Así lo llaman al asunto, y la palabrita ya tiene bemoles. Podrían llamarlo ludificación, que a fin de cuentas viene del latín ludus (juego), pero parece que el latín ya es materia rancia y apolillada y si no expresas los conceptos en inglés eres algo parecido a un neandertal.
Pues bien, la gamificación, traducido a mi particular manera de expresar las cosas, consiste en aplicar el juego, la diversión, el cachondeo y el buen rollito a todos los ámbitos de la educación. O sea, un modernísimo neologismo para el antiquísimo concepto de “enseñar deleitando”.
Así las cosas, si uno es profesor y se dedica al noble quehacer de desasilvestrar mozalbetes, más vale que esté entrenado para “gamificar” día sí y día también o que cambie de oficio, si no quiere ser tildado de troglodita.
Porque por lo visto, lo menos que puedes hacer si obligas a los chicos a levantarse temprano por las mañanas de lunes a viernes, a darse una ducha y a privarles durante algunas horas del día de su teléfono móvil, instagram y reguetón es compensarles con una enseñanza “gamificada”, no sea que los chicos se vayan a aburrir o tengan que esforzarse, o incluso trabajar, en el colegio o instituto, los pobrecillos.
Y esto es lo que ahora causa furor como método pedagógico, mientras que el esfuerzo, la repetición, la constancia y la memorización ya han pasado a la historia oscura de esa escuela arcaica y trasnochada que conviene olvidar lo antes posible. Pitágoras, que el muy ignorante no tenía ni idea de lo que era la gamificación, decía que la educación era templar el alma para las dificultades de la vida.
Y para mí, que no soy Pitágoras pero soy casi tan anticuado como él, la educación es algo tan sencillo como la preparación para la vida.
Para todos los órdenes de la vida. Y ya sé que uno no tiene por qué llegar al colegio a sufrir, ni pienso que la jornada escolar tenga que asemejarse a un entrenamiento espartano, y también soy consciente de que se aprende mucho más cuando uno se está divirtiendo.
Todos los estudios psicológicos lo demuestran. Pero no todas las destrezas necesarias para la madurez, sean intelectuales, emocionales, cognitivas o físicas pueden adquirirse pasándoselo teta. Lo sentimos chicos, pero a veces hay que aburrirse.
A veces hay que esforzarse. A veces hay que aprender cosas a través de los “tediosos” procedimientos de la lectura, el estudio, la memorización y la repetición. Y la disciplina.
Es verdad que es más descansado y relajante ver un video de youtube repanchingado en el pupitre que leerse veinte páginas de esos artilugios obsoletos llamados libros, pero no son incompatibles. Me permito citar aquí al filósofo José Antonio Marina: “Un hábito se adquiere por repetición de actos semejantes.
Al principio supone esfuerzo, cierto sufrimiento, lucha. Después produce satisfacción y alegría. El espíritu combativo, bien entendido, es un potencial educativo imprescindible. El esfuerzo como tal no es una virtud sino un ingrediente de toda virtud auténtica.
Es inherente al ejercicio inicial y continuado de las facultades humanas, que poco a poco se convierte en hábito positivo o virtud. Una vez adquirida ésta, como disposición estable, la actividad resulta más fácil y gozosa. Pero especialmente en tiempos o en ambientes de permisividad o de hedonismo (aprecio excesivo del placer), el esfuerzo mismo se convierte de por sí en una virtud notable: es la fuerza de voluntad, fortaleza o reciedumbre, y también la constancia o perseverancia”.
No sé qué pensará Marina de la gamificación en las aulas. Porque una cosa es utilizar todos los recursos que nos ofrece la tecnología para transmitir conocimientos y conseguir a través del juego que el colegio o el instituto sea un lugar agradable y hasta divertido y otra muy diferente que el profesor sea un showman y las aulas platós de televisión y circos escolares.
Porque no siempre es posible. A modo de ejemplo, para conseguir tocar un instrumento musical hay que repetir hasta la saciedad escalas tediosas y castigarse los dedos hasta el martirio. El gozo, el placer del logro, tarda mucho tiempo en llegar. No hay gratificación inmediata. Y así, en muchos asuntos.
Y porque cuando el alumno cambie las aulas “gamificadas” por la vida real, cuando tenga que descargar camiones, o picar piedra en una cantera, o limpiar boquerones en la pescadería va a echar de menos los jueguecitos escolares. Porque no todos vais a ser guionistas de televisión o youtubers, queridos alumnos.
Y la vida laboral de adulto os va a parecer una puñetera mierda, cansada, aburrida y rutinaria. Sin gamificación. Así que no estaría mal iros preparando desde edades tempranas y evitar así que el trauma resulte insuperable.
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