Sólo manejé una raqueta cuando era muy joven y, además, por muy poco tiempo: el que mi amigo Oscar coincidió conmigo en las vacaciones de verano. Él lo hacía muy bien y yo muy mal; no era un deporte que me ilusionara y dejé la raqueta en el olvido, mientras dedicaba tiempo a otros deportes que me gustaban más. Para mí el espíritu de equipo se imponía, en cualquier caso, y el tenis era muy individual, aunque tuvieras enfrente a otra persona a la que hacerle frente con tus habilidades. Como éstas, en mi caso, eran más bien nulas, todo se venía abajo y mi amigo Oscar ejercía su paciencia hasta el infinito. Hacía falta constancia, producto de tu fe en superar las dificultades, día a día, mientras tu cuerpo se fortalecía y aparecía el estilo en tu juego y la habilidad en dominar al contrario.
Pienso que este deporte y algún otro más exigen unas cualidades especiales en quienes lo practican y, sobre todo, en quienes son capaces de conquistar los primeros puestos en las competiciones; tanto más si éstas son de carácter internacional. Pienso que es una persona la que logra triunfar y ese pensamiento lo hago extensivo a cualquier actividad que se acomete, quizás desde muy joven, a sabiendas de que el camino a recorrer está lleno de dificultades. Es la vida, en esencia, de cualquier persona ante el día a día que debe conquistar con su trabajo personal, aunque esté rodeada de otras muchas con las que forma equipo con las que debe colaborar lealmente pero sin olvidar, en ningún momento, que es uno mismo el que, en definitiva, tiene que dar el máximo rendimiento.
Esto lo hemos podido ver, de forma sumamente brillante para dos jugadores españoles en la Competición de tenis Roland Garros. Este último domingo,dos jugadores españoles, Ferrer y Nadal, compitieron en la final de ese trofeo, después de ir eliminando, uno a uno, a los contrincantes que les correspondieron que eran excelentes figuras cada uno de ellos. La primera impresión, al comenzar el partido decisivo del domingo, es que esos dos finalistas debían estar agotados después de una serie de días en los que habían tenido que triunfar siempre a base de calidad y de esfuerzo personal. Pero la realidad es que si estaban cansados no quisieron que se les notara y desde el primer saque la fuerza, la agilidad y la calidad de ambos se mostraron excelentes; de primera clase.
Ganó Nadal, como es bien sabido, pero Ferrer hizo un gran partido dando clara muestra de su calidad aunque superada por la de Nadal. Pero, en definitiva. ambos se mostraron como hombres fuertes, diligentes y constantes; lo máximo que se le debe pedir a un hombre para que cada día de su vida sea catalogado como digno de un hombre. No nos engañemos; cada día de nuestras vidas estamos jugando una final en la que no cabe más que el ganar o el perder, el dar todo lo que uno es para hacer frente a las exigencias de la vida, tan compleja y dura que siempre nos puede sorprender con algo nuevo o inesperado, así como falta de piedad y sobrada de obstinada exigencia. Si no nos preparamos a fondo seremos arrollados como las hojas secas por los vientos.
La vida es así, como una competición en la que cada cual es el protagonista y en la que ha de dar de sí todo aquello de lo que es capaz, tanto para sí mismo como para los demás. Si extraordinariamente interesante fue la final de Roland Garros protagonizada por Ferrer y Nadal, mucho más lo debe ser la de cada uno de nuestros días. Mucha gente depende de ella. Mucha gente necesita tu ejemplo, tu entrega diligente y fuerte sin temor al agotamiento.
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