Opinión

El futuro del centro

¿Qué responderían si les hicieran un cuestionario dicotómico, sólo con respuestas cortas entre dos opciones, y les preguntaran si están a favor o en contra del aborto o de la eutanasia? ¿Qué dirían si les preguntaran si apoyan la inmigración, si son feministas o machistas (como si fueran antónimos), si entienden o apoyan el movimiento independentista o si están a favor o en contra de subir los impuestos? ¿Qué responderían si son de izquierdas o de derechas, sin más explicaciones?

Es muy fácil definir de ese modo nuestro entorno, nuestro pensamiento, nuestra posición política. Es tan fácil, que de hecho es la tendencia imperante hoy en día en las encuestas de intención de voto o en los titulares de los medios de comunicación. Una respuesta breve, sin matices, blanca o negra, es lo que nos define ante los demás y a la vez la que nos hace juzgar y dictar sentencia ante otros.

Hace unos años escribí un artículo llamado “Pensar en gris”, en el que hablaba de la polarización de nuestra sociedad, y lo cierto es que la política en España también es así de radical. Definirse de izquierdas o de derechas es algo más que una opción, se ha convertido en una obligación en este país. ¿Cuántos personajes públicos no políticos conocemos que se definen políticamente sin ningún tapujo? Piensen en presentadores, locutores, periodistas, actores y actrices o cantantes, o incluso deportistas, por poner algunos ejemplos, y el número se vuelve inmenso.

Sin embargo la realidad de las cosas es muy diferente, muy distinta a esa postura tajante y enfrentada que insisten en vendernos. Los matices existen y son tan importantes que pueden llevarnos a un verdadero conflicto moral o ideológico. Pero los matices no son fáciles de gestionar, no son mediáticos, los matices no generan eslóganes, sino que entran dentro de la dialéctica, de la pedagogía, del diálogo, de la capacidad de escuchar, conceptos todos ellos ajenos y despreciados para el circo de la opinión pública. Tanto es así, que esos matices le han pasado factura al centro político.

Es necesario ubicarnos y entender este escenario para poder comprender por qué los intentos de despegar del centro político han sido siempre infructuosos. Si exceptuamos la época del CDS de Adólfo Suárez, (que acabó bastante mal para ellos pero que respondía a una necesidad de reconciliación y de unión nacional para sobrevivir al pasado), la efervescencia más o menos intensa de partidos como UPYD o Ciudadanos han resultado efímeras, con fecha de caducidad. Y no ha sido por problemas de corrupción, ampliamente institucionalizada y demostrada en partidos tanto de la izquierda como de la derecha, sino porque el centro es muy vulnerable a cualquier crítica o ataque ideológico, venga de donde venga.

El partido que desde hace ya unos cuantos años ha representado el centro político, Ciudadanos, ha recibido siempre las críticas asociadas a no seguir una ideología concreta en la aplicación de sus políticas. Y no es porque no tengan ideología, que la tienen. De hecho, comenzaron definiéndose como socialdemócratas o centro-izquierda y tras unos años decidieron redefinirse como liberales o centro-derecha (de nuevo los matices). Pero si hay un pecado que se ha demostrado como imperdonable a lo largo de los tiempos es la tibieza ideológica. A todos se nos puede perdonar un error, una salida de tono, un malentendido si es en aras de tus convicciones ideológicas. ¡¡Incluso los votantes perdonan la corrupción de los suyos!! Pero lo que jamás se perdona es que tu única ideología sea la aplicación de la Constitución y la igualdad entre españoles. ¿Qué clase de insípida política es esa?

Si no eres de derechas o de izquierdas, eres un veleta o un vendido, y precisamente las críticas siempre se dirigen a esa esencia, a su línea de flotación. El centro político asume planteamientos sociales y asume planteamientos de libre mercado para intentar realizar una política útil. Y esa forma de actuar es muy complicada, porque necesita llegar a acuerdos con partidos de derecha, y de izquierda. Y eso en este país es poco menos que una blasfemia.

El centro político no ha sido criticado por hacer tal o cual política, ha sido criticado siempre por con quién pacta o no pacta, por hacerlo con unos y también con otros. Porque una política de pactos y acuerdos entre posiciones ideológicas alejadas puede ser aceptable en otros países como Alemania, pero España no ha llegado a la madurez política necesaria para hacerlo. Cuando se ha pactado un paquete de medidas de gobierno con la derecha, la izquierda los ha tildado de fachas. Cuando pacta un paquete de medidas de gobierno con la izquierda, la derecha los acusa de ser unos vendidos al comunismo, a los independentistas y a Sánchez. La ceguera del odio en que estamos instalados, enjuicia los pactos de un partido de centro no por el contenido sino por el interlocutor con el que negocia.

Pero los problemas del centro no acaban ahí. La misma naturaleza moderada de estos partidos posibilita que en su seno se vayan aglutinando personas descontentas de una y otra ideología, que acaban en el centro político no por convencimiento sino como una forma de refugiarse temporalmente. Son, por tanto, frecuentes las facciones críticas internas, una constante inestabilidad que esconde una situación temporal de infiltrados que tarde o temprano acaban saliendo a la luz. Tanto es así, que ahora estamos asistiendo a una fuga de “centristas” que muestran su verdadera ideología y abandonan el barco tanto al PSOE como al PP o a VOX. Curiosamente, los más fieles ideólogos suelen ser los miembros de la extrema izquierda, que no se plantean nunca emigrar al centro o viceversa ni siquiera como una transición temporal para salvar los muebles.

Todo esto nos conduce a una triste verdad. Los acuerdos y los consensos en este país interesan muy poco. Lo único que de verdad importa es a quién desprecias. El odio visceral y la polarización en nuestra política, provocan que cualquier posibilidad de diálogo y de enfrentarse a los problemas de manera conjunta sea inútil.

Hay una verdad que todos alguna vez hemos escuchado y hemos olvidado. La paz sólo se firma con los enemigos, no con los amigos. Hasta que la gente no sea capaz de entender esto, el centro político en España no tendrá futuro.

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