La pesada losa que acarrea el hecho de ponerle a un estreno de hoy el nombre de una cinta mítica del cine, a su vez adaptación de otra más mítica aún, puede acabar sellando su propia tumba si no colma unas expectativas con las que resulta del todo imposible cumplir. Los siete magníficos camina cual funambulista sin red por el delgadísimo cable que divide la infame copia prescindible de la actualización para generaciones que no vieron la homónima y no se animarán a ver "cine antiguo". Si nos preguntamos si hace falta una película como esta, de acción, algo menos de aventuras, y entretenimiento ligero, tras un rato de reflexión yo diría que la respuesta es sí. Para llegar a dicha aseveración hay que tener en cuenta que este tipo de cine es el motor del resto, es el que de verdad mueve masas y mueve dinero, sin el que luego no habría presupuesto con el que hacer cine del que aporta prestigio y menos resultados en taquilla. La pregunta quizá no es si se puede prescindir de un remake del remake de nada menos que Los siete samuráis. Seguramente la pregunta podría ser si más allá del puro marketing es realmente necesario contar la misma historia y bautizarla calcando el título del excelente western que firmase en 1960 John Sturges. Tengamos en cuenta que a partir de ahora cuando se meta uno en un buscador de Internet buscando "Los siete magníficos", saldrán dos resultados, y uno nada tiene que ver con el otro ni en interés ni en calidad. ¿Hasta dónde hay que tener en cuenta la responsabilidad histórica de meter las zarpas en una obra de arte?
Antoine Fuqua, que según cuentan en los mentideros es uno de esos directores un tanto creídos, con más o menos motivo para ello, cuestión de gustos; autor entre otras cintas de la aplaudida Training Day, cinta por la que Denzel Washington ganase un Oscar, favor que le paga al director con este deslucido papel protagonista.
Dentro de lo plano de los personajes y la poca importancia que este libreto otorga a los trasfondos y motivaciones de cualquier tipo podemos rescatar el magnetismo de Chris Pratt (no es Toshiro Mifune, pero tiene un don para hacer de héroe) y Vincent D'Onofrio (el estelar Kinping de Daredevil, la serie de Netflix), dos de los "magníficos" mercenarios que se proponen salvar al pueblo oprimido por el villano de turno. Por cierto, bien podría aprender Peter Sarsgaard del ejercicio de contención de D'Onofrio en la citada Daredevil para interpretar al malo, porque lo que es aquí, entre gestos y miradas exageradas acaba diluyendo al personaje con una dosis de ridiculez que da lugar a un cóctel que sabe a indignación.
Por si fuera poco, con su trabajo póstumo, lejos de la inmortal banda sonora de la predecesora, el trabajo del malogrado James Horner, demasiado forzado y "completado" por sus colaboradores, no transmite en ningún momento la sensación de que forme parte de la historia, con exceso de melódica fanfarria y ausencia de ritmo y dinamismo en un metraje que en demasía centra su potencial en la coreografiada ensalada de peleas con alto contenido en plomo.
Con todo, la cosa no llega a derrumbarse, y si evitamos pensar que su nombre y apellidos vienen de una distinta forma y dimensión de concebir (y saber hacer) el cine, Los siete magníficos (versión 2016) puede definirse como "show business correcto y aceptable con más reparto que historia", lo cual no es mucho pero quizá sí suficiente.
PUNTUACIÓN: 5
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