Opinión

Los gatos de Doña Gumersinda y el bueno de Aquilino

Doña Gumersinda amaba a los gatos. Sentía tanta pasión por los felinos que, cuando tenía 10 años, escondió una cría en una bolsa de hacer los recados y lo guardó con tanto esmero que nadie se percató del micifú hasta que la Gumersinda no cumplió las 17 primaveras. Lo disimulaba de todas las formas posibles pues consiguió una complicidad con el animal que parecían uña y carne: se lo ponía como simulando un moño, en invierno era una bufanda, cuando salía de fiesta de lo colgaba como un collar africano y por las noches imitaba los dibujos de un edredón nórdico.

La niña tenía la manía de darle de comer a cualquier gato del barrio y éstos, cuando notaban su presencia, la seguían en fila india como si fuera la flautista de Hamelin.

Gumersinda era una alumna ejemplar: pulcra, ordenada, metódica,inteligente y generosa. Inspiraba el respeto y la admiración de cualquier persona que la conociera; su bondad era tal que cuando ella pedía para darle de comer a los animales tenía que contratar a una furgoneta para recoger la inmensidad de alimentos donados para la causa: latas de sardina, piensos de todo tipo, pipetas, botes de pescado en pepitoria y bolsas de atún del cantábrico que donaba la mismísima despensa de Marta.

Cuando Gumer, que así la conocía todo el barrio, se presentó a selectividad casi pierde la convocatoria pues no sé acordó que tenía que darle biberón a una cría rescatada en un contenedor de basura.. Logró la máxima nota y optó por estudiar medicina y hacer la especialidad de psiquiatría.

En sus ratos libres le encantaba ir a la Facultad de Filosofía y Letras; se quedaba embelesada escuchando a un catedrático de arte que siempre explicaba cualquier tema haciendo referencia a los gatos y la influencia de estos en la pintura, escultura, arquitectura o literatura. Era Don Aquilino Santiesteban, decano de la facultad y miembro honorario de la Real Academia de la Historia.

Así comenzaron su romance en el parque de Maria Luisa charlando de anécdotas gatunas mientras los mininos escuchaban subidos en la cabeza de la estatua de Gustavo Adolfo Bécquer.

Ya terminando la Carrera Aquilino le pidió matrimonio sacándose de la chaqueta a un gato persa que le regaló como si fuera un anillo de pedida.

Vivieron en Sevilla 50 años, en la calle Félix Rodríguez de la Fuente. Tuvieron cinco hijos y les inculcaron el amor por los gatos; tanto es así que dormían con ellos en la cuna, luego en las camas y más tarde en las bibliotecas de sus habitaciones.

Aquilino tenía que espantar a los gatos cuando marchaba a la universidad; así y todo, alguno salía de su maleta al comienzo de cada clase. Los alumnos se morían de risa y apostaban cuántos tendrían ese día como compañeros de pupitre

Doña Gumersinda llegó a ser una psiquiatra de prestigio; más que recetar ansiolíticos, prozac o cualquier medicamento, recomendaba razas de gato para paliar las dolencias: el Siamés para la depresión, el persa para la anorexia, el bengalí si se padecía de esquizofrenia, el de Abisinia para trastorno bipolar y el gato montés castrado si uno era una cabra loca con un TOC de mírame y no me toques.

Aquilino y Gumersinda se jubilaron; su casa de planta baja se convirtió en la colonia más grande jamás vista. Tanto es así que cuando estaba en Celo los maullidos llegaban al pueblo de Dos Hermanas con una fuerza tal que simulaban miles de cítaras sonando al mismo compás.

El Güines de los Récords reconoció y premió a la casa de Doña Gumersinda y Aquilino como la que más gatos tenía del mundo.

Cuando Sevilla amanecía nublada y amenazaba tormenta los gatos se confundían con una nube más negra que la boca de un lobo. Así, por la ciudad hispalense se acuñó el refrán : " esta noche lloverán gatos”.

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