Yo tengo una colonia de gatos. A las 6, mientras la luna se va a dormir salgo con mi perra hacia la marina; ella sabe la rutina y me despierta a lengüetazo limpio en la cara.
Abby, mi mascota, lleva en sus venas la calle, el recorrer con su hocico el césped mojado de rocío, el mar, los rastros de otros perros, la sombra desconocida de su cuerpo. Aunque no se de cuenta de su felicidad puedo captarla en el movimiento de su cola y en sus ojos que me piden permiso para alejarse y buscarme cuando me confunde con la noche.
Hace unos meses, 6 gatos han acampado en unos matorrales escondidos entre ramas. Salen todas las mañanas a nuestro encuentro; merodean a Abby, la siguen con cautela, se acercan aunque toman distancias de precaución. Con el tiempo la perra les ha perdido el miedo y parece que mira de un lado a otro oteando y buscando su presencia.
Ya es mi colonia, una más de tantas como hay en Ceuta: en los barrios, en la playa, en el monte, en cualquier sitio. El mapa de la ciudad se traza de estos grupos de gatos que viven en comunidad.
Mientras daba de comer a los felinos que se arrimaban para dar las gracias me volví a acordar de Gaza, del genocidio silenciado, de la matanza prolongada, de la muerte indiscriminada, de un terror imparable e ignominioso que sufren los gazatíes esparcidos por su tierra.
Los gatos me llaman y me siguen, están seguros, están ciertos que los ceutíes no los dejaremos a su suerte.
Los gatos de Ceuta tienen veterinarios, los gazatíes no tienen médico. Los gatos pertenecen a su colonia pero los gazatíes no tienen casa tras los bombardeos. Los gatos pasean tranquilos, los gazatíes son ametrallados mientras huyen. Los gatos duermen, los gazatíes no pueden dormir. Los gatos de Ceuta son protegidos por asociaciones, los gazatíes no tienen a nadie que les proteja. En Ceuta podemos alimentar a los gatos sin ser acribillados desde cualquier parte. Adoptamos gatos pero no podemos hacer lo mismo con los palestinos. Nuestra ley impide el maltrato a los animales, causarles daño, abandonarlos; lo mismo también existe esa legislación en Israel pero no para las personas de Gaza.
Enterramos a los gatos que mueren, los gazatíes son devorados por alimañas porque no hay tiempo para recoger sus cadáveres.
Nuestros gatos tienen nombre, el nombre de los habitantes de Gaza son cifras, números, estadísticas.
¿Quién mata a un gato en Ceuta? Saldría en los medios de comunicación y su violencia sería castigada. Matar a un gazatí pasa desapercibido y el acto es aplaudido por los mandos militares.
Los gatos de Ceuta, los seres humanos de Gaza. No es una pesadilla, ni un cuento de terror, ni una metáfora, ni una fábula, ni una alegoría.
La humanidad es un monstruo imparable.
Cuentan que Hitler estuvo llorando cuando murió su perro. La única esperanza que nos queda es que los gatos de Israel paren la guerra.
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