Categorías: Opinión

Germanizados

Yo creo que esta es la calificación que podemos dar en la actualidad a la situación de millones de ciudadanos españoles y europeos. Es una especie de “colonización” de Europa, sobre todo del sur, que está llevando a cabo Alemania, a través del poder que le dan los mercados financieros y el control del Banco Central Europeo. No obstante, se pueden distinguir dos niveles en esta germanización. Uno, el que se produce de forma involuntaria en los ciudadanos. Es lo que hay. Se nos impone, vía recortes, sin poder hacer nada. A lo sumo, protestar. Dos, el que se origina de igual forma, pero es aceptado de buen grado por algunos paisanos. Incluso lo justifican, repitiendo de forma cansina el eslogan favorito de la derecha liberal: “Los excesos en el pasado son los que nos han llevado a esta situación”. Es decir, que la culpa de la crisis la tendríamos todos. No los especuladores, ni los bancos que nos “vendieron” créditos hipotecarios hasta para hacer cruceros.
Hubo un tiempo en España en el que Francia quiso traernos la modernidad. Las ideas progresistas de “igualdad, libertad y fraternidad” de su Revolución. El precio de esa modernidad era nuestra colonización. La sustitución de las ideas obsoletas y retrógradas del absolutismo monárquico de Fernando VII por el código napoleónico. A los que apoyaron esta colonización se les llamó “afrancesados”. Este término, que se utilizaba en España desde la entrada de los Borbones, entonces adquirió un significado peyorativo. De traidor a la patria. El levantamiento del Dos de Mayo inició la Guerra de Independencia Española. Evidentemente, la situación actual no es la misma. Las modernas colonizaciones no se hacen por la vía de las armas. Son más sutiles, aunque, no por ello menos terribles. A través del control de los mercados se provocan tremendos sufrimientos a los ciudadanos. Es lo que está ocurriendo actualmente en países como Grecia, Portugal o Irlanda. Y están comenzando a sufrirse también las consecuencias en Italia y España.
Se lamentaba días atrás el Ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, y se preguntaba  qué más se podía hacer para que las instituciones europeas pararan de una vez la voracidad de los especuladores financieros. Nuestra prima de riesgo había superado la barrera de los 500 puntos. Y el interés a pagar por nuestra deuda  se acercaba peligrosamente al 7%. Al parecer esta es la línea roja, según los expertos, a partir de la cual se interviene un país. En términos similares se expresaba el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Y lo hacía con evidentes gestos de enfado.
Comprender los entresijos de lo que está ocurriendo es complicado. Incluso para los economistas. Yo recuerdo cuando estudiábamos los modelos macroeconómicos en la Universidad, y se nos explicaban los mecanismos de control de los gobiernos y los bancos centrales para poder resolver situaciones de desequilibrio económico. Unos eran mecanismos de política fiscal y otros de política monetaria. La política fiscal podía ser expansiva, para así aumentar el nivel de renta y disminuir la tasa de paro, o contractiva, para disminuir la inflación, si éste era el problema (ahora no lo es). La idea era recuperar el equilibrio entre oferta y demanda, y entre renta y tipos de interés. Respecto a las políticas monetarias, lo que se pretendía era controlar la masa monetaria global de un país. Para ello, los bancos centrales utilizaban diversos mecanismos, como las políticas de descuento de los títulos que tienen los bancos privados en su poder, los coeficientes de caja o las operaciones de mercado abierto. Pero todo esto era la teoría. No se contaba con la voracidad sin límites de los especuladores, ni con la de unos Estados para con otros.
Lo que ocurre en la actualidad es que las autoridades económicas comunitarias, influenciadas fundamentalmente por Alemania, impiden que el Banco Central Europeo pueda realizar estas operaciones de mercado abierto comprando deuda a los Estados. Dicen que si lo permiten, estos no harán los ajustes necesarios. En su lugar, son los bancos privados los que acuden a comprar dicha deuda pública, que además de como inversión, les sirve de garantía para obtener financiación en el Banco Central Europeo, o en las denominadas cámaras privadas de contrapartida. Fundamentalmente hay dos. Una británica, LCH. Clearnet, y otra alemana, Eurex Repo, que son las que obtienen cuantiosos beneficios con estas operaciones y las que pueden degradar nuestra deuda haciendo que suba el descuento. Es decir, que lo que se está permitiendo, y provocando, con esta situación es que algunos Estados, como el español, lleguen al colapso financiero, mientras que la banca internacional, fundamentalmente la alemana, obtiene pingües beneficios. De esta forma, es el Gobierno alemán el que sigue controlando y dirigiendo la política económica europea, lo que les permite seguir ocupando los primeros puestos en el ranking de desarrollo económico, aunque sea a costa de empobrecer a sus vecinos. Es la Europa de los “mercaderes”, en lugar de la Europa de la solidaridad y de los derechos humanos, en la que creíamos que estábamos.
Es evidente que una situación como la actual no puede durar eternamente. Además del riesgo evidente de confrontación social generalizado, también hay una razón de puro interés económico. Si no hay recuperación económica los Estados no podrán devolver la enorme deuda contraída con los especuladores. En el momento en el que los que controlan los mercados financieros vean peligrar sus beneficios, permitirán que el Banco Central Europeo compre deuda soberana a los Estados. Pero mientras que haya margen para seguir apretando el cinturón a los ciudadanos y para desmantelar el Estado de Bienestar, los especuladores continuarán con su voracidad sin límites. Y de paso, países como Alemania toman posiciones en el nuevo tablero de poder que se está gestando en la Europa posterior a las elecciones francesas.
Es la triste realidad en la que nos encontramos. Lo más vergonzoso es que tengamos que escuchar a algunos paisanos ensalzando la figura de la luterana Ángela Merkel, frente al socialista François Hollande. Y además, culpándonos a todos de la crisis económica que estamos sufriendo.

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