Opinión

Glocal

Glocal ha sido el título del III Congreso Internacional de Investigación en Artes Visuales, que se ha celebrado los días 6 y 7 de julio  en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia. Mi participación en este simposio ha sido como coautor de la ponencia preparada por un colega, profesional y docente de fotografía, que exponía los resultados estadísticos de una encuesta realizada entre los expertos y estudiantes de esta especialidad en nuestro país, en la que se da cuenta de la realidad del estado del arte respecto a la enseñanza de esta disciplina y la necesidad de que las cada vez más sofisticadas tecnologías de captación de imágenes, no nos hagan olvidar que detrás de todo ello debe estar el auténtico profesional con unos sólidos y profundos conocimientos técnicos, pues, “sin técnica no se puede hacer arte”, salvo que queramos convertir el arte en cualquier cosa, como algunos pretenden.

El congreso ha estado bien estructurado. La temática era muy variada y abordaba la mayoría de aspectos vanguardistas del arte. No solo desde el punto de vista técnico. También desde la perspectiva social, tanto a nivel global, como local. Todo ello, junto al interés por contemplar in situ la transformación cultural que está teniendo Valencia en los últimos años, además de visitar las instalaciones del Campus de la muy activa Universidad Politécnica de Valencia, han sido las razones que nos han llevado a pasar unos días en esta ciudad, que además han coincidido con la inauguración del Centre D’Art Bombas Gens, que “emerge de la decadencia industrial de Valencia”, como informa la prensa nacional.

Desde una perspectiva social, no podía faltar en un congreso de este tipo un espacio reservado a la disidencia. Activismo, Arte Comunitario, Poscolonialismo, Género o Espacios Alternativos eran los aspectos que se abordaban en el mismo. Los títulos de algunas presentaciones hablaban por sí solos: “Prácticas artísticas colaborativas en la ciudad de Valencia”; “La mediación artística en comunidades de mujeres con riesgo de vulnerabilidad social a partir del audiovisual”; “Postproducción cultural en espacios de creación postindustrial”; “El arte participativo, acciones reivindicativas y colaborativas que buscan la cohesión social. De lo local a lo global”; “Estética indígena y glocalización:  agentividades recursivas”o “El paradigma islamofóbico”.

Afín con esta perspectiva lo era un cartel que ponía en relación la cultura como lo común, frente a la cultura como modelo productivo competitivo. Los autores desarrollan en el mismo un modelo inspirado en el libro de Jaron Rowan, “Cultura Libre de Estado” y analizan la propuesta presentada en el Plan Estratégico de la Cultura (PLEC) de la Generalitat Valenciana. En el mismo se presenta la cultura como un derecho y entiende que la ciudadanía es un conjunto de personas a las que proveer de productos y servicios. Sus indicadores de impacto serían numéricos (número de espectadores, número de trabajadores….). Pero la valoración de la cultura en términos de rentabilidad económica pone en riesgo la libertad de las personas, porque invierte la función misma de la cultura, nos dicen. Frente a ello plantean otro modelo de cultura como bien común, como un modelo educativo y transformador de la sociedad de futuro.

En el apartado audiovisual me llamó la atención la presentación de un estudio sobre la inmaterialidad de los soportes de proyección titulado “La piel de la luz”. El argumento central era la cada vez más creciente relación entre cuerpo y tecnología. A lo largo de la exposición fue mostrándonos cómo el avance tecnológico estaba consiguiendo que sea posible representar imágenes en varias dimensiones, pero sin un soporte concreto en el que proyectarlas. En muchos casos es el propio juego de los efectos de la luz el que consigue estas imágenes imposibles en otros tiempos. Pero lo interesante eran las ideas que lanzaba la ponente a un público cautivado con la exposición. Según ella, el “soporte desaparece para insertarse en nuestra propia realidad”. De esta forma la pantalla, el soporte, pasa a ser nuestro propio cuerpo, contribuyendo así a dar sentido al concepto final de la propia obra.

Pero también hubo espacio para el “no arte”. El de esos charlatanes que pretenden transmitir la idea de que todo puede ser arte. Todavía no salgo de mi asombro de aquella ponente que con todo el “desparpajo” del mundo nos mantuvo durante 15 minutos visualizando unas imágenes de mal gusto y peor calidad, tomadas durante su última estancia de investigación en una universidad inglesa de prestigio, en la que nos muestra escenas personales de su vida cotidiana. Un título atractivo “en inglés”, que omito para no herir sentimientos de nadie, parece que ha tenido que servir para que su ponencia sea aceptada. Lo más curioso es que a esto le ha dado forma de libro, lo ha presentado en una fiesta multitudinaria entre colegas, de la que nos mostró unas imágenes hechas por uno de sus alumnos y lo está vendiendo, además, por supuesto, de incluirlo en su currículum de investigación, supongo, al tener la obra ISBN. ¡Patético!.

También hubo una curiosidad de cartel, que me llamó poderosamente la atención. Se trataba del estudio de un matemático que presentaba al arte como axioma del arte. Su hipótesis de partida es que el arte se ha valido de la ciencia para su desarrollo desde la antigüedad. Sin embargo, en la postmodernidad, este discurso se ha complicado. Según él, en la actualidad hay proposiciones del sistema del arte que no son decidibles dentro del mismo sistema. Él lo compara con la teoría matemática de la incompletitud de Gödel y llega a describir matemáticamente un marco teórico de la axiomática del arte, difícil de entender en este contexto académico. El problema es que el apartado de conclusiones de todo este complejo sistema, lo despachaba el autor con una lacónica frase: “No hay”. Y esto me desconcertó. Sigo dándole vueltas al modelo, tratando de dilucidar si el autor pretendía hacernos pensar, o simplemente usó la belleza abstracta de algunas formulaciones matemáticas para hacernos reír.

De todas formas, me consuela pensar que, como decía Aristóteles, “la duda es el principio de la sabiduría”.

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