Opinión

El galeón San José, el santo grial de los naufragios

Desde tiempos impertérritos, el hundimiento de las embarcaciones pasaron a formar parte del último rastro que, por entonces, hicieron posible la primera globalización en el siglo XVI; este es el caso concreto del galeón ‘San José’, una embarcación que, hoy por hoy, conserva las claves perdidas de un pasado conjurado a ser revelado a los ojos del mundo.

Inmerso en la Guerra de Sucesión Española (9/VII/1701-7/III/1714) entre los Borbones y los Habsburgo, con los franceses e hispanos combatiendo contra las fuerzas inglesas, holandesas y austríacas, la armada dirigida por el General don José Fernández de Santillán y Quesada (1637-1708), primer Conde de Casa Alegre, partió de España el 10 de marzo de 1706 con dirección al Caribe.

Liderada por el buque insignia ‘San José’, la flota alcanzó Cartagena de Indias el 27 de abril de 1706; por aquel entonces, exportaba productos y géneros para las ferias de Cartagena y Portobello, con la finalidad de generar ingresos para la Corona de Su Majestad el Rey Don Felipe V (1683-1746).

Los impuestos oficiales y los bienes privados del Perú se transportaron vía marítima, desde Callao a Panamá y desde ahí por tierra hasta Portobello. La idea proyectada del desplazamiento, pronosticó que los barcos retornasen a Cartagena de Indias y lo más pronto a la Habana, antes de atravesar el Atlántico y volver cargados con el caudal de las Américas a Cádiz. Pero, la escuadra inglesa era consecuente de las pautas mercantiles y del alcance en el comercio de América para su enemigo Felipe V.

Por lo tanto, el destino del ‘San José’ quedaría en manos de la Providencia, porque a unos 600 metros de las colosales profundidades y de cara a las playas de Cartagena de Indias, permanece un capítulo de la Historia de España y una de las joyas subacuáticas más significativas, sumergida en la ‘Batalla de Barú’ por la marina británica del comodoro Charles Wagner.

Aquella jornada infausta, el ‘San José’ acababa de embarcar importantes fortunas procedentes del Virreinato de Perú, pero hubo de contrapuntear hasta luchar el 8 de junio de 1708 al buque británico el ‘Expedition’. Tras dicho combate, se originó una enorme detonación en la nave española, que en escasos minutos se esfumó en los abismos de las aguas.

Las descargas de los ingleses bambolearon la jarcia del ‘San José’ y, a duras penas, sus marineros pugnaban por mantenerlo a flote y estabilizar las muchas vías abiertas, pero los infructuosos intentos no pudieron evitar el infierno desencadenado por los proyectiles recibidos.

Los indicios que nos aproximan al naufragio, dan la sensación de ser contrapuestos a lo que realmente sobrevino en el ‘San José’.

Primero, los ingleses aseveran que el origen principal subyace en un intenso estallido; segundo, el relato hispano contradice el patrón de una deflagración, en su lugar, sostiene que los daños en la estructura se causaron por un encallamiento a la salida de Cartagena. Sin obviarse, las imponentes sacudidas promovidas por los cañones en el acometimiento, en los que irremisiblemente se resquebrajó su casco.

Tal vez, las interpretaciones convergen en torno a que su inmersión aconteció en la penumbra de la noche y el ‘San José’ estaba lejos del resto de navíos. Incumbiendo que el siniestro acaeció vertiginosamente, en los que difícilmente existió tiempo para proteger a los miembros de la tripulación y la nave. Únicamente, consiguieron sobrevivir a esta tragedia un puñado de hombres.

Siglos más tarde, se desconoce con exactitud el cargamento que transportaba el ‘San José’, ya que lo determinado ante la Corona rondaba el medio millón de pesos en oro, pero la tripulación, al objeto de evadir los impuestos reales, llevaba una suma superior encubierta entre los diversos compartimentos del barco.

Y es que, el ‘San José’ albergaba en sus bodegas el conjunto de impuestos obtenidos para el Rey Don Felipe V, el primer Borbón que gobernó España, la Iglesia y otras instituciones que debía trasladar esta expedición de regreso a la Península.

