Opinión

El GIL ha resucitado

Hace aproximadamente diecisiete años, el pueblo de Ceuta eligió como Presidente de su  Ciudad a un extraño. Residía en Marbella, jamás había pisado Ceuta, y no tenía ni remota idea de lo que sucedía por estos lares. No importó. Era la persona designada para este cometido por Jesús Gil, uno de los personajes públicos  más funestos de la democracia española. Corrupción, zafiedad e incultura en estado puro. A pesar de todo ello, este partido (cuyas siglas coincidían con su propio apellido como prueba concluyente de que “él” era el partido) ganó las elecciones municipales con una amplia mayoría y su vicario fue “entronizado” en las Murallas Reales en un acto multitudinario como no se recuerda. Desde todas las barriadas bajaban riadas de personas enfervorizadas dispuestas a rendir pleitesía al “salvador”. Este es uno de los episodios más oscuros y deprimentes de la historia de Ceuta. Vergüenza propia y ajena. Quizá por ello nunca se quiso hablar mucho de ello. Cuando aquella estupidez terminó, todo el mundo se afanó en “correr un tupido velo” y apuntarlo en el anecdotario como un “traspiés”, como si se tratara de una pequeña travesura sin más trascendencia.

Sin embargo aquel disparate no fue una casualidad, y su análisis tiene una gran importancia porque explica muy bien una de las (muchas) enfermedades sociales que impiden que este pueblo pueda progresar.

El GIL ganó las elecciones porque la mayoría de los ceutíes depositó su confianza en un “tío con dos cojones” que “limpio Marbella de maleantes”, y siguiendo el mismo procedimiento, iba a “limpiar Ceuta”. Más de trece mil personas votaron aquella aberración. ¿Cómo es posible que un mensaje tan infantil pudiera calar hasta el extremo de aupar al poder semejante engaño? En aquel entonces, el problema más grave de Ceuta era la inseguridad ciudadana. La población vivía atemorizada. El pánico se palpaba y la incapacidad de las autoridades para revertir la situación irritaba y soliviantaba a la gente. Pasar de ahí a buscar desesperadamente un superhéroe, capaz de resolver problemas sociales de manera sencilla e inmediata, y entregarle a ciegas, ni más ni menos, que el Gobierno de la Ciudad, sólo es posible si existe un sustrato sociológico de incultura activa suficientemente amplio (mayoritario). Así sucedió.  Ceuta se comportó como aquellas personas inmaduras que desconfían de la medicina para sanar una enfermedad y buscan un curandero, que les “ha dicho un amigo” que es “mano de santo”.

Desgraciadamente, las personas que militan en el bando de la incultura democrática en nuestra Ciudad son legión. El perfil tipo es el de un individuo que se declara apolítico (término acuñado para definir a las personas de derechas, pero quiere que no se le note por lo que “pueda ocurrir”); enlaza las palabras desde los intestinos a la lengua sin pasar por el cerebro, tiene una muy escasa (o ninguna) formación intelectual (jamás ha leído un libro), vive en un estado rudimentario incapaz de entender algo que supere el medio metro a la redonda de su ombligo, y se muestra permanentemente orgulloso de su primitivismo vital. A él (o ella) nadie puede enseñarle nada.

Estas personas son un peligro social. Para ellas, todo lo que no encaje en su forma miserable de entender la vida en sociedad (pureza y uniformidad) es un riesgo del que es preciso protegerse (a sí mismo y a “los suyos”). Prioridad máxima, acaso única. Todo lo diferente es sospechoso. El “otro” es siempre un potencial enemigo al que hay que aniquilar sin piedad llegado el caso.

Este nutrido colectivo, que se expresó de manera pública con rotundidad mediante una papeleta en la que ponía GIL, no se evaporó cuando terminó la farsa. Ha seguido habitando entre nosotros. Durante estos años han vivido agazapados en lo más parecido a su forma de pensar que han encontrado, que es el PP. Fueron indultados por puro interés electoral (son muchos). Nos hicieron creer que aquello fue un desvarío transitorio superado sin secuelas. Pero en realidad, en su fuero interno, nunca cambiaron.

El innegable y progresivo deterioro de la seguridad ciudadana que estamos sufriendo, y que advierte todo el mundo, excepto quienes nos gobiernan, ha generado un caldo de cultivo ideal para rescatar el protagonismo de las vísceras y organizarlo políticamente. Son los mismos. La “Ceuta profunda” ha resucitado para poner las “cosas en su sitio”. Ellos, herederos de  la estirpe del Cid campeador, y no “los políticos” que son unos inútiles, están llamados a redimir el pueblo de sus males, al más puro estilo americano. Al fin y al cabo ellos no entienden de política, sólo quieren “vivir tranquilos y en paz”.

Tenemos un problema (otro), porque este tipo de marabuntas, irreflexivas y descontroladas por naturaleza, jamás han aportado nada positivo. Nunca han sido una solución. Todo lo contrario, sólo han servido para sembrar conflictos y enfrentamientos, convulsión e intranquilidad. Basta con analizar fenómenos similares propios y extraños; pero para eso hay que pararse a leer y pensar. Y eso no se prodiga mucho en la Ciudad en la que todos somos maravillosos, formamos una sociedad inmaculada que convive a la perfección, y no tenemos que recibir lecciones de nadie. Queda mucha tarea por hacer…

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