Sin llegar a un nivel notable, este segundo spin-off del mutante más famoso supera con claridad a su predecesora, la infame X-Men Orígenes, y muestra a un Lobezno más Logan que nunca, meditabundo y atormentado por los acontecimientos de la tercera parte de X-Men. La relación del protagonista con Japón ha sido en los cómics de eterno amor a primera vista; finalmente, este aspecto personal e introspectivo del personaje se ve reflejado en una cinta imperfecta, muy estética y con tendencia a otorgar seriedad a Lobezno, que sigue oscuras corrientes actuales del mundo superheroico, pero que se aleja a la vez del toque socarrón que tan bien le sienta y al que Hugh Jackman, sin llegar a lo carismático de Robert Downey Jr. con Tony Stark, le tiene la medida cogida.
Más de media película disfrutaremos con el primer contacto de Logan con el País del Sol Naciente, con actrices secundarias bien plasmadas y atractivas (en todos los aspectos en el caso de Mariko Yashida, interpretada por la bellísima modelo metida con buen resultado a actriz Tao Okamoto). Vemos por primera vez al héroe de carne y hueso en lo físico de la expresión, capaz de sangrar y de necesitar puntos de sutura, que es donde más tiene que demostrar que su valor va más allá de la inconsciencia del que se sabe invulnerable.
Sin embargo tanta imagen agradecida de Japón y momento de acción memorable como el del tren bala se ve oscurecida por un despropósito de guión que se desploma en su tramo final, notándose precipitado, plano y deslavazado hasta llegar a lo absurdo. Por ello y por la horrenda imagen de Vívora, la villana que es todo un clásico en Marvel pero que se podrían haber ahorrado en la cinta por lo que aporta.
A estas alturas de la película podemos asegurar que Lobezno: Inmortal juega claramente en una liga más pequeña que maxiproyectos como Los Vengadores, X-Men: Primera Generación, las entregas de Iron Man (sin mencionar las apuestas en los últimos tiempos de la competencia por Batman o Superman), y la mayor prueba de ello es que ni siquiera hay cameo de Stan “The Man” Lee, o al menos un servidor no ha sido capaz de localizarlo entre fotogramas.
Así las cosas, si tomamos la falta de pretensiones grandiosas como una posible virtud, esta película, con las demasiadas carencias mundanas ya mencionadas, merece un hueco en nuestra agenda veraniega, porque hará pasar al respetable (cuanto más fan del personaje desde las viñetas del cómic, mayor será la empatía) un buen rato de entretenimiento.
Pero como todo espectáculo que se precie, esta película guarda lo mejor para el final, para el epílogo siendo exactos: que nadie se mueva del asiento cuando aparezcan los títulos de crédito, porque se perderían lo mejor del show, que es ni más ni menos que el enlace de lo que acabamos de ver con el mayor evento mutante que se haya presenciado en el cine, ahí es nada, el prólogo de Días del futuro pasado, que promete mucho y grande el año que viene. Por ver a Ian McKellen en la piel de Magneto otra vez, aunque sólo sea unos segundos, ya merece la pena la excursión al cine…