La economía ocupa un lugar central en nuestra sociedad. Ella es la encargada de organizar y dirigir la capacidad humana y técnica hacia la obtención y transformación de los recursos naturales para producir bienes y servicios que satisfacen tanto las necesidades reales como las inventadas por el sistema para mantener nuestra forma de vida. Todo este complejo entramado se mantiene desde hace casi un siglo gracias a los combustibles fósiles y a la progresiva incorporación de las energías renovables. Gracias a estas fuentes de energía la economía no ha dejado de crecer, aún con recurrentes crisis, rebasando los límites de capacidad de carga de nuestros ecosistemas y hábitats. La huella que la humanidad viene dejando sobre la superficie de la tierra es cada día más amplia e indeleble borrando el primigenio y bello rostro de la Madre Tierra. Como escribió Mary Oliver en su ensayo “Horas de Invierno” –que acaba de ser publicado en español por la editorial Errata Naturae-, “la naturaleza siempre existirá, pero no será la que conocemos ahora, menos aún los tupidos campos y bosques que muchos recordamos de nuestra infancia. Los mundos de Van Gogh y Turner y Winslow Homer, y también de Wordsworth, y Frost y Jeffers y Whitman, han desaparecido y no volverán. Todavía podemos entrar en razón y salvar el planeta, pero nunca lo devolveremos ni remotamente a su forma original”.
Cada día pienso más en la naturaleza primigenia de Ceuta, en ese frondoso bosque que según Plinio cubrían la romana Septem Fratres, la actual Ceuta. La belicosidad inherente al ser humano convirtió los árboles ceutíes en tablas para construir barcos de guerra y en leña para alimentar los fogones de una ciudad en imparable crecimiento urbano. Tal y como narra Manuel Gordillo en su obra clásica “Geografía urbana de Ceuta” (1972), “el suelo actual es en parte una consecuencia de la deforestación llevada a cabo durante más de tres siglos, tanto por los pobladores de la Plaza como por los musulmanes sitiadores (se refiere al cerco de Muley Ismail iniciado en 1694), unas veces con fines bélicos, otras para proveerse de combustible”.
Aun siendo importante la transformación del entorno ceutí durante el segundo milenio, hasta el siglo XIX Ceuta era “un pueblo andaluz, alegre, risueño, ventilado, de blancas casitas que asomaban por encima de sus jardines y huertas –dada su topografía” (Gordillo Osuna, 1972: 207). Sin embargo, la inmigración masiva que sufrió Ceuta a comienzos del siglo XX debido, entre otros factores, a la abolición del penal, a la construcción del puerto y a la involucración de España en la aventura colonial europea en el norte de África, desbordó la capacidad de acogida de Ceuta y favoreció un crecimiento económico que propició la transformación urbana de Ceuta.
El caserío de viviendas bajas con sus jardines y huertas, que se mantuvo casi impertérrito desde época medieval, fue arrasado en un par de décadas para ser sustituidos por edificios de varias plantas abiertos a calles más anchas. Al mismo tiempo, los terrenos hasta entonces libres del Campo Exterior fueron ocupados de forma apresurada y sin planificación para aliviar la presión demográfica que resultaba insostenible en el centro urbano.
Las consecuencias de la Guerra Civil también se sintieron en Ceuta iniciando un periodo de estancamiento de la población que no se romperá hasta los años ochenta y que se acelerará de manera vertiginosa a partir del año 2000. A partir de esta fecha se produce una auténtica fiebre constructora en Ceuta que se llevó por delante buena parte del centro histórico y la urbanización de nuevos terrenos en el Campo Exterior, como los de Loma Colmenar o Parques de Ceuta. No obstante, el estallido de la burbuja inmobiliaria en el año 2008, junto a la incapacidad del gobierno de la Ciudad de sacar adelante la revisión del PGOU, provocaron un descenso importante en la actividad constructora en nuestra ciudad. Cuando parecía que el corazón de la economía volvía a latir con fuerza llegó de improviso la pandemia de la COVID-19, seguida de la crisis económica vinculada a la invasión rusa de Ucrania.
