Gobernar para las élites

Así se titula el explícito y aterrador informe que Oxfam ha entregado para vergüenza del mundo. El encabezamiento del artículo es una realidad desde que el ser humano vive en sociedades organizadas. Nihil novum sub sole, pero ignorar el peso del factor político en la resolución de los problemas que, antes mejor que después, debemos afrontar, es algo más que una ingenuidad a la que debemos añadir la dificultad de la cohabitación delictiva de prebostes dispuestos a utilizar las instituciones democráticas para engrosar sus avariciosas indignidades, hecho tristemente común, que necesita enfrentarse a políticos de altura moral y amplio bagaje ético, bien de la humanidad tan valiosísimo como escaso, pero no muy lejano de nuestras narices.
El ilegítimo secuestro democrático que sufrimos los ciudadanos a tenor de la violación continuada de las promesas electorales, es la primera causa de la menguante participación ciudadana en los comicios de cualquier ámbito. Renuncia social que acaba retroalimentando la apropiación indebida de las decisiones ciudadanas. Pero el incumplimiento de programas e ideales políticos no es patrimonio exclusivo de los populares, mucho menos ahora que con pereza parecen despertar para contentar al electorado. Al contrario, la izquierda siempre ha defraudado muchísimo más a sus votantes. Históricamente la izquierda siempre ha defraudado a todos.
Pese a que las diferencias de esperanza de vida encontradas en la ciudad son semejantes a las existentes entre el Estado de Chiapas y los elitistas barrios residenciales de México DF, los altos niveles de iniquidad no pueden justificar todo un espectro político que  también se beneficia del sistema, y desde sus confortables, egocéntricas y narcisistas torres del homenaje autoreferenciadas como atalayas, juega con las esperanzas de los más débiles lanzando discursos populistas, de verbo fácil, imposible ejecución y abundantes en desprecio, detrimento de la crítica constructiva. Si los programas de lucha contra la pobreza, o el acceso a la educación, la salud, la participación política y otros indicadores del bienestar fuesen exclusivos de un gobierno impoluto, la humanidad hace tiempo que hubiese dejado de existir. Un gobierno que comete errores no justifica el discurso absolutista de pesimismo de una oposición que espera la tormenta perfecta a modo de vuelco electoral construida con la falsa identificación del conservadurismo con la riqueza, o del progresismo con la pobreza, cuando la realidad delata que los gobiernos no distinguen colores, las personas sí. No todo es negro o blanco.
No existen pobres en las asambleas. Ninguno de los ocho mil ceutíes que viven con menos de 4 euros al día es representante democrático de nada. La concentración económica y social refleja una concentración de poder político que se traduce en leyes e instituciones al servicio de las élites, incluida la oposición política, y aunque cierto grado espontáneo de desigualdad económica es fundamental para estimular el progreso y el crecimiento, la falta de control en las instituciones democráticas produce su debilitamiento como podemos observar en los sondeos de opinión que se publican.