Me gusta visionar de vez en cuando un documental sobre el cosmos, y allí vemos como en condiciones de gravedad, de temperatura, y de presencia de determinados elementos, nacen las estrellas. De la aparente oscuridad, surgirá un coloso, que proyectará su luz hasta desafiar los límites el espacio infinito.
En correspondencia con el espacio donde rigen las leyes de la física, asistimos a un fenómeno parecido, esta vez en las profundidades del mundo interior, de la mente.
Llevados por una fuerza creadora, y cuando concurren condiciones de necesidad, de inquietud, y de utilidad, podemos generar una idea original, que será como un sol que sirva de principio a la estirpe del conocimiento.
Este punto de luz será el centro de nuestra experiencia vital, y se irá alimentando con la información que ofrecen los sentidos, con el estudio, y con las razones que son los juicios.
El espacio oscuro de la incertidumbre se irá llenando de certezas, y los dones que son las palabras señalarán el camino que debemos transitar para encontrar la salida en el laberinto de la confusión.
Pero este proceso no es automático, más bien es una fragua que requiere de grandes dosis de paciencia, y de rigurosa atención.
Hay estrellas de mayor rango que otras, pero la más preciosa es la que ilumina nuestro proyecto vital, nuestra razón de existir, ¿cuál es el sentido de nuestra vida?
Al tener claro un centro de gravedad, los pensamientos generados girarán entorno, tendrán consecuencia, y la coherencia fortalecerá la salud mental. Al haber un centro de control, habrá una tensión, y no perderemos energía en acciones ni en razonamientos inconexos, innecesarios.
Tal fue el caso de mi fracaso existencial. Al no estar convencido de mi vocación de periodista, al no haber analizado con paciencia mi sitio en la vida, mi sistema de conocimiento perdió tensión, y generé multitud de ideas que no respondían a un origen.
Si los pensamientos no giran en torno a un centro de luz, la incoherencia debilita las capacidades del mundo interior, y el deterioro puede acabar en peor desenlace: un fallo en la función mental.
Ahora bien, la vida te da una segunda oportunidad, y también pude hacer el camino contrario. Tras la travesía del desierto, que es la aceptación de un problema de salud mental en esta sociedad exigente y competitiva, alumbré una idea que daría un centro a mi experiencia: el ejercicio de la responsabilidad.
La responsabilidad en el deporte, en la escritura, y en el servicio a la salud mental, me ayudó a vencer mi autopercepción de individuo pasivo, y me proyectó a mejores tierras.
Hay que ser consciente de tu origen, y luego idealizar un punto de llegada. Solo así podremos describir una trayectoria y disfrutar de ese lugar que es la vida
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