Repleto con oro proveniente del Virreinato de la Nueva Granada, plata de Perú y piedras preciosas, su rumbo definitivo de no haber sido acometido por los navíos ingleses, era España. El tesoro valorado entre los 5.000 y 10.000 millones de dólares actuales, desde las 200 toneladas de oro, a la plata y esmeraldas, hasta los cañones de bronce, cerámicas, porcelanas y armas que yacen incólumes en las inmensidades de las aguas.

Con estas connotaciones preliminares, miles de naves resultantes del Nuevo Mundo venían atiborradas de grandes riquezas, a cada cual, más apreciable. Lo más corriente eran las piedras o los metales más solicitados.

Sin embargo, por alguna u otra razón y en ocasiones inexplorada, terminaba bajo el universo de los océanos. En su amplia mayoría, por su zozobra como resultado de las adversidades climatológicas; o en otras tantas, al producirse una agresión frontal con otros reinos enemistados, fundamentalmente, Francia e Inglaterra.

Uno de los galeones legendarios que surcaba por la masa imperturbable de las Américas era el ‘San José’. Ni mucho menos un barco cualquiera, sino más bien, una de las flotas emblema de la Armada Española. Inicialmente, se encargó en 1696 por el Gobierno de S.M. el Rey Don Carlos III (1716-1788) y fue diseñada por uno de los más ilustres tratadistas en construcción naval de la época, me refiero a su precursor don Francisco Antonio Garrote.

Confeccionado en 1697 en el astillero de Mapil en Aginaga (Usurbil), Guipúzcoa y botado en 1698; el ‘San José,’ era algo así como el más especial de Tierra Firme, con la misión de custodiar las Flotas de las Indias. Su dotación la acomodaban 600 hombres fraccionados entre los marinos, soldados, artilleros, civiles y otros.

Con una eslora de 71 codos; un puntal de 10 codos y un calado de 7.36 metros; poseía dos cubiertas y un arqueo de 1.200 toneladas. Su aparejo estaba satisfecho por bauprés, trinquete y mayor velas cuadras y en mesana latina y cuadra. En cambio, su asignación armamentística, algo exigua para los lapsos que corrían, estaba dispuesta por 62 cañones de bronce, de los cuales, respectivamente, 26 lo eran de 18 libras de bala; 26 de 10 y otros 8 de 6 libras de bala.

Nada más ser facilitado por el astillero, en 1702, el ‘San José’ preservó la Ciudad de Cádiz de las acometidas inglesa enviada por el almirante George Rooke. Al ser resistidos por los gaditanos, puso proa hacia Lisboa camino de Inglaterra, donde inminentemente se le avisa de la recalada de otras naves de Nueva España guarecidas en la bahía de Vigo.

La nave de don Manuel de Velasco es apresada por el corsario inglés, que previamente había asaltado Santa María y Rota, desmantelando casas y calcinando barcos mercantiles dispuestos para partir con la flota del ya citado Fernández de Santillán.

Tras cuatro años de aplazamiento, en 1706, el ‘San José’ a las órdenes de Fernández de Santillán, por fin larga marras con otros diez pertenecientes a la flota mercante española, escoltados por el ‘San Joaquín’, gemelo y compañero hasta su fin, al mando del almirante don Miguel Agustín de Villanueva y la ‘Santa Cruz’, blindado con 44 cañones.

En definitiva, la flota boga a las Américas en compañía de trece mercantes más y otros tres de guerra, conducidos por el navío ‘Nuestra Señora de Guadalupe’ de la Armada de Barlovento.

Transcurridos 41 días de largo recorrido y aparentemente sin ningún infortunio, las embarcaciones anclan en Cartagena de Indias. Mientras, la Corona Española espera su retorno con los caudales para sufragar tanto los costes que originan el sostenimiento de las flotas, como los honorarios del personal comprometido.


De este modo, unos cuantos navíos mercantes repletos con oro y plata salen del Callao de Lima, Perú, surcando por el Océano Pacífico hasta Panamá, donde descienden las existencias para la feria comercial de Portobelo. En este punto, coincide con el convoy que había marchado de Cartagena de Indias navegando por la costa del Caribe.

Una vez concluida la feria, no sin existir algunas discrepancias entre los administradores y negociantes, empleando como era costumbre la pillería para desfalcar parte de los tributos de la Hacienda Real, la flota se prepara para soltar amarras hacia la Habana con 22 millones de monedas, de las cuales, más de la mitad se hallan en el galeón ‘San José’.

