Qué agradable es llegar a la panadería, a comprar el pan de cada día, sabiendo que vas a recibir esas piezas a las que estás acostumbrado y no otra cosa cualquiera de la que no conoces su sabor. Ni siquiera tienes que decir lo que quieres, porque ya te conocen desde hace mucho tiempo, y nada más verte ya han dispuesto sobre el mostrador ese pan que te has de llevar, sabiendo que no te engañan sino que te han tratado con cariño, de forma similar a como una madre prepara la merienda para sus hijos, con el detalle singular para cada uno de ellos.
A todos los quiere a tope - no hay límite en el cariño a los hijos - pero cada uno tiene su peculiaridad y eso lo conoce la madre mejor que nadie y ella es la que lo atiende en la forma y medida que lo necesita.
Si una madre se la priva de ello la familia pierde ese sólido y especial encanto que proporciona la confianza, esa esperanza firme de saberse bien acogido siempre, tanto en los días de triunfo como en los de desgracia, tanto en la prosperidad como en la ruina, tanto en la abundancia de bienes como en la escasez hasta de lo más elemental.
Todos los españoles, sin distinción alguna, somos hijos de una misma madre de familia, de la Patria común que a todos nos acoge, que a todos nos cuida, que a todos nos prepara y anima para afrontar las dificultades de cada día, de cada época que vaya presentando el futuro, cuajado siempre de sorpresas, unas buenas y otras duras y hasta trágicas.
En los últimos años se han ido sucediendo hechos lastimosos de falta de amor a la Patria y hasta ha habido quién ha puesto en duda su existencia como madre única de todos los españoles, alentando otras ideas siempre lejanas de la unidad nacional, lo que se ha traducido en un fuerte deterioro de la confianza en esa gran familia que tiene por nombre España.
Ya anda cada uno de sus hijos por sendas diferentes, muy lejanas a veces, y parece que quiere crecer esa lejanía, esa ignorancia de unos hacia otros que a veces causa verdadero dolor por las manifestaciones que se llevan a cabo por quienes dirigen las actividades de gobierno.
Parece que los hijos reniegan de su madre común y la tratan mal porque les parece que así, actuando de esa forma, son más libres, más independientes, más dueños de su propio destino, que ni siquiera son capaces de definir.
Mientras eso ocurre, la madre sufre en silencio tal deslealtad, tal ausencia de cariño, tal lejanía que tiende a la pérdida la identidad, y sigue añorando a sus hijos, a todos ellos, con sus peculiaridades y para cada uno tiene a punto en su alma un detalle especial de amor, como siempre lo ha tenido y lo tendrá.
Resulta muy duro vivir en un ambiente en el que la confianza se ha deteriorado de forma grave, en el que no hay donde acudir para encontrar lo necesario para subsistir, para tener un trabajo, para recibir una educación de buen nivel y acorde con los principios morales fundamentales. Es necesario que la voz fuerte y llena de cariño de la madre de todos los españoles - la de verdad - se haga oír para llamarnos a todos a la sensatez, a la confianza plena de unos en otros y de todos en ella.