Ceuta se está acostumbrando, peligrosamente, a vivir permanentemente instalada en el error. Se ha difuminado casi por completo nuestra condición de sujeto político, y esto impide adoptar decisiones colectivas de cierta trascendencia. Los acontecimientos se van produciendo a nuestro alrededor sin que seamos capaces, no ya de reaccionar adecuadamente, sino ni siquiera de percibirlos e interpretarlos. Vivimos ensimismados, haciendo de la vida política una especie de fútil mercado de miserias, veleidades y banalidades, bochornosamente ajenos a un proceso de progresiva desconfiguración de nuestra Ciudad. Como si se tratara de una película de ciencia ficción, Ceuta se ha convertido en una realidad propia fuera de la realidad objetiva. Hemos logrado construir un pequeño universo, exótico y hermético, que se mueve con sus claves peculiares; pero que carece de horizontes y expectativas. Desde hace tiempo deambulamos de error en error, esperando con la paciencia del inconsciente el que, acaso, sea el definitivo.
Nos situaremos en un punto de partida reciente. En el año dos mil diez, se hizo un esfuerzo en el ámbito político, para diagnosticar la situación de Ceuta y esbozar una especie de “hoja de ruta”. Fue en el seno de una Comisión Mixta Congreso-Senado. Respetando el legítimo derecho de cada cual a su matiz particular, se podría afirmar que el contenido de aquel acuerdo era unánime. Han transcurridos siete años desde entonces, y nada de lo que allí se decía ha surtido ningún efecto. Sin embargo, todas las causas enumeradas han empeorado, y han aparecido otras nuevas. Es muy difícil explicar que un acuerdo unánime ni siquiera haya mostrado un atisbo de desarrollo. La única razón posible es que se hiciera sin convicción alguna para “cubrir el expediente”. Pero en este caso, cabe una pregunta ineludible: ¿Cómo ha reaccionado Ceuta ante esta indolencia culpable? No se ha dado por aludida. ¿En qué piensan los ceutíes? Nadie lo sabe a ciencia cierta; desde luego no en el futuro de su tierra. Resulta desalentadora hasta el estremecimiento tanta indiferencia entremezclada con estulticia.
No escarmentamos. Pero sigamos. Nadie discute que en España se ha abierto una nueva etapa política. El clásico bipartidismo se ha desvanecido y ha sido sustituido por un mapa representativo muy diferente (al menos teóricamente) en el que se miden constantemente relaciones y correlaciones episódicas y coyunturales entre cuatro fuerzas políticas distintas con suficiente masa crítica cada una de ellas como para decidir. ¿Cómo se ha posicionado Ceuta en este nuevo escenario? De ninguna manera. ¿Sabemos lo que piensan las nuevas formaciones políticas sobre Ceuta? ¿Nos hemos molestado en buscar un consenso político de amplio espectro sobre cómo abordar los aspectos fundamentales de nuestra compleja realidad? A nadie le ha importado. Seguimos siendo esa Ciudad “alegre y confiada” , que cada vez se asemeja más y mejor a la mítica escena de “la orquesta del Titanic”
Hay algún indicio más preocupante aún. Voy a reproducir (casi literalmente) la opinión de una persona con una cierta responsabilidad púbica que reside fuera de Ceuta: “Las singularidades de Ceuta responden a otra época histórica, en la actualidad hay muchísimos pueblos y Ciudades que están en peores condiciones y lo están pasando mucho peor que en Ceuta”. ¿Es esta una opinión generalizada, sobre todo entre la gente más joven? Difícil saberlo… aún. Quizá estamos dando por hecho que “todo el mundo” entiende la singularidad de nuestra Ciudad y es probable que esto sea cada vez más discutible, para cada vez más sectores de la población. Es probable que la “catarsis provocado por la crisis” también haya afectado a la percepción que de Ceuta tiene la opinión pública española. ¿Acaso nos hemos preocupado de esto? En absoluto, nosotros estamos a “nuestras cosas”.
No me voy a detener (no es necesario) en describir con detalle el momento en que vivimos. Sólo algún rasgo, de sobra conocido. Un espacio fronterizo difuso y confuso, que condiciona y contamina a la vez el sistema económico; un acoso político internacional taimado que nos asfixia; un aislamiento político intencionadamente disimulado que nos fosiliza; y una desubicación administrativa que nos cierra todas las puertas. La consecuencia más directa y dramática de esta infernal confluencia de calamidades, es una creciente desigualdad, acompañada de una inquietante fragmentación social, que amenaza con abrir en canal esta Ciudad y resquebrajar la convivencia.
En este contexto parece más que oportuna la iniciativa de Coalición por Melilla (secundada por Caballas), de llevar hasta el Congreso de los Diputados la necesidad de redefinir las políticas de estado respecto a estas dos ciudades. Planteando medidas a corto plazo para contener la hemorragia, y a largo plazo para recuperar (si aún es posible) la normalidad. El problema es que esta no debería ser una iniciativa de partido, sino del conjunto de una ciudadanía (sin siglas) comprometida y activamente beligerante en la lucha por su futuro. No será así. Porque, desgraciadamente, no hay altura de miras. El constatado y pavoroso déficit de capital humano se antoja irresoluble.
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