Ya, desde Jamaica el pirata Charles Wager, está al corriente de la efectividad de tan sustancial mercancía, por ello ronda osadamente la demarcación con los navíos ‘Expedition’, ‘Kingston’, ‘Portand’ y ‘Vulture’, de 74, 60, 50 y 8 cañones.

Entretanto, don José de Zúñiga y la Cerda (1654-1725), Gobernador de Cartagena, teniendo conocimiento de la incursión inglesa en las Islas del Rosario, donde éstos se proveen de agua y provisiones a la expectativa de explorar la coyuntura propicia para ejecutar el pillaje, manda advertir al General de la Flota Española sobre los movimientos y la posición contendiente.

A pesar de las referencias desfavorables y el apremio ante la proximidad de la época de huracanes en el Caribe, con el añadido del acecho inglés, Fernández de Santillán optó por hacerse a la mar el día 28 de mayo de 1708. Sin inmiscuirse de este escenario, que en la Habana, le aguardaba la escuadra francesa con el encargo de auxiliarla hasta alcanzar España.

Así, el ‘San José’ junto al ‘Santa Cruz’, ‘Nuestra Señora de la Concepción’, ‘Nuestra Señora del Carmen’ y los dos barcos franceses, la ‘Mieta’ y ‘Saint Sprit’, provistos en orden de 40, 40, 24, 34 y 32 cañones, emprenden la navegación a Cuba con un alto en Cartagena, confiando imponerse a los cuatro buques de guerra ingleses, en caso de desencadenarse el abordaje.

En esta disyuntiva, numerosos analistas e historiadores se han pronunciado al respecto, ratificando que hubiese sido más sensato aplazar el trayecto con el paso inclemente del tiempo; toda vez, que los ingleses les aguardaban en aguas apestadas de mosquitos que, probablemente, les condenaría al padecimiento de fiebres e indisposiciones complejas hasta quedar mermados.

Pero, ante la impaciencia de la Corona por recibir cuánto antes las haciendas, se prefirió levar anclas con sentido, primero, a Cartagena de Indias y a continuación, a la Habana. Todo ello, con los vientos favorables y una adecuada visibilidad que brindaba la caída de la tarde, el General dispuso fondear ante el riesgo de los arrecifes de las Islas del Rosario.

En la alborada, se continuó con el derrotero a Cartagena y poco más o menos, al mediodía a unas 20 leguas de trecho, se distinguió el puerto. En paralelo, emergería en la lejanía del horizonte la escuadra inglesa muy al tanto de la singladura hispana. Paulatinamente, las corrientes pasaron a la calma, lo que incuestionablemente asistió a la situación de los navíos británicos prestos para la batalla. Horas después, el ‘San José’ tomó posiciones de combate en el centro de la formación, a diferencia del ‘San Joaquín’ que se previno en la retaguardia.

Rápidamente, la escuadra inglesa rompió el silencio con el fuego incesante, desmantelando al ‘San Joaquín’ que, mismamente lo alentaba la ‘Concepción’. Conjuntamente, la ‘Expedition’ se encaminó directo al ‘San José’, dando paso a fuertes descargas en cuanto se atinaba a menos de 300 metros de separación.

El ‘San José’ a duras penas se sostiene de los cañonazos y los ingleses están listos para el asalto, descargando al timón para imposibilitarlo en su gobierno. Se avecina el atardecer y los dos buques están a 60 metros de distancia; posteriormente, cuando ya se desploma la oscuridad, inesperadamente, se incendia el polvorín del ‘San José’ que estalla deteriorando a la ‘Expedition’ con una llamarada implacable.

El vertiginoso hundimiento y la explosión acaba con casi la totalidad de los integrantes, subsistiendo once pasajeros; en la otra cara, los británicos atónitos contemplan como desaparece en un santiamén el ansiado botín en el fondo de las aguas.

No cesando este episodio, la ‘Expedition’ busca desesperadamente el ‘San Joaquín’ confundiéndolo con la ‘Santa Cruz’, que es abatida a las dos de la madrugada. A la ofensiva se le añaden los dos naves inglesas que en dos horas, se entrega con noventa bajas, frente a las doce producidas en el bando enemigo.

