El futuro del mundo en los próximos años será...
Los medios de comunicación anuncian, entre incrédulos y sorprendidos, la vuelta a la política de bloques y a la guerra fría, después de que el Presidente Trump haya declarado a Rusia y China como enemigos de los intereses del pueblo americano. También lo son Corea del Norte, Irán, Venezuela, Europa y, en general, todos aquellos que supongan una amenaza a la supremacía económica y militar de los EEUU.
Es la mentalidad imperialista, que ha sido reactivada hasta extremos peligrosos por esta nueva administración. Contrasta esta información con su probada amistad con el presidente Putin y, sobre todo, con algunos multimillonarios rusos, que, parece, contribuyeron a su victoria electoral. Pero es lo que tenemos. Es la nueva política de seguridad que ha diseñado la administración americana, para así acabar con el legado de Obama.
Mientras que el mundo camina hacia no se sabe bien dónde, el que está considerado como el hombre más poderoso de la tierra, firma decretos, casi a diario, entre ridículos gestos y grotescas pantomimas, para suprimir, por ejemplo, medidas medioambientales protectoras de los ríos o de las aguas subterráneas, autorizar nuevas prospecciones petrolíferas en el Ártico, fomentar el uso del carbón, o perseguir y expulsar a inmigrantes indefensos.
Trump hace ostentación de haber renunciado a cumplir sus compromisos internacionales de reducción de gases de efecto invernadero
Pero también hace ostentación de haber renunciado a cumplir sus compromisos internacionales de reducción de gases de efecto invernadero, saliéndose del protocolo firmado en los Acuerdos de París sobre cambio climático, y sigue buscando, casi de forma enfermiza, la manera de volver a la situación sanitaria anterior a la reforma de Obama, que facilitó asistencia sanitaria a más de 20 millones de americanos pobres.
Y además lo hace con muecas y mohines desafiantes, como cuando un niño malo te mira queriéndote decir: ¡A ver si te creías que no era yo capaz! Todo esto me recuerda mucho al muñeco Chucky de la película Child’s Play.
La eterna III Guerra Mundial
Un buen amigo, ya fallecido, me contó que, en su juventud, en plena crisis de los misiles de Cuba, llegó a estar convencido de que el mundo entraría de forma inminente en la III Guerra mundial. Tal fue su certidumbre, que comenzó a acaparar toda clase de víveres no perecederos, al objeto de poder resistir, junto a su familia, lo que fuera posible, si el evento se producía.
Años más tarde, ante la situación de injusticia que se vive en el mundo, y a consecuencia de algunos tristes acontecimientos familiares que le sucedieron, con su viejo cuerpo muy debilitado a causa de la edad, pero sus cualidades intelectuales intactas, decidió dejar de comer. Su vida se fue extinguiendo poco a poco. No quería vivir más. Así me lo transmitió uno de sus hijos.
Sabiendo que era una persona de sólidos principios y que siempre había creído en la capacidad de la humanidad para transformar la realidad, estoy casi seguro de que lo que le ocurrió a mi amigo fue que había perdido la esperanza en aquello en lo que había creído toda la vida.
Como buen filósofo que era, y experto en Epicuro, posiblemente el miedo al fracaso en la búsqueda del bien (uno de los cuatro miedos de los que hablaba Epicuro), le llevó a dejarse vencer por el peso de los años. Quizás creyó que ya el mundo no caminaba hacia ninguna parte.
Incremento de la desigualdad
Recientemente se acaba de publicar el Informe sobre la Desigualdad Global de 2018, de la World Inequality Lab. Es un sólido informe, de acceso libre, en el que participan, entre otros prestigiosos intelectuales, Tomas Piketty, Antony B. Atkinson, Tomas Blanchet o Gabriel Zucman, por citar sólo a unos cuantos.
Se basa en las últimas evidencias disponibles sobre la distribución del ingreso y la renta, ofreciendo a los distintos actores sociales la evidencia necesaria para permitirles participar de manera informada en el debate sobre la desigualdad. Lo presentan bajo el convencimiento de que si “… el incremento de la desigualdad no es debidamente monitoreado y enfrentado, podría llevar a todo tipo de catástrofes políticas, económicas y sociales”. Algunos de los hallazgos que han encontrado, merece la pena que sean resaltados.
Lo primero que se muestra es que la desigualdad de ingresos se ha incrementado en prácticamente todas las regiones del mundo, aunque a distintas velocidades. La no similitud de la desigualdad entre países, incluso entre países de parecidos niveles de desarrollo, demostraría, según los autores, que las políticas y las instituciones nacionales son importantes para influir en la evolución de la misma.
Por ejemplo, que el máximo de desigualdad se alcance en Medio Oriente y que en Europa sea relativamente más baja, es una muestra clara de lo que se dice anteriormente. Y otra muestra más es que entre Europa Occidental y Estados unidos, que había niveles similares de desigualdad en 1980, en la actualidad se han incrementado notablemente , pues la participación del 1% de mayor ingreso ha subido al 20% en los EEUU, frente al 12% en Europa Occidental.
A nivel mundial se estima que el 1% de los mayores ingresos, recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre. Sin embargo, en la clase media global se contrajo. En concreto, el 1% de los ingresos mayores percibieron el 27% del crecimiento total, mientras que el 50% de los menores ingresos sólo percibió el 13% del crecimiento total. Entre las causas del incremento de la desigualdad en EEUU, por ejemplo, se señala la desigualdad educativa o el sistema tributario poco progresivo.
