Categorías: Opinión

“Fuese, y no hubo nada”

Por suerte, todo quedará en un Congreso que el Instituto de Estudio Ceutíes celebra el próximo octubre. Vuelve esta institución a dar la cara en lugar de quienes, desde una Fundación creada ex profeso para la efeméride, se comprometieron a hacer una serie de actos en los que se aprovecharía la ocasión para dialogar sobre los intentos de coexistencia en el pasado y los de convivencia , hoy, en una ciudad, como Ceuta, que lo vive de manera permanente. Así lo han escrito Carmen Echarri y Gómez Barceló.

La efeméride referenciada no es otra que el Sexto Centenario del desembarco portugués en nuestras playas, allá por el verano de 1415. La Fundación “Crisol de Culturas” (pronunciar su nombre exige redoble de timbales y trompeterías de fanfarrias) iba a canalizar y coordinar propuestas, pero al dejar de existir, todo (lo poco o mucho que hubiera programado) se ha ido por los husillos. La Asamblea retiró la subvención que la mantenía en pie, incluidos los rumbosos y escandalosos sueldos de sus responsables - todo con dinero público-, más dietas y complementos de peligrosidad, los que podía correr su Presidente en ese peregrinar, como Jasón, el Argonauta, anunciando durante tres años, por tierras, mares y cielos, que 2015 sería año memorable para la cultura ceutí. Palabrería hueca, pues no se ha hecho absolutamente nada.
Ahora, el recién nombrado portavoz del ejecutivo, ha contado que algunas cosillas, sí. En efecto, hay un cataloguito de eventos (odioso vocablo que acostumbran a usar los búhos), en el que podría citarse esa carta de raciones y tapas para bares y tascas, donde se juntan bacalao y bonito, en múltiples recetas culinarias; también la visita de embarcaciones portuguesas de recreo, con brindis por la amistad hispano-lusa, y porque la Virgen del Carmen continúe protegiendo a patrones y marineros VIPS. A la lista habría que añadir el concierto de una fadista, de la escuela de Amalia, que casi en la soledad de público, se desgañitó una noche, en la plaza-panteón dedicada a Mandela, diseño de Siza que, con el conjunto construído, evidentemente, alivió su jubilación. ¡Ah! se me olvidaba la mesa de debate, “mesa o vivo Ceuta”, con la gastronomía como justificación para reflexionar acerca del turismo, los negocios y la cultura. A ella se le unió el Festival Internacional de Salazón, con la presencia de mi amigo José Manuel Pérez Rivera, lo cual me inclina a pensar que el Encuentro debió ser algo serio y no sólo una frívola degustación a 50 euros por comensal. El punto y final tenía que ponerlo lo flamenco y los fados. Y aquí, en este fin de fiesta es donde ya hace tiempo recomendé la colaboración de las academias de bailes de nuestras paulovas locales. Las coreografías, sugerí que estuvieran centradas en el ALEO: “Un palo, un palo ... quiero un palo...” grita el niño del anuncio, indiscutible variante de “Señor, con este áleo  (palo) me basto ...” frase pronunciada con arrogancia por Pedro de Meneses, primer gobernador. Por cierto, que su escultura ya la ubicaron en el borde de una de las fuentes de la nueva autovía Ceuta-Castillejos-Rabat, aunque al niño que reposa sobre la pierna del portugués, le robaron el patito, animal que le daba cierto candor al conjunto.
De hacer del áleo algo que motivara un baile caballa, ya lo estrenó alguien una noche veraniega en San Amaro. No tuvo éxito. El que bailaba y sus acompañantes hacían una fusión entre los verdiales y la muñeira. Era como un ejercicio gimnástico. Se introducían el palo por entre las piernas, después lo llevaban hasta la nuca y los hombros, para terminar lanzándolo por los aires. Los mismito que hace el legionario en desfiles triunfales.
De la efeméride, pues, como diría Cervantes, “fuese, y no hubo nada”. Los políticos han tenido otras preocupaciones. La Fundación se quedó acéfala y guillotinada. No se preocuparon de buscar otro Comisario. Todo quedó abortado. Menos mal que la fecha la recordaron con puntualidad los historiadores locales -Carmona, Galindo y Barceló- en tres magníficos artículos. Ellos tiraron de crónicas, fuentes, etc. e intentaron aclarar lo que significó aquel “poner la bota en tierra caballa”. Yo continuo viéndolo -apreciación muy subjetiva -como un abordaje a lo bucanero, preparado con el mayor secretismo. De lamentar (confío que lo subsane el Congreso), que en la aportación periodística del pasado día 21, no se incluyeran a investigadores marroquíes. Sé que en la Universidad de Abdelmalek Esaâdi, la que tenemos aquí, al lado; o en la de Rabat (pienso en el profesor Bounou), los hay con estudios muy interesantes sobre lo que nos ocupa.
El asalto a nuestra ciudad ha tenido pluralidad de argumentos. Es lo que se conoce como la “questao de Ceuta”. Algunos han acudido a curiosas justificaciones para explicar qué vientos trajeron hasta este rincón africano a un rey, Juan I, que hoy tildaríamos, sin más, de imperialista; y con él, sus hijos y los más importantes de la Corte. Unos han querido ver la empresa como un episodio epigonal de la vieja política de las cruzadas, con la que, aún en el siglo XV, se arrasaron pueblos, aniquilaron culturas y hasta se persiguieron a los que no profesaban la religión de la cruz. España y Portugal entraron en este maratón, en África y en América. Nada les hizo moderar a sus monarcas las ansias de explotar y esquilmar unas riquezas que nunca les saciaban lo suficiente. Más de los sucedido en tierras ceutíes, me ha llamado la atención -y lo leí en el maestro Posac- cómo los ganapanes de la literatura de entonces, también quisieron dar su versión sobre lo que vieron o les contaron, haciendo de Ceuta casi una nueva Camelot. Fue aquí donde los jóvenes de la nobleza ociosa de Portugal, sustituyeron justas y torneos, por abiertos combates bélicos en los que lograban cédula de virilidad y de heroísmo. La épica de lo ocurrido dejó mucho que desear. En el asalto se entró a saco, destruyendo casas, huertas, mezquitas y aniquilando a quienes las defendían. No olvidemos que  también eran ceutíes, no caníbales ni vestían taparrabos. La lucha fue a muerte. El resultado, cientos de vidas y el fin de toda una cultura -la merinida-, de cuyos restos quedan unas murallas, las mismas que mostramos como parte de nuestro escaso patrimonio caballa.

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