En este entresijo de confusión y desconcierto, el ‘San Joaquín’ consigue fugarse y la ‘Expedition’ bastante mermada, no le puede dar caza, al igual que la ‘Kingston’ y ‘Portand’. Simultáneamente, Villanueva devuelve los fragores ingleses desarbolándolos y salvaguardándose en el Fuerte de San Fernando de Bocachica, a la entrada de Cartagena de Indias.

En otro orden de cosas, los buques mercantes españoles que no habían sido sitiados, acceden a las aguas resguardadas de la bahía de Cartagena; la ‘Concepción’ y ‘Nuestra Señora del Carmen’ se cobijan en el brazo de mar emplazado al Sureste.

Más adelante, ‘Nuestra Señora del Carmen’, persiste en su tránsito en mares sucintos hasta Cartagena; pero, la ‘Concepción’ encalla y ante la aparición hostil de los ingleses, es incendiada para impedir ser capturada. Ante la falta de botines, los capitanes Bridge y Windson fueron destituidos de la marina inglesa; mientras, Villanueva hubo de oponerse a algunos oficiales por su pobre consideración al servicio de las armas. Lo que le impuso a guarecerse ante la temeridad de ser matado.

Por ende, durante tres años Villanueva preservó con confidencia el patrimonio en Cartagena de Indias, hasta que en el año 1711, nuevamente zarpó en el ‘San Joaquín’ custodiado por una escolta francesa de tres buques de guerra; pero, en esta oportunidad, una tempestad inesperada diseminaría el convoy.

Obligados los barcos franceses al retorno por las inclemencias atmosféricas, el 7 de agosto, el ‘San Joaquín’ divisa a otras embarcaciones inglesas que fatídicamente confunde con su escolta francesa. Era imprevisible, Villanueva estaba totalmente acorralado: minutos más tarde, muere en una lucha encarnizada. Ante la estampa opresora de siete navíos ingleses armados con 350 cañones, al ‘San Joaquín’ no le queda otra que entregar las armas.

Amén, que una vez más, los salteadores se toparon con el desencanto, al comprobar in situ, que gran parte del tesoro no viajaba en la nave detenida, sino en uno de los buques franceses que, con anterioridad, había sido trasladado antes de la partida en el secretismo de las primeras luces.

A posteriori, la escuadra francesa al servicio de la Corona Hispana, con el Almirante Jean-Baptiste du Casse (1646-1715) a la cabeza, alcanzaría la Península Ibérica, al que por cierto, se le abrumaría de distinciones. Un hombre que en tiempos precedentes, se había interesado por la trata de esclavos y el filibusterismo. Luego, como intermediario en las Indias, materializó algunas negociaciones y contribuyó en el contrabando que la Institución realizó en el Caribe.

Curiosamente, en el transcurso de la Guerra de Sucesión, du Casse, sería el encargado de proteger a las flotas españolas a Tierra Firme, frente a los ataques holandeses e ingleses.

En consecuencia, el hallazgo del mítico galeón ‘San José’ pasaría a ser un enigma irresoluto. Aun cayendo en la cuenta, que estaría en alguna zona indefinida de las costas de Colombia.

En 1980 se da por iniciada otra aventura tras las pistas de ‘San José’, pero ahora, con un rastreo de repercusión cosmopolita.

Trescientos siete años más tarde desde su desplome, o séase, el 27 de noviembre de 2015 y treinta y cinco años después de su búsqueda, el galeón ‘San José’ reaparece en el imaginario colectivo, al ser descubierto en los litorales próximos a Cartagena de Indias por investigadores del Instituto Colombiano de Antropología e Historia; además, del equipo de la Armada Nacional y de la Dirección General Marítima.

En los trabajos de exploración como no podía ser de otra manera, se implementan aplicaciones cartográficas, meteorológicas e históricas en manos de expertos acreditados y de la más alta tecnología reciente. Tómese como ejemplo, el estudio pormenorizado y exhaustivo de sus cañones, que para datarlos con precisión, ha sido preciso recurrir al Catálogo de la Artillería del momento, tan detallista al milímetro y en la que se asienta el calibre, forma e inscripciones que conservan.

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