su honor, sólo para nacidos o residentes en Ceuta, porque, siendo los dos escritores, un certamen literario era el mejor homenaje que le podía ofrecer. Por un momento temí que me iba a resultar casi imposible organizarlo todo desde Madrid -desde donde escribo esto-, y sin conocer a nadie allí. Y entonces empezó lo que yo llamo «el milagro ceutí»: llamé a El Faro para publicar un anuncio del concurso y tuve la enorme suerte de que me cogiera el teléfono Maribel Tena, que en seguida se interesó por el concurso y le dedicó un artículo precioso en «La contra» del 1 de febrero.
Así, gracias a su generosidad, arrancó este proyecto, y también gracias a ella siguió adelante, porque, al ver su afición a la literatura, le propuse que fuera miembro del Jurado, aceptó, y se volcó de lleno en el asunto. Ella me puso en contacto con el director de las bibliotecas de Ceuta, José Antonio Alarcón, que me atendió muy amablemente y nos reservó una sala para el fallo público del premio. Estando ya todo en marcha, quise buscar a alguien que leyera el relato ganador, y uno de los concursantes me dio el teléfono de la maravillosa lectora Montserrat Taboada, que también se prestó en seguida, con tanto altruismo y sencillez que me sentí como si fuéramos viejas amigas.
En ese punto pensé que Ceuta me había regalado mucho más de lo que yo podía soñar. Pero me equivocaba: al acto asistieron bastantes de los escritores que concursaban, incluido el ganador, Juan José Coronado, y nos envolvieron literalmente en una nube de afecto a mí y a Pablo Sanz, otro de los miembros del jurado, que también estaba asombrado del calor humano de los ceutíes. No sé cómo expresar mi inmensa gratitud tanto a los que he nombrado como a los que no. Y gracias también a ti, Juan, porque entre todo lo que me has dado —que es «todo»—, me diste además la alegría de poder conocer y amar Ceuta, tu Ceuta, nuestra Ceuta.
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