”El desconocimiento lleva a algunos a ver en el mar que rodea a Ceuta una masa estéril de agua marina que se puede rellenar como una zanja”
Este receso podría abierto el necesario debate sobre los límites del crecimiento urbano de Ceuta. De hecho, algunas propuestas se han hecho en el sentido contrario a nuestra propuesta de contención y reequilibrio entre lo construido y los espacios abiertos, como la de mantener el ritmo de crecimiento urbano mediante la construcción en altura o el relleno del borde costero para habilitar nuevas zonas urbanas. Esta idea de ganar terreno al mar ha sido una de las “claves de la prosperidad de Ceuta” que en fechas recientes ha traído a Ceuta la economista Carmen Sánchez.
Cuando escucho este tipo de propuesta siempre pienso en lo arraigado que está el mito del desarrollo en la psique humana y la ignorancia sobre el valor de nuestros paisajes y de los ecosistemas naturales costeros y marinos de Ceuta. Este desconocimiento les lleva a algunos a ver en el mar que rodea a Ceuta una masa estéril de agua marina que se puede rellenar como si fuera la zanja de una canalización. Tampoco parece importar que la silueta de la península ceutí dibujada con esmero por la madre naturaleza sea borrada y quede irreconocible perdiendo su identidad paisajística, considerada por muchos una de las más bellas de la tierra. Algunos no le dan la importancia que merece vivir en un lugar bello y acorde con su espíritu latente. La fealdad, como bien detalla el periodista Andrés Rubio en su obra “España fea”, se ha expandido por nuestro país debido a “la estrategia urdida por políticos y promotores ignorantes y corruptos, con el silencio cómplice de un gremio desmovilizado, el de la arquitectura, y la indiferencia y el desconocimiento del mundo intelectual y los medios de comunicación”.
Además de las dramáticas e irreversibles consecuencias ambientales y paisajísticas de intentar mantener a toda costa el crecimiento urbano de Ceuta no podemos pasar por alto los perjuicios sociales de tal tendencia urbanística. Lewis Mumford se preguntaba en su libro “La cultura de las ciudades” (1938): “¿Acaso puede una ciudad continuar creciendo hasta que una sola zona urbana cubra la mitad del continente americano, con el resto de mundo tributario de esa masa? Desde el punto de vista de la organización puramente física de las utilidades urbanas, este último proceso quizá pudiera seguir indefinidamente.
Pero si la ciudad es un teatro de actividad social, y si sus necesidades se definen por las oportunidades que ofrecen a los grupos sociales diferenciados, actuando mediante un núcleo específico de institutos y asociaciones cívicas, este hecho tendrá como consecuencia limitaciones en lo que respecto al tamaño. Si esas limitaciones la comunidad carecerá de foco social”. Por desgracia, los gestores políticos, como la connivencia de otros actores públicos y privados, han ido apagando el foco social de las ciudades para dirigir toda la atención a la obtención de beneficios económicos para unos pocos y para mantener unas administraciones locales tan abultadas en personal, como costosas e ineficaces en muchos casos.
Ceuta tiene unos límites claramente definidos por el mar y por una frontera que nos separa de otro país. Ya es hora de que asumamos nuestra realidad geográfica y el valor de nuestro patrimonio natural y cultural. No podemos seguir arrasando nuestros bienes culturales y esquilmando nuestros parajes naturales. Hemos heredado un valioso patrimonio y no tenemos ningún derecho en derrocharlo, imposibilitando que las generaciones venideras tengan la oportunidad de disfrutar de un adecuado nivel de calidad de vida. Por otra parte, debemos pensar que nuestra especie no es la única que habita este planeta. Todos los seres vivos tienen que ser tratados con respeto y dignidad. No merecen ser sepultados por nuestros residuos inertes para que el crecimiento económico se mantenga de forma indefinida.
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