Otra de las conclusiones a las que llegan es que las desigualdades económicas están determinadas en buena medida por la distribución de la riqueza, que puede ser de propiedad privada o pública. Así, mientras la riqueza nacional global ha crecido, la riqueza pública se ha hecho negativa o cercana a cero en los países ricos, lo que limita la capacidad de los gobiernos para reducir la desigualdad. La combinación de privatizaciones a gran escala con el incremento de la desigualdad de ingresos ha potenciado la concentración de la riqueza. Este incremento de la desigualdad de patrimonios ha sido extremo, según el informe, en Rusia y EEUU, y más moderado en Europa.
Pero, ¿cuál es el futuro de la desigualdad en el mundo y cómo nos podemos enfrentar a ella? Lo que ellos estiman es que en el futuro, en situación de céteris paribus (si las condiciones actuales se mantuvieran sin cambios), la desigualdad a escala mundial continuaría creciendo. Sin embargo, si todos los países siguieran, en términos de distribución del ingreso, una trayectoria similar a la de Europa en las últimas décadas, la desigualdad a nivel mundial podría reducirse, con simultáneos avances importantes en la erradicación de la pobreza a escala global.
Es sorprendente esta afirmación, sobre todo viniendo de economistas que no tienen nada que ver con el Bundesbank alemán. Es decir, algo tan simple como seguir la senda de crecimiento y distribución de la renta de la vieja Europa en las últimas décadas, podría llevar al mundo a importantes avances para erradicar la pobreza a escala global, según nos dicen en su estudio.
Cambio climático: no habrá empleo en un planeta muerto
Los datos del estudio anterior han de ponerse en relación con el cambio climático, pues también el mismo provoca desigualdad. En el histórico acuerdo de la XXXI Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, denominada Cumbre del Clima, celebrada en París en 2015, y ahora rechazado por la américa de Trump, se pretendía que la temperatura del planeta quedara muy por debajo de los dos grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, a finales de siglo.
En el texto aprobado se reconocía que el cambio climático representa una urgente e irreversible tarea de la humanidad y que el planeta requiere la cooperación de todos los países y la participación efectiva de los responsables internacionales con el objetivo de acelerar la reducción del calentamiento global por las emisiones de gases a la atmósfera.
Como dijeron Phillip Jenning y Sharan Burrow, desde la Confederación Sindical Internacional (CSI), no habrá empleo en un planeta muerto. Es preciso comprender que el calentamiento global es una nueva “guerra de clases”, en la que las personas más pobres del mundo están pagando un alto precio para producir carbón para los más ricos. Si la lucha climática no se fusiona con la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras más pobres del mundo, serán ellos los que correrán íntegramente con el gasto del cambio climático.
También ha terciado en esto el Papa Francisco, a través de su Encíclica Laudato si. Según nos dice, “el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección... Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil...”
Muchos científicos nos dicen que estamos llegando a un punto de no retorno. Esta afirmación se contenía en un informe que se divulgó en la última Conferencia del clima celebrada en Bonn el pasado mes de noviembre. Pero estamos obligados a resistirnos al pesimismo y seguir creyendo en la capacidad de la humanidad para cambiar la realidad.
Hay algunas propuestas. El Fondo Monetario Internacional, en un documento de trabajo de hace pocos años, se refería a la inversión verde como "la inversión necesaria para reducir los gases de efecto invernadero y las emisiones contaminantes a la atmósfera, sin reducir significativamente la producción y consumo de bienes no energéticos".
Proponían inversión pública y privada, y fijaban tres componentes principales de la inversión verde: alimentación de baja emisión de energía (incluida la energía renovable y los biocombustibles), la eficiencia energética (en sectores consumidores de energía y suministro de energía), y la captura y secuestro de carbono (incluyendo la deforestación y la agricultura). Las cantidades a aportar por cada país para efectuar una justa transición energética en los países más pobres a la nueva realidad, es lo que no ha puesto de acuerdo a los mismos en la última conferencia del clima.
Por su parte, los autores del informe sobre desigualdad al que nos hemos referido, proponen la “progresividad impositiva”, como herramienta de probada eficacia para limitar el incremento de la desigualdad, un registro financiero global que dé cuenta de la propiedad de los activos financieros para evitar la evasión fiscal, y un acceso más igualitario a la educación y a los empleos mejor remunerados, para evitar así el estancamiento o crecimiento débil de los ingresos de la mitad más pobre de la población.
Una senda peligrosa
De cualquier forma, bajo nuestro punto de vista, el mundo camina por una senda muy peligrosa. Desigualdad, deterioro ambiental, migraciones y conflictos bélicos, están conformando un tablero político muy complicado, en el que nuevos actores quieren tener un mayor protagonismo en la escena internacional y en el control del mundo.
Mientras que el mundo se globaliza a una rapidez de vértigo, las víctimas de esta especie de locura colectiva, siguen encerrados en sus propios mundos, sin pensar que uniendo esfuerzos llegaremos más lejos.
Es urgente revertir la situación. Hemos de dedicar todos nuestros esfuerzos a construir un mundo más habitable. Y esto supone una humanidad más igualitaria, más solidaria y más respetuosa con el medio ambiente.
Soy de los que sigue creyendo que la búsqueda del bien ha de ser uno de los permanentes objetivos del ser humano. Y no fracasar en el intento, pues, como ya sabía Epicuro, sucumbir a este miedo nos llevaría a la desaparición.