Hacía muchísimo tiempo que la rutinaria apertura de mi buzón no me deparaba una alegría como la de ayer. El grosor de un sobre me hacía suponer que contendría un pequeño libro. Impaciente, lo abrí en el mismo portal. Mi sorpresa fue al ver su portada, la de la imagen, en la que aparecía mi nombre con el fondo de la imagen del edificio en el que nací y viví hasta que me casé. ¿Y esto, cómo y por qué?
Al ver quien era su autor, Alejo Lladó Luengo y, ojeando a renglón seguido su contenido, comencé a tener claro de qué iba el asunto, aún sin salir de mi gratísima sorpresa. Alejo es un apasionado de Ceuta y, al propio tiempo, un fiel lector mío de siempre, me consta. Es una de esas personas que te animan a seguir escribiendo, sobretodo en tus momentos difíciles o cuando, después de tantísimos años, crees sentir en algún instante atisbos de cansancio.
Tengo claro que si uno no hubiera dedicado toda su producción costumbrista o de opinión a nuestra común ‘Ceuta del alma’, a buen seguro que Lladó - ¡que apellido tan caballa! – no habría tenido la paciencia de leerme y, menos aún, la de recopilar determinados artículos míos de diversas épocas, para plasmarlos después con sus correspondientes imágenes en este librito doméstico, copiándolos pacientemente, uno a uno, con la tradicional y ya casi desaparecida máquina de escribir - nada de ordenadores -, maquetando, y componiendo al más puro estilo artesanal sus páginas, para encuadernarlas finalmente una vez fotocopiadas con sus correspondientes portadas, único trabajo que, supongo, habrá realizado la imprenta.
Alejo y yo nos conocemos poco personalmente. Habremos hablado en contadas ocasiones y siempre de pasada. Otro factor que revaloriza aún más su iniciativa ya que una relación de amistad habría podido justificar de alguna manera la tarea tan minuciosa y paciente de materializar tan entrañable obsequio. La imagen que más me viene a mi mente de Alejo es la de hace algo más de medio siglo. Yo un niño y él, muy joven, impecablemente trajeado con su uniforme gris de cobrador del Banco Hispano Americano, con su cartera bajo el brazo, en el comercio que tenía mi padre en los bajos del edificio de la fotografía. Quién podría imaginarte en estos tiempos, querido Alejo, a ti o a otro cualquiera de tus compañeros, portando esa cartera de letras y billetes cuando esta ciudad era un paraíso de paz y seguridad ciudadana. Ver para creer.
Lladó me acompaña también una carta, impecablemente escrita a mano, con una magistral caligrafía de otras épocas, que como aquella otra tranquila Ceuta pasó ya también definitivamente a la historia. “Yo tenía una carpeta con hojas y recortes de ‘El Faro’ y pensé en qué podía hacer con todo eso, para mejor conservación se me ocurrió mecanografiar algunos de esos escritos y hacer unos pequeños libritos.” (…) “Es un ‘churro’ de libro, pero a lo mejor a Vd. le gusta y lo conserva, ese es mi deseo”.
No le quepa la menor duda. Así será, Alejo. Detalles tan enternecedores y tan humanos como el suyo no parecen propios de estos tiempos. Como tampoco la fidelidad del lector hacia quienes, con nuestro mejor entusiasmo y vocación, nos dedicamos de las más diversas formas a escribir, de ahí que me haya permitido la licencia de referir públicamente su gesto, aun a costa de pecar de un personalismo en el que nunca debería uno caer. Todo sea por lo inusual del detalle en este terreno en el que es más fácil encontrarte con alguna reprimenda que con lo contrario. Mis más emotivas gracias, Alejo.
La calle Cervantes, el Pasaje Fernández, la Almadraba, las estatuas del jardín de San Sebastián, Los naranjos del Rebellín, el Parque Marítimo del Mediterráneo, la calle Padilla, el mercado de la Almina, ‘Muebles Marruecos’, el avión ‘Ciudad de Ceuta’, el aeropuerto que no fue, ¡Nieve en Ceuta!, historias de hace medio siglo, la independencia de Marruecos, tiendas y tenderos, las verbenas del Ceutí… Artículos y reportajes costumbristas desperdigados en el tiempo, ahora pacientemente recogidos en este librito que ocupará siempre un lugar preferente en mi biblioteca, junto a otra obra suya, en el este caso fotográfica y en el mismo formato, referida al Ceuta, con la que hace años tuvo el detalle de obsequiarme.
En tiempos como éstos de pleno tsunami de lo audiovisual en detrimento de la prensa escrita tradicional, inyecciones de este tipo te animan a seguir adelante y pensar que aún contamos, quienes en ella escribimos, con entusiastas y fieles seguidores. Y es que como bien dice el maestro Raúl del Pozo “leer un periódico de papel es un rito, casi una celebración”.
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